Manuel Velasco Haro 27/1/22
AQUEL HOMBRE  APODADO “PATACÓN”.
 Entre mis  primeros recuerdos de niño guardo  la figura de un hombre mayor que vivía en la calle Teba,  un poco más arriba de mi casa; yo en el número seis y él en el número treinta. 
Desde muy pequeño hubo detalles que me llamaban la atención de  aquel viejo, de corta estatura, no más de 1,60 centímetros,  de aspecto un tanto  desaliñado, con una desgastada  mascota negra, bajo la que  guardaba su abundante mata de pelo  canoso arremolinado.
Mi padre lo veía pasar  hacia La Plaza desde su barbería y comentaba : “¡Ahí va Patacón, mira lo bien que tiene enseñados a los perros!”. Eran dos cachorros  turcos que iban  saltando  y jugueteando  a su alrededor,  a los que  les hablaba como si fuesen un par de chiquillos,  y a los que había amaestrado  con gran  habilidad. Uno de ellos le quitaba el sombrero al agacharse. 
Solo sabía  que se llamaba Antonio y por sus  gestos y su indumentaria, siempre  me pareció una especie de ermitaño.  Vivía  solo en su antigua casilla de planta baja, de un único cuerpo, con suelo terrizo y desprovista  de casi todo. Desde la puerta no se veía ninguna cama y tenía la impresión de que  dormiría en algún rincón, sobre un  viejo colchón de paja o sobre un puñado de sacos.
A mediodía, a la hora del almuerzo, tenía la costumbre de sentarse en su puerta mirando hacia  la calle para comer  “a pulso”,  como si estuviera en el campo.  Con una navaja cortaba el pan y lo iba acompañando de  algún trozo de  tocino, morcilla o chorizo que masticaba sin dientes, a base de tragos de  una botella  rellena de vino blanco de garrafa. A todo el que pasaba le ofrecía probar lo que tuviera entre las manos, pero nunca vi a nadie acercarse.
Un día le pregunté a mi padre  porqué almorzaba  en la puerta de la calle. Me dijo que, como Antonio “Patacón” pasó tanta hambre, ahora  para demostrar que  comía todos los días, disfrutaba viendo pasar a la gente que se quedaban mirándolo. 
Cuando  me fui a estudiar fuera, a principios de los años setenta, apenas supe más de este hombre que murió el 8 de agosto de 1979 a los  88 años de edad, pero esos  lejanos recuerdos  quedaron  en mi mente.  Nunca pude imaginar entonces que habría de pasar  medio siglo para que me motivara  relatar la  historia oculta que escondía aquel anciano.
Hace unos años, antes de que demolieran la Prisión Provincial de Sevilla,  durante  varios días estuve rastreando las estanterías en las que  se encontraban  las miles de fichas abiertas  a los reclusos que por allí pasaron. 
En una de ellas aparecíó un tal - Antonio Rodríguez García,  alias “Patacón”- natural de Los Corrales.- ¡¡Hostias,mi vecino!!, me dije - Además de sus datos personales,  en  aquella ficha  de dos hojas había anotado a lápiz  una frase: “ Este  sujeto ha sido sorprendido  robando  cascaras de  patatas en la cocina”.   Por un momento imaginé las hambrunas  y  penurias que sufrieron aquellos presos. Fue entonces cuando comencé a interesarme por  conocer algo más de  Antonio “Patacón” y a investigar en otros  archivos  civiles y militares. 
Dias después encontré en el Archivo del Tribunal  de la Segunda Región  Militar más documentación con la que empecé a reconstruir un negro  periodo de su vida, que seguramente sus descendientes y antiguos vecinos desconocen. 
Antonio  era hijo de Juan Rodríguez Gallardo  y de Rosalía García Heredia. Había nacido  el 2 de julio de 1891en el seno de una familia muy  pobre y jornalera. Nunca pisó la escuela,  nunca aprendió  a leer, ni a escribir y  ni siquiera  a firmar. Creció como la mayoría de jóvenes de aquella época, trabajando duro en las faenas del campo y  sin posibilidades  de  salir de la miseria. Se casó sobre el año 1918 con Isabel Gutiérrez Gallardo, tres años menor que él y tuvieron tres hijos, Juan, Felisa y Antonio. A la altura de 1935 ya habían alcanzado las edades de 15, 12 y 8 años respectivamente. Todos vivían en la misma casa de la  calle Teba que conocí de niño.
Aunque Antonio “Patacón” no era un hombre de convicciones ideológicas, por su situación de pobreza,  al producirse  el golpe de Estado Franquista en julio de 1936, no dudó en colaborar con el Comité de Defensa  republicano de Los Corrales que, desde  el inicio de la sublevación fascista hasta la primera semana  de Septiembre,  se organizó en  la localidad, participando en varias guardias y recogidas de alimentos  para dar de comer  a la población en los repartos  que se hacían en la Iglesia.  
El 29 de julio acompañó  también a  un grupo de las juventudes socialistas  que se dirigieron a la calle Horno y calle La Cruz  para  detener al propietario y ex alcalde durante la dictadura de Primo de Rivera,  Juan Durán Gutierrez,  para encerrarlo en el ayuntamiento.  Dado que Juan Durán huyó por un corral de la calle La Cruz,  varios de los  jóvenes  lo persiguieron por el arroyo y le dispararon en la zona de los eucaliptos  del arroyo del Tejar, pero Antonio “Patacón”, que ya tenía 45 años se quedó atrás en la salida del pueblo. Más tarde se enteró de lo ocurrido.
Cuando Los Corrales fue ocupado el 7 de septiembre por las tropas golpistas, se marchó con su familia a la zona de Málaga y comenzó un recorrido difícil de rastrear, ya que era muy mayor  para alistarse,  o de  participar en algún frente, por lo que se  les perdió la pista. 
Muy posiblemente, al caer Málaga en febrero de 1937, junto a su hijo mayor, Juan de 16 años, siguió la misma ruta de huida con  las decenas de miles de malagueñ@s hacia  Almeria bajo los terribles  bombardeos de la carretera. A partir de ahí transcurrieron dos años por el Levante hasta la caída de Cataluña en febrero de 1939.  Ambos, padre e hijo, cruzaron la frontera y fueron internados en un  campo de concentración. Allí pasaron unos ocho meses.
El uno de  septiembre del mismo año Alemania invade Polonia y Francia e Inglaterra le declaran la guerra a Alemania. Comenzaba con esto  la Segunda Guerra Mundial. El gobierno francés vació los campos, dejando abierta dos opciones a los más jóvenes; o alistarse   a  la resistencia contra los nazis, o ser devuelto  a la España franquista.  Antonio había cumplido  48 años y  decidió regresar, pero su  hijo  Juan, ya con 18 años se quedó en Francia y nunca más volvieron a verse. 
A los pocos días Antonio solicitó su repatriación en  el consulado de Perpiñan. El 16 de septiembre le hacen un salvoconducto en Figueras  para poder viajar hasta Los Corrales, donde llegó una semana después, el 22 de septiembre de 1939.
La  guerra hacía seis meses que había terminado   y pensaba que nada tenía que temer porque no podían  acusarle de ningún delito de sangre, tal como había anunciado el régimen franquista. Sin embargo,  no pasaron ni doce horas, cuando  el propietario  José Mª Morón Torres, junto al herrador Antonio Pascual Morilla, ambos  naturales de  Algámitas, pero residentes en Los Corrales,  fueron corriendo al cuartel de la guardia civil, situado entonces en la calle  Nueva, para comunicarle  al comandante de puesto Joaquín Márquez Ramirez, natural de Paradas,  que Antonio “Patacón” había llegado al pueblo. Con lo que le dijeron, fue suficiente  para mandar detenerlo en el acto  y encerrarlo en  la prisión del Arco.
El guardia civil en su informe anotó literalmente: “ Antonio Rodriguez García, -alias el Patacón- procedente de Francia y fugitivo de lo que fue zona roja fue uno de los individuos más destacados en defensa del Marxismo durante la dominación roja en esta localidad” (…).
Aquel mismo día comenzaron a avisar  también a l@s vecin@s de Los Corrales  que quisieran acusar a Antonio y se  fueron sumando una docena de ell@s,  firmando todo lo que le ponían por delante.  Curiosamente  estos vecin@s venían a ser los mismos que firmaron  cientos de  denuncias anteriores contra todos los que se llevaron presos.
Cinco días después, el 28 de septiembre,  el alcalde accidental  le envió al comandante de puesto otro informe, donde se dice textualmente; “ Este sujeto pertenecía al Frente Popular, sin que se pueda precisar su filiación. Fue un elemento de ideas exaltadas antes y durante el Movimiento Glorioso y Salvador de España,  llegando a tomar las armas en defensa del Marxismo”. (…). Dos días después, el 30 de septiembre, el jefe Local de Falange  envió un tercer informe, calcado del anterior. 
A Antonio “ Patacón” también lo interrogaron. Negó todas las acusaciones y dijo que había regresado con su conciencia tranquila,  que si hubiera cometido algún delito no hubiese vuelto. Que se fue del pueblo por temor a lo que venían haciendo los moros que trajo Franco.
Sin garantías, ni juicio, fue trasladado a la Prisión Provincial de Sevilla y todos los denunciantes volvieron a ser citados para reafirmarse en sus declaraciones  que ya estaban redactadas, los días 29,30 y 31 de Diciembre de 1939. 
Pasaron más de  seis meses y  Antonio fue llevado ante un  Consejo de Guerra presidido por  el teniente coronel Manuel Gómez Salazar el 22 de junio de 1940,  en el que el fiscal militar lo acusó de un delito de ADHESIÓN A LA  REBELIÓN.  (Es decir, precisamente  los que se sublevaron en armas contra el gobierno legítimamente elegido, eran los que acusaban a los vecinos que defendieron la legalidad vigente  del delito que ellos mismos cometieron). 
La sentencia se dictó ese mismo día condenando a Antonio Rodriguez García a CADENA PERPETUA, conmutable por 30 AÑOS de PRISIÓN y a la inhabilitación absoluta de todos sus derechos.
Así transcurrieron  largos, penosos  y hambrientos años, en el que la dictadura franquista con actuaciones como éstas fue llenando las prisiones y llevando decenas de miles de españoles ante pelotones de fusilamiento. 
El 14 de agosto de 1945 acabó  la Segunda Guerra Mundial y con ello, la derrota de los grandes aliados de Franco; Hitler y Mussolini. Comenzó entonces el aislamiento del Régimen y la presión exterior contra  la Dictadura, que se vió obligada a tomar una serie de medidas para suavizar su imagen represora ante el mundo, entre ellas el indulto a los condenados con el delito de ADHESIÓN A LA REBELIÓN. 
El 9 de octubre de 1945 se promulgó el Decreto, mediante  el cual  Antonio “Patacón” fue puesto en libertad vigilada el 21 de Diciembre de 1945, cuando ya contaba con 54 años de edad.  
Su hijo Juan Rodriguez Gutierrez, una vez liberada Francia, saltó a Inglaterra y de allí emigró a Brasil, donde se casó. Durante su estancia, a su mujer le ocurrió una anécdota que llegó hasta Los Corrales. Ella solía ir a comprar pescado a un mercado y oía pregonar al pescadero con un acento muy parecido al de su marido Juan. Al preguntarle que de donde era, el pescadero le respondió que de un pueblo de Sevilla, llamado Los Corrales. Ella sorprendida le dijo que su marido también, y echó mano del bolso en el que guardaba una foto de su suegro. El pescadero al verlo se llevó las manos a la cabeza y gritó emocionado, “¡¡ Coñooo, pero si este es mi primillo Patacón”!!. El pescadero era un corraleño emigrado a aquel país apodado," el niño bonito".
A partir de mediados de los  los años sesenta empezaron mis primeros recuerdos  de aquel vecino de mi calle y que podía rondar ya los 75 años. 
Me resulta muy difícil imaginar ahora qué clase de sentimientos correrían por su interior cada vez que bajaba a La Plaza con aspecto bohemio y veía todavía erguidos por las calles a los mismos que lo hicieron huir a Francia, a los mismos  que lo denunciaron cuando regresó y a los mismos que lo  enviaron cinco años  a prisión en la miseria más absoluta.
Ojalá nunca más se repitan historias como ésta, pero para eso es necesario que los pueblos  conserven la Memoria frente al Olvido y la Verdad de los hechos frente a la manipulación de la historia.
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