George Gonzalo y Spanish Revolution han compartido un enlace. eldiario.es
El auge de la ultraderecha se
veía venir en España. El fenómeno global ha prendido en un país que ha
blanqueado el fascismo y el separatismo catalán ha sido la mecha que ha
encendido el nacionalismo español. La derecha ha echado leña al fuego y
la izquierda no sabe cómo apagarlo. El PSOE andaluz, agotado por la
corrupción y el tiempo, ha caído empujado por el pacto de Sánchez con
los soberanistas, mientras la alianza entre Izquierda Unida y Podemos
sigue en descenso porque no tiene mástil de bandera al que agarrarse ni
una alternativa a la exaltación patriótica.
En las
elecciones andaluzas, lo de menos ha sido Andalucía, paradójicamente: la
mayoría ganadora ha votado para defender esa España que se siente
amenazada por los independentistas que quieren romperla, los inmigrantes
que quieren invadirla, el feminismo que quiere pervertirla y la extrema
izquierda que quiere destruirla. Ha ganado la "España de los balcones"
que decía Casado, la que se indigna por los chistes con la bandera o los
ataques a la Guardia Civil y la Policía Nacional, la del "a por ellos".
Una España que se ha rebotado contra el nacionalismo catalán y dice "mi
patria no es peor que la tuya". Ha ganado el "y yo más".
Tenía que pasar. Somos un país que no se quita de encima el muerto del
franquismo, tenemos una prensa reaccionaria que lleva años normalizando
la retórica de extrema derecha, los medios mayoritarios han apoyado a
una derecha radicalizada para evitar el cambio de régimen y enfrente
apenas hay oposición al giro ultra. El Partido Socialista es parte del
sistema, recula cada vez que se inclina hacia la izquierda y ha sido
penalizado por su pacto con el independentismo. Podemos, colocado ya por
sus enemigos en el extremo, se desgasta por los ataques externos, las
luchas internas, las incongruencias de sus líderes y, sobre todo, por su
incapacidad para articular un discurso transversal de país que haga
frente al discurso ultranacionalista.
Vamos de cabeza
al fascismo si la oposición no lo evita. El PP con los peores
resultados de su historia en Andalucía y Ciudadanos con los mejores, no
parecen tener problema en pactar con VOX, un partido ultra que quiere
suprimir la ley de violencia de género, la de memoria histórica y el
matrimonio igualitario, eliminar el aborto y el cambio de sexo de la
Sanidad pública o prohibir organizaciones políticas. Si eso no es
fascismo que exhumen a Franco y lo vea.
Pero la
izquierda y el centro izquierda cometerían un error si caricaturizan al
votante de ultraderecha. Ese elitismo no haría más que agigantar la
bola, como hemos visto en otros países. No es que la sociedad se haya
vuelto fascista de pronto, es que mucha gente se refugia de la crisis
global en lo local y encuentra en el patriotismo populista el alivio a
la incertidumbre. Las izquierdas tienen que ofrecer propuestas y
respuestas a la precariedad y la inestabilidad, no siempre preguntas y
protestas. Tienen que hablar como hizo el 15M de los problemas
materiales, hablar como hace el feminismo de la desigualdad, hablar de
lo que le importa a la gente, no de lo que le importa al partido. El
miedo al regreso fascismo puede movilizar a algunos afines, pero no
basta: hay que seducir, no insultar, al votante que se ha derechizado.
Por supuesto que el sistema y los medios que después critican a la
ultraderecha, crean las condiciones para que brote, pero no podemos
echar todos los balones fuera. Es el momento de comprometerse, hacer
pedagogía, movilizarse y reaccionar. Basta de buscar excusas. Más que
por la España de los balcones, hay que levantarse por la España que se
tira por el balcón.
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