domingo, 24 de febrero de 2019

Negociar con el diablo, de Juan Soto Ivars

Mateo Santamarta Paniagua ·  elperiodico.com  Juan Soto Ivars  14/02/2019      
La hoja de ruta de Torra termina con un Gobierno reaccionario en Madrid, necesita más gente harta de España y para ello construye frente a sí una España indeseable, retrógrada y grotesca


Quim Torra maneja la retórica bufa de la negociación y el diálogo con un desparpajo todavía superior al de sus antecesores. Se queja de que nadie lo quiere escuchar como un adolescente agraviado por las prohibiciones de la casa de sus padres, pero miente. Sabe que cada palabra emite un brillo particular y no se preocupa de brillar en sintonía con las que utiliza. Le dijo a Carlos Alsina que él vive, como Juan José Ibarretxe, atornillado a la mesa de negociación. Pues vale: desde esa mesa de negociación a la que vive supuestamente atornillado ha visto cómo caían, por su culpa, unos Presupuestos sociales y cómo iba detrás el único Gobierno que hemos tenido en siete años con el que el independentismo hubiera podido sentarse realmente a negociar.
¿Por qué lo ha hecho? Porque Torra no desea un interlocutor, sino una pared inflexible que desprecie a Catalunya y lo legitime a él. Torra necesita más manifestaciones patrióticas en Madrid, más ceños, más muecas, más gente enfurecida diciendo cosas como "putos catalanes". La retórica victimista requiere palos y parece que ni siquiera el juicio es suficiente, que falta un Ejecutivo rudo y castigador. ¿Y si condenan a los mártires de la causa y llega luego Pedro Sánchez y los indulta? ¿Con qué cara va decir a los independentistas que merece la pena seguir por la vía unilateral cuando en la Moncloa vive un tipo que está dispuesto a ofrecer todo lo que le permita la Constitución? Sin un adversario corrosivo, Torra no tiene razón de ser. Su verdadera hoja de ruta no termina en un referéndum de autodeterminación, sino con un Gobierno reaccionario en Madrid. Y si es con Vox en algún ministerio, mejor que mejor.
Habla a veces Torra de esa república con la que sueña. Un país copioso en derechos donde los servicios sociales funcionan como un reloj mientras el sol calienta la maraña de los pinos. Su problema es que no tiene poder suficiente para construirla. Paradójicamente, sí tiene poder para transformar España, y es a esto a lo que se dedica. Sabe que, por más que repita que el 80% de los catalanes creen en el derecho a la autodeterminación, la mitad constitucionalista de su sociedad castra las posibilidades reales de una independencia. Necesita más gente harta de España y para ello construye frente a sí una España indeseable, retrógrada y grotesca. Una España a la imagen de las peores fantasías del nacionalismo catalán, que te mira torcida con unos ojos pequeños y carentes de inteligencia.
El único vivero de independentistas potenciales que puede ampliar la mayoría lo suficiente como para despertar interés internacional está en el territorio de los Comuns, donde proliferaría un poco más esa idea de que España no tiene solución si Pablo Casado fuera investido presidente. No hay mejor forma de convencer a un izquierdista de que España es insoportable que alimentando el auge de la ultraderecha, y en ello trabaja Torra.
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