lunes, 26 de agosto de 2019

Por qué hace falta un muerto en el Open Arms, de Patricia Simón

George Gonzalo y Bego Garcia Martin  han compartido un enlace. lamarea.com
Hoy Óscar Camps ha verbalizado lo que muchos llevamos días temiendo en silencio: que con esta nueva y refinada forma de tortura, Salvini esté buscando que la degradación física y mental de los náufragos encarcelados y hacinados en el Proactiva Open Arms termine desencadenando una tragedia que dé alas a sus teorías fascistas.
"Las pocas personas que no arrastrasen un síndrome postraumático antes de subirse a la patera lo están desarrollando ahora en esa celda a cielo abierto en las políticas de la UE e Italia han convertido al Open Arms".
Por Patricia Simón    19 agosto 2019

"Las pocas personas que no arrastrasen un síndrome postraumático antes de subirse a la patera lo están desarrollando ahora mismo en esa celda a cielo abierto en la que las políticas de la Unión Europea e Italia han convertido al Open Arms", escribe la autora.
Controlar la gestión del tiempo mediante la inacción es a veces el crimen de lesa humanidad más letal. Por eso, el primer castigo de los maltratadores suele ser el silencio, después viene la primera hostia. Solo los que están en una posición de poder pueden controlar los tiempos para convertirlos en una bomba de relojería.
Hoy, Óscar Camps, director de la ONG Proactiva Open Arms, tras describir en un vídeo la desesperada situación que se vive en la embarcación, preguntaba en referencia al bloqueo de la situación: “¿Qué más hace falta? ¿Muertos?”. De esta manera, el socorrista ha verbalizado lo que desde hace días tememos en silencio: que Salvini esté buscando que la degradación física y mental provocada por esta nueva forma de sitio que ha dictado contra el barco de rescate –a través del hacinamiento, el agotamiento y la desesperanza– siga mellando la moral de las 107 personas que llevan 18 días esperando tocar tierra, hasta que ocurra una desgracia que dé alas a sus teorías fascistas: que son violentas, que son peligrosas, que son una amenaza, que son seres indeseables que están mejor muertos y muertas que en nuestras calles.
Escribía Soledad Gallego Díaz en una indeleble columna de 2006: “Dicen que el dolor es real sólo cuando consigues que otro crea en él. Si no lo logras, tu dolor es locura. Es necesario creer en el dolor de los palestinos, acosados, atacados, asesinados, para que no caigan en la locura: hay que reconocer su dolor real, dar testimonio público de su sufrimiento, de su soledad y de su amargura, para evitar que caigan en la enajenación y en el suicidio”. Los náufragos que sobreviven física y mentalmente, a duras penas gracias a la tripulación del Open Arms, son esos palestinos a punto de caer en la enajenación y el suicidio. Por eso, no podemos permitir que, como advertía José Saramago en Ensayo sobre la ceguera, quede “oculto el crimen, reservados para otra ocasión los remordimientos” (...)


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