viernes, 14 de agosto de 2020

La muerte de un temporero en Murcia: jornadas de 11 horas a más de 40 grados y sin agua

 
María Martínelpais.com    3 agost
Eleazar Benjamín Blandón Herrera murió el sábado de un golpe de calor tras ser abandonado en un centro de salud de Lorca (Murcia). Lo llevaron en una furgoneta, lo dejaron en la puerta y se marcharon. En la plantación de sandías donde trabajaba se superaron ese día los 44 grados y, según cuentan los amigos de la víctima, a Blandón, en pie desde las cinco de la mañana, no le daban ni agua para refrescarse. Su familia denuncia, tras hablar con varios de sus conocidos, que los responsables no lo auxiliaron cuando comenzó a sentirse mal, que tampoco llamaron a una ambulancia, y que se demoraron hasta para dejarlo tirado en el ambulatorio. Su hermana Ana recuerda desolada al teléfono la frustración de un hombre que no podía permitirse dejar de trabajar, aun en las condiciones más duras. “Un día me llamó llorando: ‘Aquí a uno le humillan’, me dijo. ‘Me llaman burro, me gritan, me dicen que soy lento. Te tiran el polvo en la cara cuando estás agachado. No estoy acostumbrado a que me traten así’. Él y sus compañeros lloraban como chiquitos de impotencia cuando volvían del campo”, cuenta. EL PAÍS ha contactado con el empresario detenido, que no ha querido manifestarse hasta estar en presencia de su abogado.
Blandón, de 42 años, llegó a Bilbao en octubre del año pasado dejando en Nicaragua a su esposa embarazada de cinco meses y cuatro hijos. Su mujer, Karen, apenas puede articular palabra, tampoco escribir mensajes. No se lo cree. “Mi bebé no conoció a su papá”, escribe desde Jinotega (unos 140.000 habitantes, a 142 kilómetros de Managua), el municipio en el que vivían. “Solo quiero que me hable y me diga que está bien”.
La familia está espantada ante la versión de los hechos que han ido recopilando gracias a los testimonios de personas cercanas a Blandón. Según Ana, cuando su hermano se desmayó en pleno campo, la furgoneta con la que los habían llevado a la explotación de sandías no estaba y tuvieron que esperar. Nadie llamó a una ambulancia. “Cuando llegó la furgoneta alguien dijo [no sabe especificar quién] que había que esperar a que terminasen todos de trabajar para aprovechar el viaje. Los subieron, dejaron a cada uno de los trabajadores y, por último, lo dejaron a él. Lo tiraron en el centro de salud, ya desmayado”, relata. “Su futuro, lleno de ilusiones, sueños, esperanzas para sus hijos, su esposa y su madre, se vio truncado por personas que no tienen ningún tipo de aprecio, valor y estima por las personas más necesitadas”, escribe su hermana Karla desde Nicaragua (...)
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OTRA COSA:   Un anciano, un niño, un profesor, un sanitario, un poeta, no genera riqueza, de Marisa Peña



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