A veces me acomete la certidumbre de ser ajena a este mundo. Hace poco experimenté uno de esos raptos de estupefacción mientras leía el periódico. Domingo 18 de Junio de 2017.
POR Rosa Montero: Nació en Madrid en 1951. Estudió periodismo y psicología. Escribe en El País casi desde su fundación. En 1997 ganó el premio Primavera de Novela por ‘La hija del Caníbal’ y en 2005 recibió el premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a su vida profesional. http://elpaissemanal.elpais.com/columna/rosa-montero-marcianidad/
DE JOVEN sufrí ataques de angustia. Lo he contado ya en algún
libro. Sentía que la realidad se alejaba de mí, como si un oscuro túnel
me separara del mundo, y un pánico abrumador me sepultaba. Ahora, en
cambio, sufro repentinos ataques de estupor. De cuando en cuando me
acomete la certidumbre de ser ajena a este mundo, de no entender lo que
sucede, como si fuera una selenita venida de Europa, la luna de Júpiter,
trasplantada por algún error cósmico y tal vez cómico a esta Europa
terrícola tan desagradable. Pero ahora no me inunda el pánico, sino la
incredulidad, la risa floja, la indignación y un desconcierto
alienígeno.POR Rosa Montero: Nació en Madrid en 1951. Estudió periodismo y psicología. Escribe en El País casi desde su fundación. En 1997 ganó el premio Primavera de Novela por ‘La hija del Caníbal’ y en 2005 recibió el premio de la Asociación de la Prensa de Madrid a su vida profesional. http://elpaissemanal.elpais.com/columna/rosa-montero-marcianidad/
Cuánta manga ancha tenemos y con qué facilidad aceptamos la injusticia, la desvergüenza y el cinismo
Hace años, la estupenda periodista Christine Spengler me habló en una entrevista de cómo las sociedades se adaptaban a lo que fuera. En el Beirut martirizado por la guerra ella vio caer una tarde el enésimo bombardeo, y segundos después de que estallara la última bomba, antes de que se posara el polvo del destrozo, volvieron a salir de sus agujeros los vendedores ambulantes de relojes y de ramos de azahar, voceando imperturbables su mercancía. Esa misma impasibilidad es la que advierto en nuestro país ante una realidad moralmente aberrante. Nos enteramos de que Marta Ferrusola le decía al banco andorrano “soy la madre superiora de la congregación, traspasa dos misales” para ordenar movimientos ilegales de su fabulosa e ilícita fortuna y se diría que sobre todo nos entra la risa, cuando lo que nos debería entrar es la voluntad más racional, más firme e implacable de acabar con toda esta gentuza.
Moix explica ahora, tras dimitir, que la offshore es una herencia; que no la disolvieron porque algún hermano no puede pagar los costes; que él ofreció renunciar a su parte y sus hermanos tampoco lo admitieron. Qué pobres excusas, aunque sean ciertas; por todos los santos, lleva cinco años con la empresa, y es evidente que el fiscal Anticorrupción no puede poseer una offshore en un paraíso fiscal. O tenía que haberlo arreglado, o no debía haber asumido el cargo. Cuánta manga ancha tenemos y con qué facilidad aceptamos la injusticia, la desvergüenza y el cinismo, hasta el punto de que personajes como la espeluznante Ferrusola, que en 2015 declaraba ante el Parlamento que sus pobres hijos iban con una mano delante y otra detrás, siguen hoy pavoneándose con la cabeza alta, en vez de estar muertos de vergüenza y escondidos debajo de la cama. Si no se pone coto al abuso descarado y a la corrupción, algún día se romperá la sociedad (ya se está rompiendo), y pagaremos todos por los desmanes de algunos. Normalizar lo anormal, eso es lo que hacemos los humanos, a veces de manera heroica, como en Beirut, a veces de forma repugnante, como cuando nos acostumbramos a lo inadmisible. Por eso yo prefiero seguir sintiendo el mayor estupor. Prefiero ser marciana e inadaptada.
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