jueves, 17 de marzo de 2022

Unas armas que no permitirán a los ucranianos vencer al enemigo, sino desangrarse lentamente, de Javier Nix Calderón

 Javier Nix Calderón  11/5/22

Mensajes belicistas por todas partes. Este es el panorama a día de hoy. Infinidad de medios de comunicación haciendo de altavoz del renovado militarismo que la UE ha adoptado en las últimas semanas. Gobiernos europeos mostrando abiertamente su doble moral: apoyar con armas a Ucrania pero sin cortar la dependencia del gas ruso, que nos sumiría en una crisis económica de proporciones apocalípticas. Unas armas que, por cierto, no permitirán a los ucranianos vencer al enemigo, sino desangrarse lentamente por los cuatro costados. La sentencia se había dictado hacía tiempo: al igual que las Guerras de Secesión yugoslavas sirvieron para dibujar en Europa el nuevo orden mundial surgido tras la desintegración de la Unión Soviética, Ucrania es el laboratorio donde se dirime la nueva política imperial rusa y el papel de la Unión Europea en este mundo tripolar. Por muchas banderas de Ucrania que exhiban ahora en sus trajes, los políticos europeos no tienen ningún interés en salvar Ucrania. No puede extrañarnos: basta con recordar el vergonzoso silencio que el mundo guardó ante el genocidio de Ruanda en 1994, con sus 800.000 muertos en apenas 100 días, mientras que Europa se dejaba la garganta gritando a los cuatro vientos el horror de Srebrenica, con sus 8.000 bosnios musulmanes asesinados por los serbios. La diferencia no estriba en los números, sino en el lugar donde se producen esos muertos, en el color de su piel, en la importancia estratégica, energética o económica de los distintos espacios geográficos.
Por detrás opera algo mucho más perverso, pero bien conocido por todos: el racismo de siempre. No solo por las repugnantes palabras de Abascal, líder de Vox, en las que afirmó que "los ucranianos sí son refugiados, y no los varones musulmanes en edad militar que se lanzaron contra las fronteras de Europa con intención de colonizarla". Multitud de corresponsales repiten consignas parecidas, en las que se hace referencia a que los ucranianos no son sirios, afganos o iraquíes, sino nuestros vecinos blancos y cristianos, de ojos azules y pelo rubio. No veremos imágenes de reporteras húngaras pateando a refugiados sirios en las fronteras, ni campamentos de refugiados en medio del fango en Grecia. No esta vez. Mientras Europa se rearma y Estados Unidos se frota las manos ante los jugosos negocios que se dispone a realizar, la bota de Putin pisotea una nación a la que Occidente ha decidido sacrificar en el altar de este capitalismo terminal. Queda claro que el azar del lugar que ocupamos en el momento de nuestro nacimiento determina el valor de cada ser humano. Como siempre ha sido y, por desgracia, siempre será.

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