Berta Camprubí
La fe y las congregaciones evangélicas, pentecostales y neopentecostales crecen en todo el mundo mientras colocan líderes políticos de extrema derecha en las instituciones e instalan una “agenda social anti-derechos”
“Tú eres mi dios, todo glorioso, en quien coloco toda mi confianza, toda mi esperanza, señor. Por qué por aquel que cree, todo es posible”, exclama el pastor Misael Tenorio de la Iglesia Evangélica Manantial De Vida En Cristo, en una pequeña caseta hecha de guadua y bareque de una comunidad rural del norte del Cauca. Quince personas están a su alrededor, con los ojos cerrados, las manos levantadas, dos de ellas arrodilladas en el seulo. Una escena que se reproduce cada domingo, y a veces a diario, aquí y en miles y miles de comunidades de todo el mundo, sobre todo de América, pero también de África y de Asia. “Para mí ser evangélica es algo muy grande y allá donde vayamos tenemos la obligación de llevar la palabra del señor”, asegura Gloria Ortega, feligresa de la iglesia Unión Misionera Colombiana.
Se calcula que hay más de 900 millones de personas que profesan esta creencia en el mundo, entre las de corrientes evangélicas, pentecostales y neopentecostals, una cifra en crecimiento constante desde hace cuatro décadas. El caso de América Latina es paradigmático y llama la atención de pensadoras y activistas que luchan por la defensa de la vida. Y es que una de cada cinco latinoamericanas es miembro de una congregación evangélica según una encuesta del Latinobarómetro del año 2017 realizada en 18 países. Más de 100 millones de personas seguidoras de una fe que no está llegando solo a las comunidades más remotas de la Amazonas o en los pueblos más elevados de los Andes, también ha llegado a la mayoría de parlamentos latinoamericanos.
Estas congregaciones han demostrado ser capaces de ofrecer a una sociedad caracterizada por la desigualdad social y la ausencia de prestaciones públicas de lo que en occidente han llamado Estado del Bienestar, un tejido comunitario al que acogerse, un apoyo a veces emocional, a veces económico. Su discurso, sin embargo, viene acompañado de postulados conservadores como la oposición al matrimonio homosexual o el aborto y toda una batería de valores tradicionales que según los colectivos y organizaciones preocupados, amenazan los derechos sexuales y reproductivos e incluso los derechos humanos (..)
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