Se han hecho reformas en otros ámbitos de la Administración, pero el Ejército no se ha tocado, quizá para no despertar al monstruo dormido
(...) Los resultados de las últimas elecciones generales legitiman esa duda: el partido más votado en acuartelamientos y bases militares ha sido Vox, por no hablar de los altos mandos en la reserva integrados en las filas de ese partido, o que son miembros de la Fundación Franco.
Falta de transparencia
El Ejército español es todo menos transparente. Los ministros de
Defensa, en cuanto juran el cargo, se convierten en estatuas, incluso la
locuaz
Margarita Robles ha enmudecido. Sabemos muy poco del Ejército; se habló de él cuando el
accidente del Yak, un escándalo sobre el que se echó tierra, premiando al ministro de Defensa con una
embajada en Londres;
se vuelve a hablar, un día o dos, cuando con una frecuencia alarmante
se estrellan aviones o helicópteros militares, y mueren sus tripulantes.
La investigación y el juicio de los hechos corresponde a la
justicia militar, una jurisdicción
opaca donde
las haya, que siempre concluye que el fallo fue humano o, en alguna
ocasión, que no se sabe qué pasó y nadie es responsable (todo menos
indemnizar a las víctimas) (...)
El monstruo dormido
Es un ejército desproporcionado, con poco más de 80.000 soldados y marineros y 42.000
mandos;
es tal el exceso de estos, que hay coroneles al cargo de una piscina. A
la mayoría de los soldados los expulsan al llegar a los 45 años; los
mandos tienen un
retiro dorado. Un 65% de los 3.500 generales y coroneles del Ejército español está en
la reserva, cobrando el sueldo íntegro, situación que les permite trabajar, además, para la
industria de armamento. El español es un ejército que mima a los mandos y maltrata a la tropa, es la conclusión a la que he llegado tras ver el
programa de la televisión vasca,
EITB, 'La cara B del Ejército español', un programa muy instructivo
-que TV-3 no ha querido emitir-, que da voz al gran azote de la
corrupción militar, el exteniente Gonzalo Segura, a un general de Vox y a un exministro de Defensa, que ahora es
lobista de la industria militar,
y que aborda escándalos como el fraude en los contratos militares
(entre otros, el del submarino que no flota y que va a costarnos 4.000
millones de euros, un dinero que habría estado mejor invertido en
sanidad, educación o vivienda o, me atrevo a decir, en cultura), las frenéticas
puertas giratorias, las sentencias aberrantes en casos de
abusos sexuales… Los militares que denuncian ese estado de cosas son
acosados, vejados y, finalmente, expulsados (...)
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