La derecha reaccionaria siempre ha tenido la habilidad de endosar la culpa de todos los males de España a la parte progresista. Y eso se consigue mintiendo y sembrando el miedo. Un ejemplo: Esperanza Aguirre decía estar convencida de que con gobiernos “comunistas” como el actual volverían las checas a las calles de Madrid. En el Parlamento, la derecha y la extrema derecha cargan una y otra vez contra el Gobierno que “pacta con comunistas, republicanos, separatistas, supuestos filoetarras, etc.” (algo que también hizo el ínclito Aznar cuando le convino), metiéndolos a todos en el mismo saco, aunque ni ellos crean lo que dicen. No es que sean tontos, es que son malos y no tienen otro argumento que el heredado de Franco, para quien todo no adepto al Movimiento era “rojo” y “antiespañol”.
El PP, con el simpático Rajoy al frente, también ensayó en su momento esa suerte de estúpida simplificación: la ciudadanía española se divide en dos, la “gente de bien” ( o sea ellos, porque robar no está mal visto si no te descubren) y todos los demás, no importa si se trata de republicanos, comunistas, homosexuales, transexuales, lesbianas, separatistas, nacionalistas, anarquistas, o lo que sea. ¿Cómo calificar al resto de ciudadanos que no son “gente de bien”? ¿“gente de mal”? No cuela. Faltan apelativos únicos y excluyentes, como los que inventó Franco.
Pero he aquí que hace unos años renace la “derecha valiente”, llama a sus padres peperos “derechita cobarde” y vuelve a hablar de comunistas, rojos, antiespañoles, invasión, reconquista, cruzadas y otras zarandajas fascistoides ¡Hostias, qué susto!
El fascismo, ayer como hoy, supone un peligro real, y su mejor caldo de cultivo son las democracias débiles o fallidas (¿Lo es la nuestra? Muchos pensamos que sí). Su alimento es la incultura, la mentira, pero también la ligereza de ciertos políticos que, como Felipe Gonzalez y los felipistas, sostienen que España está “inmunizada contra el fascismo” (...)
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