Toni Alvaro 10/11/21
Hace 10 años nos dejaba Trinidad Gallego Prieto, que se había venido al mundo en el muy distinguido barrio de Salamanca, en Madrid. Hija de costurera y nieta de portera, no vayan a creer, que igual pensaban que la distinción se lustra sola. La madre, Petra Prieto, trabajaba jornadas interminables y apenas pasaba por casa, el padre se había dado el piro antes de su nacimiento, así que Trinidad creció al lado de su abuela, Trinidad Mora.
Al quedar huérfana de madre a los 12 años, Trinidad Mora se vino a Madrid con su padre y sus hermanos montados en un burro desde Cogolludo, Guadalajara. Trabajó en lo que iba saliendo, sirviendo, fregando. Se casó y tuvo tres hijas para quedarse viuda por un accidente laboral. Dejó a las tres hijas en la inclusa para seguir trabajando en lo que iba saliendo, sirviendo, fregando, hasta poder colocarse de portera. Fue a buscar a sus tres hijas a la inclusa y una se había muerto. En esa portería se vino al mundo Trinidad Gallego.
La abuela metió a la nieta en el colegio municipal que había en el principal del edificio, que la quería con estudios para que dejara de gastar alpargatas y pudiera llevar zapatos. Cuando no está en clase, Trinidad está ayudando a la abuela o hace de canguro de los hijos pequeños de un médico de la escalera y por lo menos merienda gratis y descubre que hay unos objetos extraños llamados juguetes.
A los 14 años va a la academia municipal a aprender taquigrafía, mecanografía y francés, y un día, enseñando un piso de la finca al secretario de la cámara de comercio inglesa, el míster le ofrece un trabajo, cuarenta pesetas al mes. Allí, una de las mujeres de la limpieza, le habla de un salón de té para gente fina que necesita personal. Y la contratan para el guardarropa y la pastelería en Sakuska, en Alcalá, 150 pesetas al mes de septiembre a mayo. Ahí está Trinidad vestida de rusa, con medias y gastando tacón, en contacto con la hipocresía más rimbombante de la Corte.
Animada por su abuela, estudia para enfermera con la idea de llegar a matrona y de enfermera en prácticas descubre que la sanidad a pie de cama está en manos de las monjas, no siempre imbuidas de amor al prójimo. Trinidad se hace practicante y matrona mientras llega la II República. El 1935, bienio negro, está en la creación del Comité de Enfermeras Laicas. Y ya de paso se afilia al PCE.
Con las primeras explosiones tras el golpe de Estado fascista de julio del 36, Trinidad se incorpora como enfermera jefe al Hospital San Carlos para atender a los primeros heridos y ver los primeros muertos. Apenas saldrá de allí en toda la guerra. Cuando termina, un vecino falangista denuncia a toda la familia de Trinidad y dos soldados se la llevan detenida con su madre y su abuela, que ya tiene 87 años y pasará la noche tirada en un sótano.
Las tres mujeres son encarceladas en Ventas, en la tercera galería, compartiendo celda con ocho mujeres más en un espacio pensado para dos. Las condenan a treinta años y un día. Las condenan a enfermedad, miseria y una dieta de lentejas aguadas con gorgojos o vaya usted a saber qué es eso que se mueve en el plato. Los niños de las presas mueren, no como chinches, que los chinches viven allí a sus anchas, un día sí, otro también.
Trinidad Gallego acaba trabajando de enfermera, con su madre y su abuela de ayudantes, y a pesar de los pesares conseguirán salvar muchas vidas menudas, asistir a partos con rasgos de humanidad. Luego las trasladan a la prisión de Amorebieta y siguen con su labor, hasta que vuelven a reclamar a Trinidad en Madrid para un nuevo juicio. Le caen doce años más de condena.
En 1941 salen en libertad condicional y condena de destierro. A Trinidad le proponen dejarlas tranquilas si trabaja de delatora para capturar comunistas. Cumple destierro en Alicante. Poco tiempo, que en febrero del 42 vuelven a detenerla y encerrarla en Ventas. Pasará dos años y medio atendiendo a las embarazadas y los niños. Cuando sale su abuela ya ha fallecido.
Un cirujano, conocido de antes de la guerra y que está con los vencedores, le ofrece trabajo en su clínica en Baena. Aguantará tres años, violada por el cirujano cada vez que se le antoja al señorito. Aquejada de anemia perniciosa conseguirá colegiarse como matrona y ocupar plaza en Jaén. La volverán a detener por atender al maquis y de vuelta a Ventas. No saldrá hasta 1949, para enterarse de que su madre ha muerto.
Trinidad Gallego tuvo que esperar a 1969 para que le fueran reconocidos de nuevo sus títulos de enfermera y comadrona. Instalada en Barcelona, en 1997 es una de las fundadoras de Mujeres del 36, ofreciendo su testimonio en charlas en institutos y universidades, porque, en cierta manera, rescatar la memoria tiene algo de parto, volver a traer niños y niñas al mundo.
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