domingo, 7 de febrero de 2021

Afganistán. Y ahora imaginen una cárcel de mujeres en

 

| Por NAZANÍN ARMANIAN  
10/1/21
 

 

"Cientos de mujeres pasarán largos años con sus hijos en estos agujeros, y, cuando cumplen sus condenas, puede que no sean liberadas debido a la burocracia y, si lo son, esta libertad puede significar una muerte segura, esta vez a mano de sus familiares"

Y ahora imaginen una cárcel de mujeres en Afganistán

En la noche del domingo 29 de marzo de 2020, un grupo de mujeres presas de la cárcel de Herat, Afganistán, protagonizó un motín en protesta por la inexplicable discriminación de otorgar el permiso de salida a algunas reclusas para evitar la propagación del coronavirus, mientras que a otras muchas no. Y eso sucede cuando, por la exigencia de EEUU —que busca una paz a cualquier precio con los Talibán—, el Gobierno afgano ha aceptado excarcelar a unos 5.000 reos del grupo fascista.

Hace casi dos décadas, los países de la OTAN, en uno de esos timos de las "intervenciones humanitarias", prometieron que, a cambio de apoderarse del estratégico Afganistán y sus recursos, harían de bombero pirómano y liberarían a las mujeres de la opresión de los yihadistas, que habían convertido el país en el peor del mundo para nacer mujer. Esta categoría hoy le queda corta al país centroasiático: a la violencia de los talibanes, que controlan gran parte del país, se han sumado la de decenas de miles de soldados y contratistas de la Alianza Atlántica, que han montado sus propios burdeles en las bases militares y hoteles, secuestrando o "arrestando" a las mujeres y niñas afganas, y también la de un gobierno títere que con sus leyes medievales sostiene la tercera pata de este triángulo de la guerra contra la mujer, aprovechando las tradiciones patriarcales arraigadas en la sociedad afgana.

"Patadas y palizas" es el maltrato más habitual que sufren las afganas. Afeitar la cabeza de la mujer, quemar su cara con agua hirviendo o cortarle la nariz y las orejas son otras formas singulares de la barbarie machista en este país. No es una contradicción que el mismo hombre que ha colocado su honor en el cuerpo de la mujer sea capaz de alquilarlo por horas a otros hombres -en la provincia Nangarhar, por ejemplo- o la ponga en subasta, mientras por este mismo "honor" le prohíbe a ella entrar en el mercado de trabajo, tener algo de seguridad económica y, por lo tanto, poder (...)

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