Victor Manuel Pelegrino VargasVAMOS POR LAS GENERALES 5/5/21
Pablo Iglesias se va. Deja todos sus cargos tanto en la política institucional como en Podemos. Se va de la misma forma que llegó: con generosidad e inteligencia. Se va porque es consciente de que los medios de comunicación lo han convertido en el villano más odiado de España. Es el precio a pagar por haberse enfrentado al Estado del 78, al establishment que el franquismo dejó en herencia. Rozó con los dedos tocar el cielo por asalto pero el poder mediático concentrado se encargó de diabolizarlo hasta que las familias desahuciadas terminaron odiando al hombre que quería parar los desahucios.
Iglesias es una rara avis política y, quizás, por eso se va tan pronto, a los siete años de irrumpir con fuerza en las elecciones europeas de 2014. Iglesias es más del mundo de las ideas que de los aparatos, por eso todas sus decisiones políticas han sido en clave externa y no a la interna. Iglesias es más de política que de partido, lo que fue clave también para que le naciera otro partido en el interior de Podemos, de lo que se enteró por un mensaje en Telegram. El ya exdirigente político quiere ganar, no tener razón, por eso dimite cuando es consciente de que no puede ganar porque sus enemigos, que son muchos y poderosos, se han encargado de que su popularidad esté por los suelos sin posibilidad de ser reseteada, que es un privilegio que los medios sólo le otorgan a las formaciones del bipartidismo.
En lo personal, Iglesias ha perdido más de lo que ha ganado en esta aventura política. Ha perdido algo tan valioso como el anonimato. No sabe lo que es llevar de la mano a sus tres hijos al parque porque hordas de ultraderechistas lo acosan delante de su casa. Ha tenido que soportar que los medios de las cloacas se salten la tapia de su casa para grabar a sus hijos. Se ha visto obligado a cambiar de guardería a sus hijos porque los medios de la ultraderecha acosaban a las monitoras. Ha tenido que ver publicado en un periódico las ecografías de sus hijos. Lo amenazaron de muerte enviándole cuatro balas, una para él mismo, otra para su pareja, otra para su padre y otra para su madre. Demasiado sufrimiento para tan poca dote. Iglesias podría haberse quedado en la Universidad Complutense dando clases de Ciencia Política y creando productos mediáticos para la batalla de las ideas, que es lo que hacía y como se ganaba la vida antes de 2014, pero decidió poner el cuerpo para liderar el espacio de la indignación que nació con el 15-M, reventó el tablero político español y habló el idioma del pueblo que sufre las tropelías de las élites (...)
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