jueves, 29 de octubre de 2020

Así es cómo la televisión te convierte en fascista, de Manuel Ligero


  • MUY INTERESANTE, muy extenso, muy documentado. 
  • RECOMENDABLE SU LECTURA: Paquita Caminante

  • LAMAREA -  Manuel Ligero - 29 mayo 2020

Captura de Jesús Gil y Gil durante el programa ‘Las noches de tal y tal’. TELECINCO

Cuando Joshua Meyrowitz publicó su ensayo No Sense of Place, en 1986, no podía saber el desarrollo que iba a conocer el medio predilecto de su análisis: la televisión. El objeto de su estudio era cómo los medios electrónicos estaban transformando nuestro comportamiento cotidiano. Y no emitía juicios: la tele no era ni mala ni buena. Al estar expuestos a ella, nos llegaba de todo, lo que nos convertía en «cazadores recolectores de la era de la información».

Lo que veíamos en ella podía cambiar (y de hecho lo hacía) los roles sociales: era un igualador cultural (a su juicio la tele y la radio daban acceso a un conocimiento y una información que antes eran inaccesibles para las capas más bajas de la sociedad); podía, asimismo, convertir a los niños en adultos y a los adultos en niños; a los hombres en feministas y a las mujeres en trabajadoras por cuenta propia; podía constatarse, igualmente, cómo la tele disolvía las jerarquías y en ella los políticos aparecían como gente corriente, como «el vecino de al lado» (recuerden el reportaje de Ana Rosa Quintana en la antigua casa vallecana de Pablo Iglesias*) y a su vez el vecino de al lado se convertía en analista político (volviendo a Susanna Griso, fue ella quien concedió este estatus, entre otros, a Fran Rivera o José Manuel Soto).

Meyrowitz, además, concedía una especial importancia a los cambios en la interacción social, en el cara a cara entre ciudadanos y en cómo la tele había borrado la separación entre lo público y lo privado. Su trabajo tiene valor porque se anticipó varios años a un tipo de televisión que convertiría su análisis (basado en los programas de los años 80 y bastante aséptico) en una siniestra premonición.

En España, la irrupción de las televisiones privadas y de los medidores de audiencia en los años noventa cambiarían para siempre el modelo y el negocio televisivo. Sin caer en la nostalgia, en la televisión de los ochenta podíamos ver en un mismo canal al Fary diciendo burradas machistas y a Almodóvar y McNamara cantando Suck It to Me para pasar después a una entrevista de Vicente Botín a Fidel Castro. El país estaba construyéndose a sí mismo, culturalmente hablando, tras 40 años de dictadura y sus primeros pasos fueron erráticos pero no exentos de encanto.

Para 1992 ya estaba bastante claro hacia dónde nos encaminábamos. Los fundadores de Telecinco conocían muy bien la televisión que se estaba haciendo en Estados Unidos, tanto las series (Sensación de vivir, Melrose Place) como los talk shows (The Jerry Springer Show, cumbre del bizarrismo catódico), y su implantación en nuestro país fue un éxito tremendo, como lo había sido antes en Italia.

Antes de su desembarco en España, Berlusconi y sus Mama Chicho habían barrido a la televisión pública italiana en las preferencias del público. ¿Es él, que llegó a ser cuatro veces primer ministro entre 1994 y 2011, el principal responsable del desplome de la cultura italiana? Y lo que es más importante: ¿a lo largo de todos estos años de concursos, fanfarrias, machismo descarado y tertulias vocingleras, nos ha convertido en analfabetos funcionales? ¿Puede entenderse el ascenso de Salvini sin 25 años de berlusconismo? Y más aún: ¿puede entenderse el ascenso de Abascal en España sin la atención recibida por los canales privados? En pocas palabras: ¿Mediaset nos ha hecho fascistas?

Esta incógnita fue objeto de un detallado estudio conjunto de la Universidad Pompeu Fabra, la Universidad de Milán y la Universidad de Londres que recogió The Washington Post. Según Rubén Durante, investigador de la institución catalana, los jóvenes que crecieron viendo los canales de Mediaset durante su etapa de formación “son cognitivamente menos sofisticados y menos cívicos” que quienes lo hicieron viendo la televisión pública.

Pero Mediaset no es la única empresa que contribuye a que haya votantes de, en palabras del Post, “candidatos populistas que venden mensajes simples y respuestas fáciles”. Hoy todas lo hacen en mayor o menor medida. Aunque, claro, solo una televisión se atrevió a desnudar a Jesús Gil, meterlo en un jacuzzi rodeado de chicas en bikini y ponerlo a propagar sus remedios elementales para arreglar España.

Desde hace años hay un esquema que recorre las redes sociales para explicar el crecimiento de los crímenes de odio. Fue denominado la Pirámide del Odio y la Violencia. La tesis era que, a través de diversas fases, lo que empezaba siendo un simple desprecio o un chiste a priori sin importancia podía culminar, en el seno de una sociedad empapada de esos mensajes, en una violación, un homicidio e incluso en un genocidio.

Este esquema, que podría tacharse con razón de básico y tremendista, ha sido reinterpretado en diversas ocasiones y para muchos usos distintos. ¿Podríamos hacer lo propio con los programas de televisión? ¿Podríamos tirar de un hilo que nos condujera desde una inocente entrevista con unas hormigas de peluche a ver sentado en el Consejo de Ministros a un político de la ultraderecha?

La televisión de la crueldad

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La televisión de la broma

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La televisión de la normalización

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Y la desinformación

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La televisión de la desinformación destaca por dar prioridad a la opinión frente a la información. Está llena de tertulias, un formato especialmente exitoso, y en ellas, por supuesto, se guarda el mínimo de pluralidad exigible para no caer en la total desvergüenza. En los últimos tiempos ha sido singularmente llamativo el fenómeno de las puertas giratorias para los expolíticos, en su inmensa mayoría de derechas (o revelados, por fin, como tales, como es el caso de José Luis Corcuera o Joaquín Leguina): Juan Carlos Girauta, Cristina Cifuentes, Celia Villalobos, Manuel Cobo, José Manuel García Margallo… Si el periodismo se guiara por la máxima de Izzy Stone (“Todos los gobiernos mienten”), se invitaría a los políticos a los platós para responder a preguntas, no para cederles un púlpito desde el que seguir haciendo política activa lejos de sus escaños. Es evidente que también se hacen entrevistas para rehabilitar a un político, no hay más que ver las atenciones que Isabel Díaz Ayuso ha recibido en El programa de AR, pero al menos es el formato correcto y una forma de guardar las apariencias.

Obviamente, también con la información se desinforma, no solo con la opinión. Informativos Telecinco, el programa que dirige Pedro Piqueras (no es el único caso pero sí el más evidente por ser, además, el telediario más visto de España con mucha diferencia), está lleno de sucesos, la sección favorita del periodismo sensacionalista. Para este apartado también tenía Bourdieu una tesis pertinente. Decía el sabio francés en un juego de palabras intraducible: “Le fait-divers fait diversion” (‘Los sucesos divierten’). Divierten, atraen a la audiencia y conforman una imagen del mundo.

Hay una vieja máxima de la prensa amarilla anglosajona con la que suelen explicar cómo eligen sus temas y qué extensión le dan: “Tetas, perros, niños y un miembro de la familia Kennedy”. La diferente composición y combinación de estos ingredientes puede dar lugar a un texto breve o a un especial de varias páginas. España también ha consumido este tipo de productos, pero entre lo picante y lo sangriento, siempre tuvo debilidad por lo segundo. Podría decirse que el periódico El Caso desapareció por verse incapaz de competir en el terreno de la crónica negra con la televisión.

“La sangre y el sexo, el drama y el crimen siempre han vendido bien. Y ha sido el reinado de las audiencias el que los ha devuelto a las portadas de los periódicos, a la apertura de los telediarios, cuando hasta hace poco estos temas, a causa de una preocupación por la respetabilidad impuesta por el modelo de prensa seria, habían sido sido apartados o relegados”, explicaba Bourdieu. La bestia grande y fuerte, otra vez.

Ahora bien, es importante aclarar que eso que ocupa tantísimo tiempo en los informativos de Piqueras no es el mundo. “La elevación de los sucesos a noticias de primer rango los transforma en realidad social”, explicaba el sociólogo Laurent Mucchielli. “Así, los sucesos no solo dan pie a un discurso sobre una violencia que se ha hecho insoportable, sino también sobre que la violencia aumenta, que se fortalece… Lo que, sin embargo, es tan falso como decir que los aviones son hoy más peligrosos y se estrellan más” solo porque hay muchas noticias de accidentes en la televisión.

El grado más perverso en el tratamiento de la información de sucesos se alcanza cuando las mismas imágenes violentas se repiten en bucle, una y otra vez, para conseguir un efecto de saturación. Y para ello, en el caso español, se ha elegido un lugar predilecto: Barcelona. A fuerza de repetir día tras día las mismas imágenes (una pelea a machetazosel robo del reloj a un turista; los ejemplos son reales y ocuparon todos los tramos informativos a lo largo de varios días) podría llegar a creerse que Barcelona es una ciudad sin ley en la que es mejor no poner un pie. Y esto, además de ser mentira, es también una forma política de “configurar el mundo, nuestro mundo”, como decía Lolo Rico.

Los magacines matinales usan este recurso de las imágenes en bucle hasta la náusea. La pantalla se divide en dos, en una mitad está el conductor o conductora del programa haciendo una conexión con el enviado especial y en la otra mitad se repiten imágenes del suceso. Una y otra vez, una y otra vez, durante minutos y más minutos de preciosa televisión. Al cabo de varios días es posible que pienses que el mundo es un lugar horrible y que hace falta que llegue alguien con mano dura que pare todo esto.

Pero para convertirte en un verdadero fascista* todavía hay que dar un paso más. Cuando te den a elegir entre dos informaciones, una veraz y otra a todas luces falsa, debes elegir voluntariamente la segunda. Has de tomar partido por la mentira, sabiendo que es mentira, y hacerlo sin que eso te importe ni te impida compartirla. Parece algo irracional pero funcionó en la campaña del Brexit en el Reino Unido, funcionó con Trump en EEUU y funcionó con Bolsonaro en Brasil. También puedes intoxicarte voluntariamente con determinados personajes que encontrarás en la red, pero también en la televisión. No tiene pérdida.

«Fascista», según la RAE: 1. Perteneciente o relativo al fascismo. 2. Partidario del fascismo. 3. Excesivamente autoritario.


OTRA COSA:    Confusión entre 'Ego' y 'yo', de Fernando Broncano



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