El próximo mes de marzo de 2018 se 
cumplirán dos años del asesinato de la activista medioambiental 
hondureña Berta Cáceres. Mientras aún se espera que se haga justicia, el
 número de asesinatos contra defensores medioambientales y de derechos 
humanos no ha dejado de crecer. Según el informe anual de la 
organización internacional Global Witness, durante el año 2017, 197 
personas defensoras de la tierra y el medioambiente fueron asesinadas en
 el mundo, con América Latina a la cabeza.
América Latina: desigualdad, débil estado de derecho e impunidad
Otro reporte elaborado por la 
organización internacional Front Line Defenders eleva la cifra a 312 
defensores de derechos humanos asesinados, 212 de los cuales se 
localizan en América. De estos, 156 en Brasil y Colombia. A pesar de que
 el informe registró crímenes en 27 países, el 80 por ciento de estos se
 concentraron en Brasil, Colombia, México y Filipinas.
El análisis subraya que el 67 por 
ciento del número total de activistas asesinados, defendían derechos 
sobre la tierra, al medioambiente y de los pueblos indígenas, casi 
siempre en el marco de actividades de industrias extractivas, 
megaproyectos y grandes empresas. Para Astrid Puentes Riaño, Codirectora
 Ejecutiva de AIDA (Asociación Interamericana para la Defensa del 
Ambiente), se trata de una situación “multifactor y de alta 
complejidad”. “América Latina es la región más desigual del planeta, 
esto implica que hay poblaciones en situaciones de vulnerabilidad 
económica, política y social extrema”, apunta, recordando que se trata 
de una “de las regiones con mayores índices de impunidad y débil estado 
de derecho donde la aplicación de las normas también es discriminada”.
Billy Kyte, jefe de campañas de Global 
Witness, agregó que la corrupción y la gran riqueza de recursos 
naturales que alberga la región facilita que proyectos vinculados a 
hidroeléctricas, minería y agroindustrias puedan conseguir licencias. 
“Hay altos índices de poblaciones indígenas que históricamente han sido 
marginalizadas, las empresas pueden llegar a sus tierras y saquear sus 
recursos”, asegura. No obstante, las manifestaciones que llevan a cabo 
para denunciar los abusos que sufren, aumenta su visibilidad y, por 
eso “están expuestos a ser asesinados”.
A la caza de la riqueza natural de la Amazonía
Precisamente, en Brasil, la mayoría de 
los asesinatos están relacionados con la defensa de la tierra y los 
derechos de los pueblos indígenas, según el informe de Front Line 
Defenders. “Hay una crisis económica y política y el Gobierno necesita 
desesperadamente soluciones rápidas de acceso a la Amazonía, el 
desarrollo de grandes extensiones de tierra para la agricultura de 
monocultivo y la explotación despiadada de los recursos naturales”, 
analiza Jim Loughran, Jefe del Proyecto Memorial de los defensores de 
derechos humanos de esta organización. “Dos iniciativas clave del 
Gobierno han tenido como objetivo restringir la demarcación de tierras 
indígenas y abolir las agencias que trabajan para protegerlas”, agrega.
“Las reformas de las leyes están 
disminuyendo la protección de los bosques y las reservas de los pueblos 
indígenas, facilitando la entrada de las industrias”, explica Kyte, 
señalando a los estados de Ondonia, Pará, Maranhao, “una frontera 
agrícola donde hay poca presencia del Estado”.  
Colombia: violencia después de la paz
La tierra también es letal en Colombia. A
 pesar de los acuerdos de paz, la violencia no ha cesado en el país. 
“Miles de colombianos con títulos legales sobre sus tierras han sido 
desplazados. Mientras trabajan para reclamar sus tierras, se convierten 
en objetivos para los acaparadores que pueden haberse apoderado 
ilegalmente de sus terrenos, así como para la nueva generación de 
paramilitares después de las FARC que quieren tomar el control. Los 
defensores de los derechos a la tierra se encuentran en peligro crítico 
", dice Loughran.
El jefe de campañas de Global Witness, 
culpa a la agroindustria, y en particular a la dedicada al cultivo del 
aceite de palma, de la situación colombiana, recordando que dicha 
actividad “ha sobrepasado a la minería como el negocio más vinculado al 
asesinato de activistas”.
México, escalada de violencia
El año negro contra los activistas 
empezó con el asesinato del mexicano Isidro Balenegro López, contrario a
 la tala ilegal que amenazaba los antiguos bosques de la Sierra Madre. 
La escalada de la violencia en el país ha llevado a Global Witness a 
situarlo en el cuarto lugar de mortalidad. “Los Gobiernos federales y 
estatales no apoyan como deberían la labor de las personas defensoras y 
en ocasiones incluso se unen a los señalamientos contra su labor”, 
criticó Puentes Riaño recordando la “impunidad existente” en el país.  
El mexicano fue ganador del Premio 
Goldman del medio ambiente en 2005, un arma de doble filo, ya que “los 
premios también pueden aumentar la visibilidad de las personas y, por 
ende, incrementar el nivel de riesgo”, considera la Codirectora 
Ejecutiva de AIDA.
Dicho galardón es el mismo que recibió 
Cáceres una década más tarde. Aunque según Global Witness el número de 
defensores medioambientales asesinados se ha reducido en Honduras, la 
sociedad civil está sufriendo otro tipo de abusos.  
Recetas contra la impunidad
El caso de la activista hondureña no es 
el único pendiente de resolución, pues solo el 12 por ciento de todos 
los casos de asesinatos terminaron con el arresto de sospechosos, según 
Front Line Defenders. Por este motivo, además de abogar por el fin de la
 impunidad, “hay algunas medidas que deben implementarse con urgencia. 
Eso incluye investigaciones adecuadas e identificación de los 
responsables de los asesinatos y ataques a personas defensoras, así como
 autores materiales e intelectuales y justicia en dichos casos”, 
propone Puentes Riaño.
Por su parte, el jefe de campañas de 
Global Witness, insta a la actuación de los propios Estados en la 
defensa de los defensores, el fin de la entrega de fondos a este tipo de
 proyectos por parte de inversores extranjeros y la eliminación de “las 
causas de raíz”, entre las que se encuentra la falta de consulta previa 
con las comunidades indígenas.
Además de la muerte, los activistas 
deben enfrentarse a” amenazas, intimidación y campañas de difamación que
 pretenden erosionar sus redes locales de apoyo”, relata el Jefe del 
Proyecto Memorial de los defensores de derechos humanos de Front Line 
Defenders. Esta organización, destaca que “el 84 por ciento de los 
defensores habían recibido al menos una amenaza de muerte personal antes
 de ser asesinados”.

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