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HENRIQUE MARIÑO / AMANDA GARCÍA / JAIME GARCÍA-MORATO
Fidel Cordero 12/6/21
Cuando llegaron de niños a Madrid, su madre, a través de los cuentos, esbozaba un futuro prometedor. Aquellas palabras amortiguaban el dolor. Con los años, ¿el teatro ha completado ese relato?
Sí. De alguna manera, el teatro ha completado ese relato que empezó a contarnos mi madre desde pequeños. Crecimos con esa conciencia de que el relato te puede distraer, te puede salvar y te puede hacer entender cosas que faltan... Porque había cosas que no comprendíamos e información que nos faltaba. Entendimos que había algo en [el hecho] de contar historias que te puede sanar el corazón y que puede hacer que llenes con lo que tú quieras esos huecos.
¿Y cómo traducía su madre la ausencia de su padre, Diego Fernando Botto, en palabras bonitas?
Mi madre nunca nos ocultó la realidad. Evidentemente, nos la traducía a lo que podíamos entender en cada momento. Pero nunca nos dijo Papá está en viaje de negocios, como la película de Emir Kusturica. Siempre tuvimos conciencia de que algo dramático había pasado. Al principio pensábamos que quizá lo habían detenido y estábamos esperando a que lo soltaran. Después, poco a poco, fuimos comprendiendo la complejidad de la situación en Argentina y que posiblemente no lo habían soltado nunca.
Es un doble dolor, como el de la viuda del marinero que naufraga y desaparece en el mar. A la pérdida hay que sumar la ausencia, porque la esperanza de que aparezca algún día siempre estará ahí.
Supongo que la mujer del marinero está siempre mirando el mar, a ver si hay un barco que vuelve en el que puede estar su marido. Sí, nuestra infancia fue eso: por qué no, quizás ha sobrevivido… Mi hermana María y yo pensábamos: "A lo mejor tiene amnesia y consiguió escapar, pero no recuerda. No sabe dónde estamos y por eso no nos busca". Es muy difícil no mantener esa esperanza, porque uno quiere mantener vivo a su padre. Y en el caso de mi madre, también, aunque ella tuvo conciencia mucho antes que nosotros de que lo más probable era que estuviera muerto.
Eso fue un proceder sistemático, que se dio en todas las zonas, y que obedecía a un plan preestablecido. Que a día de hoy mencionar el tema —no ya buscar los cadáveres— todavía genere resquemor habla de la deuda democrática que tenemos con aquellos que abrazaron la democracia.
Cuando algunos partidos se niegan a recuperar sus restos, ¿se están autoproclamando, consciente o inconscientemente, herederos del bando nacional o franquista?
Supongo que sí. Cuando alguien se niega a ese mínimo gesto de reparación y restauración —que es asumir y permitir que el Estado busque a aquellos que están enterrados en fosas comunes y repartidos por las cunetas de España para que sus seres queridos los puedan enterrar dignamente— entiendo que está asumiendo la reivindicación de un bando. Lo triste es que una inmensa parte de la población desconoce que eso sucedió, o por qué, mientras que mucha gente que lo vive en carne propia piensa que su historia es individual y no que forma parte de un drama colectivo.
Eso tiene que ver con una falta de educación: desde la llegada de la democracia, no se ha peleado por instaurar un relato que nos cuente que aquí no hubo una guerra entre hermanos, sino —como bien señalaba una resolución de Naciones Unidas en 1946— un régimen fascista, amparado por los nazis y por los fascistas italianos, que se consolidó durante cuarenta años en el poder liquidando a los opositores y a los que pensaban distinto.
Cuando no tenemos memoria sobre lo que fuimos y lo que nos pasó, es muy difícil poder construir consensos comunes. Para ello es necesario estudiar lo que sucedió (...)
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