BLOGS.PUBLICO.ES 8/11/21
No se puede construir un mundo mejor sin buenas personas. Cada día estoy más convencido de que la revolución empieza por uno mismo, y, aunque suene a tópico, hay demasiada verdad en ello como para que no te des de bruces constantemente con enormes contradicciones. Porque uno no es infalible. Y porque el hábito no hace al monje. Porque incluso quien te promete una sociedad mejor, a veces no es capaz de ser buena persona ni siquiera con su entorno más cercano. Y eso no se esconde detrás de un pin o de un avatar en tu perfil. Por eso creo que olvidamos a menudo reivindicar algo tan básico como la bondad, el ser buena gente, por pura coherencia con lo que predicamos.
He tenido la suerte en esta vida de haber conocido personas de todo tipo, de distintas clases sociales, ideologías, confesiones, entornos y profesiones, que me han ayudado a romper estereotipos y a relativizar determinados asuntos. En todos estos grupos he encontrado buenas personas, pero también seres despreciables a quienes no les daría ni la hora. Tampoco soy tan inocente como para desligar la responsabilidad de cada uno de su personaje. Eso de 'siempre saludaba' o que era muy buen vecino, amigo de sus amigos y hasta cariñoso con su perro, no me vale si luego, pudiendo cambiar un poco el mundo, no hace nada, o incluso contribuye a hacerlo peor. Puedes ser un buen tipo con tus vecinos mientras legislas contra los derechos de determinados colectivos, firmas el desahucio de una familia en riesgo de exclusión o te lías a ostias con dos mujeres que se besan por la calle. Puedes ser un papá genial mientras torturas a un detenido en comisaría o cierras la venta de bombas de racimo y fósforo blanco con un país que masacra civiles. Pero hoy no hablo de esta gente, ni del Hitler amante de los animales, ni del empresario millonario del textil regalando material médico a los hospitales mientras sus prendas son fabricadas por niños en Asia. De estos personajes no espero nada. Su caridad o su sonrisa no me interesan.
Hoy hablo de quienes se supone que están en el lado bueno de la historia, no el que reivindicó Ayuso cuando la llamaron fascista, sino justo el contrario. Porque he tenido la suerte de conocer a muy buenas personas que de verdad representaban lo que predicaban. Ejemplos que me sirven para recordar por qué estoy aquí, en este lado de la trinchera, y poder mantener la posición realmente convencido. Seguir teniendo fe en la humanidad y en el cambio social, en que es posible otro mundo. Por esto siempre he pensado que los valores que representa la izquierda, ese sentido de la responsabilidad para con los demás, esa solidaridad, esa empatía y ese apoyo mutuo en el que me he criado políticamente es lo propio de las buenas personas. Algunos lo llaman superioridad moral de la izquierda. Ignacio Sánchez-Cuenca publicó un muy buen libro justo con ese mismo título donde se dan bastantes claves sobre lo que hoy trato de explicar en cuatro párrafo (...)
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