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Beatriz Navarro y Tervuren. Corresponsal 5/12/2021
Manuel Barrientos VillazónLA COMMUNE
Llueva o luzca el sol, los hermosos parques, jardines y lagos que se extienden frente al Museo de África en Tervuren (Bélgica) son un regalo para la vista todas las estaciones del año. Pero como puede leerse en uno de los sótanos de este antiguo templo de la propaganda colonial, obra del rey Leopoldo II, “todo pasa, excepto el pasado” y la institución, que ha llevado a cabo una profunda transformación para admitir su papel en la propagación del racismo y el silencio ante los abusos cometidos en África, sigue expiando sus pecados.
Fue en esos mismos parajes, coincidiendo con la exposición universal de Bruselas de 1897, donde Leopoldo II hizo construir tres poblados africanos. Sus habitantes eran 296 congoleños traídos para la ocasión desde el Estado independiente del Congo, un inmenso territorio entonces propiedad del monarca. Su objetivo, atraer inversores y ganarse el apoyo de la opinión pública para su empresa colonizadora.
Londres, Barcelona París, Viena...Todas las grandes urbes tuvieron sus exposiciones sobre ‘el otro’ o ‘los salvajes’
Para siete de esos congoleños, el capricho real resultó fatal. Seis hombres y una mujer de menos de 25 años fallecieron como consecuencia de las enfermedades, el frío y el agotamiento. Pero a ojos de Leopoldo II la iniciativa fue un éxito (un millón de personas visitaron la “exposición”) que le animó a construir allí el Museo Real de África Central, una pieza clave en la difusión de los estereotipos racistas que sirvieron de base teórica del colonialismo.
Hasta marzo del 2022, la institución acogerá la exposición itinerante Zoos humanos comisariada por el historiador francés Pascal Blanchard y el colectivo Achac, en colaboración con los especialistas belgas Maarten Couttenier y Mathieu Zana Etambala para poner el foco en el papel de Bélgica en este fenómeno, que en fue realidad mundial.
"La propaganda colonial utilizó todos los canales a su disposición"
La exposición repasa las teorías sobre la raza que, pese a su nula base científica y de que ya entonces eran contestadas, sirvieron
de cuerpo teórico del colonialismo. Cromos, postales, pósters, libros con mediciones de cráneos, cine... “La propaganda colonial utilizó todos los canales a su disposición para influir en el público y presentar al otro como un ser inferior que necesita que los europeos –blancos, superiores– vayamos a civilizarlos y salvarlos”, explica Couttenier. La realidad, como recuerdan dos pinturas de la época, era menos civilizada. La obra europea solo avanzaba a golpe de látigo.
A finales del siglo XIX, los zoos humanos se hicieron enormemente populares. Primero se traía a individuos. Luego, familias y grupos enteros. Se les presentaba como seres peligrosos e irracionales, semidesnudos, tocados con collares de huesos que sugieren canibalismo y vestidos de forma “tradicional”, aunque entonces ya no utilizaran esa indumentaria. A partir de 1915, durante el periodo de entreguerras, los zoos humanos cambiaron ligeramente. Los salvajes pasaron a ser representados como “indígenas” y “artesanos”.
Con llegada del cine, los europeos perdieron interés en estas estampas exóticas. Tras el holocausto y la participación de soldados de las colonias en la Segunda Guerra Mundial, se perdió el gusto por los espectáculos humanos. Con todo, la exposición universal de Bruselas de 1958 abrió un “poblado congoleño”. El rechazo de parte de la opinión pública y la actitud racista del público, que tiraba plátanos a los africanos, obligó a cerrarlo antes de tiempo. Según cálculos de Blachard, entre 1810 y 1940 se utilizó "como a animales" a 30.000 figurantes en todo el mundo (...)
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