lunes, 17 de enero de 2022

Ruedo Ibérico, de la vida en el exilio a la muerte en democracia

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Guillermo Martínez   17 diciembre 2021 

Ruedo Ibérico nació sobre ocho ruedas, concretamente las de los coches que tuvieron que vender dos de sus fundadores para sacar adelante el proyecto. Era 1961, y en un café parisino, se reunían José Martínez, Elena Romo, Nicolás Sánchez-Albornoz, Ramón Viladás y Vicente Girbau, los cinco artífices de la editorial que, durante dos décadas, consiguió que la historia más reciente de España fuera contada desde una perspectiva ajena a la censura de la dictadura. Hasta 150 libros componen un haber repleto de grandes firmas, como la de Hugh Thomas con La guerra civil española, la primera obra de la firma que se convertiría en el epicentro cultural del antifranquismo en el exilio.


Los cambios en la orientación económica de España en la década de 1960 (los cambios políticos serían mucho más tibios) propiciaron la emergencia de nuevas inquietudes sobre el destino que, poco más tarde, correría el país. «Se trataba de enlazar el exilio con lo que ocurría en el interior. Había que romper esa distancia, encontrar un lenguaje común», agrega Sánchez-Albornoz, una de las dos únicas personas que consiguieron escapar con éxito del Valle de Cuelgamuros, donde había sido destinado a realizar trabajos penitenciarios.
Cada vez con una mayor aceptación, la nueva editorial afincada en la capital francesa no cejaba en su empeño de dar a conocer novedosas visiones sobre el pasado y futuro inmediato de España, pero algo se les escapaba. La vida iba mucho más rápido que las palabras impresas en los libros, por lo que en un fructífero intento la firma ideó los Cuadernos de Ruedo Ibérico. Esta andadura complementaria se inició en 1965 y estuvo comandada por el propio Martínez, editor de la firma, y Jorge Semprún, tras su expulsión del Partido Comunista un año antes.

Marianne Brull, encargada de la administración y de las relaciones institucionales de la editorial, explica en qué se diferenciaban estos cuadernos de sus hermanos mayores, los libros: «Queríamos escribir la historia de España desde dentro para los de dentro. No a través de unos exiliados que lamentaran su vida, sino que los del interior explicaran su interior, y creo que lo conseguimos. Para eso teníamos que entrar en contacto con los protagonistas de forma clandestina, editar la revista en Francia, y pasarla por la frontera». No estaban solos. En este cometido de contrabando cultural la figura de Rufino Torres fue esencial. Afincado en Barcelona, se convirtió en uno de los principales distribuidores de Ruedo Ibérico en España.

No se trataba solo de textos históricos, sociológicos o económicos. Según Cárceles y exilios (Anagrama, 2012), las memorias de Sánchez-Albornoz, «para exhortar a la movilización política y social, la poesía superaba a los fárragos del ensayo o del manifiesto». Y así lo pensó un audaz Martínez, quien propició la publicación de composiciones poéticas tanto en los libros como en los Cuadernos. En los primeros aparecieron textos de Gabriel Celaya, Blas de Otero, Alfonso Sastre o Ángel González; en los segundos, los de León Felipe, Vicente Aleixandre, José Bergamín y José Agustín Goytisolo (...)


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