La despoblación del 53% de nuestro territorio es un grave problema 
del que apenas se habla. Rajoy creó un Comisionado del Gobierno frente 
al Reto Demográfico, pero un año después nada se sabe sobre qué ha hecho
 en este tiempo ni qué estrategias va a promover Arsenio Escolar 
    
    
 
    
A finales de los años 
ochenta del pasado siglo, el entonces primer ministro finlandés, Harri 
Holkeri, se dirigió solemne a la nación: “Me dicen los expertos que, al 
paso que vamos, en el año 3000 solo quedarán dos finlandeses. Si ambos 
son del mismo sexo, Finlandia estará en apuros”.
A 
Mariano Rajoy quizá le dijeron algo similar sus expertos hace ahora un 
año porque, tras la Conferencia de Presidentes autonómicos celebrada el 
17 de enero, en la que se habló bastante de la despoblación que padecen 
varias comunidades autónomas, creó el 27 de enero de 2017 en Consejo de 
Ministros un nuevo organismo público: el Comisionado del Gobierno frente
 al Reto Demográfico. Y le puso una tarea: “Elaborar y desarrollar una 
estrategia nacional frente al reto demográfico”. La elegida para echar a
 andar y gestionar el nuevo ente, Edelmira Barreira, hasta entonces 
senadora y durante largos años miembro del equipo de Soraya Sáenz de 
Santamaría primero en el Congreso y después en Moncloa, se debe de haber
 tomado el encargo con la misma prisa que Holkeri, pues doce meses 
después 
 poco o nada se sabe de sus afanes, de sus desvelos, del avance o no de 
sus trabajos o de por dónde irá la estrategia que se le ha pedido.
¿Tendremos de nuevo en breve cheques bebé, como cuando 
Zapatero, y otras políticas natalistas? ¿Se darán incentivos fiscales a 
las empresas que se instalen y creen empleo en la España vacía? ¿Habrá 
un plan nacional de equipamientos sociales y de infraestructuras para 
nuestra zona cero de la despoblación, la llamada Laponia del Sur? 
¿Abriremos de nuevo las puertas a la inmigración, como a primeros de 
este siglo? ¿Repoblaremos las zonas rurales con colonos, como cuando en 
el siglo XVIII lo hizo Olavide por encargo de Carlos III en Sierra 
Morena o lo hicieron en la Edad Media los reinos cristianos del norte, 
con Castilla a la cabeza, a medida que le arrebataban territorio a 
Al-Andalus? Y sobre todo: ¿Cuánto vamos a invertir para evitar que la 
mitad del territorio nacional hoy despoblado quede en pocos años 
totalmente deshabitado y abandonado? No se sabe. No hay pistas. Barreira
 calla. Su jefa directa, la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, también.
La demografía es, en esencia, la suma de tres factores: natalidad, 
mortalidad y movimientos migratorios. Los tres andan desequilibrados en 
España.
En los setenta del siglo pasado, en España 
nacían casi 700.000 niños al año. Hoy nacen poco más de 400.000. La tasa
 de fecundidad, el número de hijos por mujer en edad fértil, estuvo hace
 cuarenta años cercana a 3, y hoy la tenemos en 1,33, una de las más 
bajas del mundo. Según los demógrafos, para garantizar el relevo 
generacional -es decir, que no se pierde población de una generación a 
otra- se necesita una tasa de 2,1.
Aunque la 
esperanza de vida sigue creciendo –tenemos una de las más altas del 
mundo: 83 años-, nuestra pirámide demográfica está tan desequilibrada, 
con una población tan envejecida, que el número de defunciones ya 
empieza a superar al de nacimientos. Así fue en el primer semestre de 
2017. Según el INE, en esos seis meses fallecieron en España 219.835 
personas y nacieron 187.703. El desequilibrio viene tan de atrás que no 
se ve solamente en los extremos de la pirámide, entre nacimientos y 
defunciones, sino también, por ejemplo, en los tramos de entrada y de 
salida en el mercado laboral. Se observa en datos como el de la ratio 
entre afiliados a la Seguridad Social y pensionistas. A finales de 2007,
 en España había 2,71 afiliados por cada pensionista. Ahora estamos en 
un muy preocupante 2,23.
Los movimientos migratorios,
 que a comienzos del siglo XXI paliaron los desequilibrios de la 
natalidad y la mortalidad, ahora ya se han convertido en un nuevo factor
 de incertidumbre. Hemos sido durante unos años un país de inmigrantes y
 ahora lo somos de emigrantes. Exportamos población, y esa es una de las
 peores exportaciones posibles, pues supone la pérdida de uno de los 
capitales más valiosos: el capital humano. Perdemos no solo población 
extranjera, que vino y se ha ido, sino incluso población autóctona, que 
ha emigrado para buscarse la vida fuera ante la falta de oportunidades 
dentro. Algunos datos contundentes. En el año 2000 residían en España 
menos de un millón de extranjeros, exactamente 923.879. En 2010, seis 
veces más: 5.747.734. A comienzos de 2017 la cifra había bajado a 
4.549.858, y sigue cayendo. Otro dato: en 2010 había 1,57 millones de 
españoles residiendo en el extranjero. Ahora hay 2,40 millones. No todo 
es emigración, pero una buena parte del fenómeno sí se debe a ella.
Nuestros desequilibrios demográficos son especialmente graves en más de
 la mitad del territorio nacional. En 268.083 kilómetros cuadrados de 
nuestra superficie, el 53% del total, solo vive el 15,8% de la 
población, y todo indica que este último porcentaje sigue cayendo. El 
propio Real Decreto por el que se creaba el Comisionado recordaba que 10
 de nuestras 17 comunidades autónomas cuentan con un saldo vegetativo 
negativo de población.
Además de las de Antonio 
Machado, en consecuencia, hay otras dos Españas. Hay “una España urbana y
 europea, indistinguible en todos sus rasgos de cualquier sociedad 
urbana europea, y una España interior y despoblada (…). La comunicación 
entre ambas ha sido y es difícil. A menudo, parecen países extranjeros 
el uno del otro”. El entrecomillado pertenece a  La España vacía,
 un ensayo de Sergio del Molino publicado en 2016 que puso nombre a esa 
otra España y lanzó al debate de la opinión pública la magnitud de un 
problema sobre el que ya habían advertido antes, entre otros, la 
Federación Española de Municipios y Provincias (FEMP), que en 2015 había
 creado una comisión de trabajo sobre despoblación, y un grupo de 
profesores liderado por Francisco Burillo, catedrático de la Universidad
 de Zaragoza, que impulsan el Proyecto Serranía Celtibérica.
En un informe de enero de 2017, la FEMP llegaba a la conclusión de que 
más de 4.000 de los municipios españoles -es decir, la mitad del total 
que tenemos- se encontraban en esa fecha “en riesgo muy alto, alto o 
moderado de extinción: los 1.286 que subsisten con menos de 100 
habitantes, los 2.652 que no llegan a 501 empadronados y una parte 
significativa de los más de mil municipios con entre 501 y 1.000 
habitantes”.
En sus estudios sobre la que han llamado
 Serranía Celtibérica (una amplia región española en torno a las 
montañas del Sistema Ibérico que va desde las provincias de Valencia y 
Castellón a las de Burgos y La Rioja, pasando por Cuenca, Teruel, 
Guadalajara, Zaragoza, Soria y Segovia), el profesor Burillo y sus 
colaboradores son aún más contundentes. Denominan a la zona como la 
Laponia del Sur y afirman: “Con una extensión doble de Bélgica, sólo 
tiene censada una población de 487.417 habitantes y su densidad es de 
7,72 hab/km2. Cuenta con  el índice de envejecimiento mayor de la Unión 
Europea y la tasa de natalidad más baja. Este desierto, rodeado de 22 
millones de personas, está biológicamente muerto”.
Las diez provincias de la Laponia del Sur son solo una parte de la 
España vacía. Hay muchas otras provincias con zonas despobladas y en 
trance de quedar “biológicamente muertas”: Orense, León, Zamora, 
Salamanca, Ávila, Palencia, Ciudad Real…
“El 
vaciamiento de la mayor parte del territorio español, además de provocar
 un grave problema de desequilibrio socioterritorial, compromete también
 las cuentas públicas –encarecimiento de los costes de prestación de 
servicios públicos y sostenimiento de infraestructuras-, y supone una 
pérdida de potenciales activos de riqueza por el desaprovechamiento de 
recursos endógenos”, afirma la FEMP en su informe. Y añade: “Constituye 
un error considerar que invertir en el reequilibrio territorial y en la 
lucha contra la despoblación es un coste. Ha de ser entendido en 
términos de derechos de la ciudadanía a la igualdad de oportunidades y a
 su propia “tierra”, y de los territorios a contribuir con sus mejores 
fortalezas al crecimiento de su comunidad y su país. Es, pues, una 
inversión en cohesión social y territorial y en fortaleza y 
sostenibilidad del modelo económico y social”.
Apenas
 tres meses después de su informe, la FEMP proponía un amplio listado de
 medidas para resucitar a la España vacía y biológicamente muerta o 
camino de estarlo. Desde crear una mesa estatal contra la despoblación y
 una estrategia conjunta de todas las administraciones públicas hasta 
recuperar la Ley de Desarrollo Sostenible, incorporar de forma explícita
 a los Presupuestos de cada ejercicio de todas las administraciones 
públicas una estrategia demográfica, dar incentivos y bonificaciones 
fiscales a quien invierta en las zonas despobladas, impulsar sellos de 
calidad territorial para la producción local, gestionar viviendas ahora 
vacías, establecer legislativamente una carta de servicios públicos 
garantizados para los ciudadanos de dichas zonas o incluso lanzar un 
plan que reduzca la brecha digital entre la España despoblada y la 
España urbana.
“La lucha contra la despoblación 
–añaden en la FEMP- no es un fin. Es un medio para hacer el planeta más 
sostenible. Es parte de las políticas de sostenibilidad medioambiental. 
Es más sostenible repartir la población que concentrarla”.
La comisión de despoblación de la FEMP, que está compuesta por 
alcaldes, concejales y presidentes de diputación de PP, PSOE, IU y CiU, 
considera que el problema es de tal magnitud que hay que afrontarlo como
 “una cuestión de Estado”.
Mañana es tarde, comisionada Barreira. En los minutos de este texto ha seguido agravándose.
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OTRA COSA: Proyección documental 'Orosia, estrella de la montaña' 16 y 17 Junio
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OTRA COSA: Proyección documental 'Orosia, estrella de la montaña' 16 y 17 Junio
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