ES.ARA.CAT 20/07/2021 Josep Ramoneda
Es evidente que la Constitución, como toda ley, está para cumplirla. Pero no se puede situar nunca en un territorio trascendental más allá de la legitimación que le da la ciudadanía que la ha votado.
1. Tabú. La Constitución no se puede sacralizar, entre otras cosas, porque si la democracia se funda es precisamente para no tener que depender del imperio de lo que es sagrado. Si la ley es un marco de convivencia que se dan los ciudadanos libremente, ni puede tener un estatus de intocable ni puede ser tabú cambiarla cuando deja de ser útil y se debilita el consenso a su alrededor (que es una condición básica para que la ciudadanía la respete). Es evidente que la Constitución, como toda ley, está para cumplirla. Pero no se puede situar nunca en un territorio trascendental más allá de la legitimación que le da la ciudadanía que la ha votado. Y no se tiene que tener miedo a renovarla. Forma parte de un principio básico de vida: la capacidad de cambio y adaptación que nos permite avanzar.
La conversión de la ley fundamental en tabú es un indicio de la crisis de una sociedad. Al considerar que reformarla para adaptarla a la realidad es un riesgo se está levantando acta que el acuerdo básico sobre las instituciones tambalea: que no hay el mínimo común denominador que fundamenta su estabilidad. Y que la lógica democrática de la normal evolución de la legalidad en función del devenir de una sociedad se rompe porque unas fuerzas que pueden sentir amenazado su poder se ponen de acuerdo para impedir cualquier reforma. Mal pinta pues si la ley se convierte en un absoluto, cuando, por definición, tiene que ser adaptable a la mejor manera de hacer efectivos los derechos básicos que permiten que los ciudadanos sean sujetos y no objetos (...)
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