23/01/2021
Es normal que Joe Biden y Kamala Harris se deshagan en elogios por la Shining Hill y el excepcionalismo estadounidense. Nadie debería extrañarse de que un veterano de Washington como Biden anuncie en su discurso de inauguración que “la democracia ha prevalecido” ni que The New York Times destaque la frase en portada con un cuerpo de letra 56 y a cinco columnas.
Lo que no es normal es que nosotros nos lo creamos. Y menos que empecemos a creer que, ante el peligro trumpista, es necesario cerrar filas con Mark Zuckerberg, Jamie Dimon (JP Morgan) y Madeleine Albright, bajo el pretexto de que –por muchos errores que hayan cometido– son todos comprometidos luchadores antifascistas.
Paul Mason ha sido el pionero de esa escuela. Insiste en formar un frente unido contra la ultraderecha en el que puede incluirse hasta la banca internacional. “La izquierda debe decidir cuál es el principal enemigo, las corporaciones neoliberales o los movimientos fascistas”, escribió en el New Statesman. “Yo haré causa común con el consejo de Goldman Sachs contra ellos (los fascistas)”. Mason ha sido un excelente periodista pero, a mi modo de ver, esto es un delirio digno de QAnon.
Para mí, la idea de que todos deberíamos formar una cadena humana antifascista en torno al Capitolio cogidos de la mano de los billonarios de Silicon Valley y Wall Street, en defensa de “una de las democracias mas reverenciadas del mundo” (Alexandria Ocasio-Cortez dixit), es bastante más peligrosa que Donald Trump (...)
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