sábado, 30 de abril de 2022

Antón Chéjov (1860 - 1904)

 Literatura 451  30/1/22

 Antón Chéjov nació en Taganrog el 29 enero de 1860. Taganrog era una pequeña ciudad del sur de Rusia, a orillas del mar de Azov. Hasta mediados del siglo XIX había sido un centro de actividades comerciales animado y próspero, pero después, por distintas razones —el estancamiento del puerto, la competencia de Rostov del Don— perdió su antiguo prestigio. Al nacer Chéjov, la ciudad llevaba mucho tiempo en declive. El escritor la recordará como un arrabal soñoliento, habitado por gente indolente: noches oscuras y vacías; callejuelas embarradas; en verano, polvo y moscas; el agua era escasa e infecta, y el pan, pésimo.

Cuando él nació, su hermano mayor, Alexandr, tenía cinco años; su hermano Nikolai, dos. Después de él vino al mundo Iván, en 1861; a continuación, su hermana María, en 1863; y, finalmente, Mijaíl, en 1865. Los abuelos paternos y maternos habían sido siervos de la gleba. Al abuelo paterno lo habían liberado en 1841. Durante años, Pável Egórovich, su padre, trabajó de contable y, a fuerza de sacrificios, consiguió montar una pequeña tienda donde vendía azúcar, granos, harina y especias, y, como anexo, tenía una pequeña taberna. La modesta tienda se encontraba en el centro de Taganrog. La casa donde nació  Antón Chéjov estaba al lado.
A causa del declive de Taganrog y, sin duda, también por la ineptitud del padre, la tienda iba muy mal. Era un lugar sucio, lleno de ratones, y en invierno hacía un frío gélido. Antón debía hacer allí los deberes, y al mismo tiempo, vigilar a los dos dependientes, servir vodka a los parroquianos y contar el dinero. Quizá por culpa de todas estas pesadas tareas, de niño fue muy mal alumno. Si cometía algún error en las cuentas de la caja, su padre le pegaba con el cinto.
Su padre era un hombre despótico, colérico, de humor cambiante y de una sórdida avaricia, fruto de las dificultades económicas, pero también de su enfermizo apego al poco dinero que le daba la tienda. La madre era una mujer sumisa, resignada y apática, exhausta por los embarazos tan seguidos, consumida por las preocupaciones. No hacía más que contar mentalmente el poco dinero del que disponían para sacar adelante a la familia, no con la morbosa intensidad de su marido, sino con el terror de una liebre perseguida. Tanto la figura del padre como de la madre aparecen con frecuencia en los cuentos de Chéjov: el humor despótico y colérico de uno, la apática resignación de la otra, los cuartos en los que reinaba el miedo. La madre trataba de defender a los hijos de la cólera y los correazos del padre, pero su protección era débil, aterrorizada, resignada a lo peor. Con este panorama familiar pasa su infancia y su adolescencia Chéjov.
Jamás consiguió librarse de su familia; de seis hijos que eran, fue el único que, desde muy joven, tomó las riendas y asumió las responsabilidades del hogar, carga que llevó sobre los hombros hasta el final de sus días.
Entre sus parientes, el más querido era Mitrofán, su tío paterno. Vivía en Taganrog; los jóvenes Chéjov iban a menudo a su casa.
Decepcionado por lo mal que marchaba la tienda, el padre quiso que los hijos estudiaran. Sin embargo, ocurría con frecuencia que no podían ir a la escuela porque no habían pagado las mensualidades, o porque no tenían zapatos o ropa adecuada. Alexandr parecía tener aptitud para las matemáticas; a Nikolai le encantaba pintar. En un principio, Antón decidió que quería estudiar medicina. A los quince años estuvo a punto de morir de peritonitis, y se salvó gracias a la paciencia y la devoción de un médico; tal vez la idea de ser médico le viniera de esa época. Esos estudios exigían largos años de dedicación y muchos gastos. Sin embargo, no cejó en su empeño. De pequeño era dejado y distraído; en el bachillerato se aplicó mucho en los estudios.
La peritonitis le dejó secuelas: molestias intestinales y unas hemorroides que lo atormentaron el resto de sus días.
A los diecinueve años, Antón se convirtió en el cabeza de familia, de todos ellos era el único con las ideas claras. En sus visitas semanales, el padre se entristecía al notar que había perdido las riendas de la casa; quería seguir imponiendo disciplina, prácticas religiosas, horarios que nadie respetaba, pero estaba siempre borracho y a menudo ausente.
En el año 1881, Dostoievski moría en San Petersburgo. Dos años más tarde, desaparecía Turguéniev.
En 1881, la bomba de un terrorista mató al zar Alejandro II. Le sucedió su hijo, Alejandro III. Su gobierno fue mucho más opresivo que el anterior. Aumentó la vigilancia policial, se multiplicaron los registros y las detenciones, la censura se hizo más rígida. Chéjov, que entonces iba a la universidad, asistía a las asambleas estudiantiles en las que se debatían ideas revolucionarias. Pero asistía sólo como espectador. Creía en el progreso de la ciencia, y consideraba que éste acabaría con la miseria y la injusticia social del mundo.
En esa época quería ser médico y no tenía otros planes. Cuando empezó a enviar relatos cortos a las revistas humorísticas, como hacía su hermano Alexandr, sólo le interesaba ganar unos cuantos kopeks. Durante un tiempo, sus relatos fueron rechazados, hasta que llegó un día en que entre las observaciones destinadas a los escritores noveles, publicadas en La Libélula, en la columna titulada «Buzón de correo», leyó el siguiente comentario a uno de sus cuentos: «Nada mal. Publicaremos lo que nos ha mandado. Nuestra bendición por su futuro trabajo». El cuento apareció dos meses más tarde; Chéjov había firmado «V.». Corría el año 1880; ese año le publicaron nueve cuentos y al año siguiente, otros trece. Le pagaban cinco kopeks la línea. Y mientras escribía debía tener bien grabadas en la mente dos cosas: la necesidad de ser breve y no superar nunca el número de líneas del encargo, y las imposiciones de la censura. Adoptó varios pseudónimos, el más frecuente era Antosha Chejonte. En ocasiones tardaban en pagarle, o bien le pagaban con entradas de teatro.
En 1884, Chéjov se costeó de su propio bolsillo la publicación de una pequeña antología de los que consideraba sus mejores cuentos, que vio la luz con el título de Cuentos de Melpòmene y bajo el pseudónimo de Chejonte.
Fue un fracaso absoluto. «Rusia oirá hablar de ti, Antosha —le escribía Alexandr a su hermano, quien por aquella época no estaba en Moscú—. Muérete pronto, y te llorarán también al otro lado del océano. Tu gloria crecerá. Entretanto, la gente compra tu libro muy a regañadientes».
Los paquetes con los ejemplares no vendidos le fueron devueltos. Chéjov encontró consuelo enseguida. Había terminado la universidad. Era médico. Colocó una placa en la puerta de su casa: «A. Chéjov, doctor en medicina».
Durante un tiempo fue médico municipal en un hospital de los alrededores de Voskresenks, y más tarde, en otro hospital de Zvenigorod, donde tuvo que operar a un niño. Se trataba de una pequeña intervención, pero era la primera de su vida. El niño se retorcía y gritaba. Le entró miedo y llamó a otro médico para que lo ayudara.
Ese invierno de 1884 vomitó sangre. No le dio importancia. Les dijo a todos y se dijo a sí mismo que se le había roto una venita de la garganta.
Con el tiempo llegó a ser buen médico. Tenía muchos pacientes. A los pobres los atendía gratis.
-Natalia Ginzburg | Antón Chéjov

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