Fernando Broncano R · 28 de Marzo de 2019
La alarma que produjo en buena parte de la población española la elección de los 12 diputados de Vox en Andalucía nos llevó a proponer la creación de un “cordón sanitario” en torno al nuevo partido de extrema derecha, tal y como han hecho democracias europeas tan serias como Alemania o Francia. Entendíamos que el ascenso de esta organización machista, racista, franquista y xenófoba, que entra sin duda en la categoría de nuevas formas de fascismo eterno que teorizó Umberto Eco, ponía y pone en peligro la democracia misma, la convivencia social y los derechos duramente conseguidos tras la dictadura. Pasados unos meses, el sistema político y mediático no solo no ha impuesto el cordón sanitario a este grupo de pistoleros que añoran los tercios de Flandes. Al contrario, sus dirigentes han sido recibidos con honores en muchos medios de comunicación, incluida la televisión pública, y el cordón sanitario se ha aplicado más bien a todo el que pretende denunciar el seguidismo acrítico que esos medios conceden a la agenda de la ultraderecha.
Algunos gurús mediáticos argumentan que el regreso del fascismo hispánico a las instituciones es una realidad que no tiene sentido ignorar. Pero lo cierto es que este conjunto de señoritos y señoros no es políticamente una realidad consolidada. Es solo un proyecto incipiente, y muy peligroso, que intenta parecer rompedor pero que en realidad busca volver al pasado preconstitucional, imponiendo el discurso del odio desde un analfabetismo tabernario y sin complejos. Lo grave es que la mayoría de los medios de comunicación están contribuyendo a darles publicidad gratis et amore, otorgando desproporcionados espacios a las intervenciones de sus dirigentes, llevando a las tertulias y a los titulares las estupideces y provocaciones que sueltan cada día. La pelea por ver quién quita o pone más banderas o más lacitos; el derecho que deberían tener a llevar armas los “españoles de bien”, la defensa de la práctica de matar animales a tiros o de una estocada no son debates cruciales para el país. Y sin embargo, ocupan cada vez más espacio en televisión, prensa escrita y radios. Así, la organización neofascista consigue su primer objetivo: imponer su agenda y sus marcos a la opinión pública y a las fuerzas democráticas. Y mientras tanto, algunos trileros, que presumen a la vez de hacer periodismo de izquierdas y de ser la mano derecha del poder económico, comparan esas bravatas y disparates con las propuestas de Unidas Podemos, equiparando así las ideas de partidos democráticos con las ocurrencias de una formación liberticida.
Eso sí, del programa político y económico de la ultraderecha los medios hablan poco, probablemente porque sus dirigentes tampoco lo hacen, o quizá porque eso no da la suficiente audiencia. En España, el populismo fascista del siglo XXI ha tomado una forma diferente a otros lugares. Su primer objetivo es coartar todo lo referido al ejercicio de libertades públicas y políticas: desaparición del Estado de la Autonomías, prohibición de los partidos independentistas o que no renuncien al marxismo, supresión de la ley de Memoria Histórica y de las ayudas a las víctimas de la violencia machista y a los colectivos LGTBI. Lejos de lo que ocurre en otros países, nuestro fascismo no propone medidas de corte populista para los sectores más necesitados, ni pretende aumentar el papel económico del Estado. En eso son iguales al PP y a C’s, neoliberalismo puro y duro: todo para los ricos, nada para los pobres. Y mientras esto ocurre, los problemas reales –el aumento de las desigualdades que provocaron las políticas económicas tras la recesión; la pobreza infantil y el paro juvenil; los recortes a la Sanidad y la Educación; los desahucios y los desorbitados precios del alquiler o la desatención a la dependencia– pasan a un segundo plano y sólo figuran en la agenda de quienes los padecen.
La justificación de que se da una desmedida atención a las bravuconadas fascistas precisamente para que la opinión pública conozca lo que pretenden es propia de un periodismo chiringuitero e ingenuo, cuando no cómplice. Mostrar la violencia en el fútbol no sirve para combatirla. La forma es no permitir que se ejerza y aislar a quienes la practican. La sarta de barbaridades que propaga a diario la organización nacida bajo el influjo de José María Aznar y Rafael Bardají no es propiamente un programa político, sino meros trucos publicitarios. Contrariamente a lo que parece, no les desprestigia ante sus posibles votantes; al contrario, refuerza su imagen de machos alfa valientes y rupturistas. Puede ser muy sugestivo jugar con sus memeces para ridiculizarlos y atraer así más audiencia, pero se trata de un juego sumamente peligroso que terminaremos pagando. Los éxitos electorales de Trump y Bolsonaro, centrados en amplificar sus actuaciones personales más insolentes y soeces, así lo han demostrado. A dos semanas del inicio de la campaña para las Generales, llamamos a los medios a hacer un esfuerzo de responsabilidad y a no entrar en el juego de los fascistas. Y pedimos a los partidos de izquierda que negocien listas unitarias para no facilitar la llegada de la ultraderecha a los Gobiernos locales, autonómicos y estatal. Nos va en el envite nada menos que la democracia y la convivencia.
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