13/10/22
El franquismo fue un régimen represivo de exclusión ideológica y social. La represión afectó a todos los aspectos de la sociedad española durante casi cuarenta años.
La cárcel desempeñó un papel fundamental en la intensa y larga represión franquista, que alcanzó al conjunto de la población civil. Este libro analiza el impacto del sistema penitenciario en la sociedad de posguerra. Diseñado en plena guerra, no sufriría modificaciones hasta los años cincuenta.
Es una obra sólida y minuciosamente documentada en archivos y bibliotecas españolas y extranjeras, es un magnífico ejemplo de la historia social más innovadora, ya que desde una perspectiva multidisciplinar aborda las cuestiones políticas, doctrinales, legislativas, económicas y culturales que condicionaron la prisión franquista. Asimismo es un libro de referencia para el estudio de la represión y de la violencia.
El gran número de presos y presas en la España de Franco desbordaron la infraestructura del sistema penitenciario y obligaron a los responsables a transformar numerosos espacios como cines, colegios, conventos en prisiones. Aparte de las importantes cifras resultan más espeluznantes las condiciones de vida de los reclusos. El hambre, la miseria, las enfermedades y el hacinamiento acabaron con la vida de muchos presos. “Fueron miles los que murieron literalmente de asco, llevados a los límites de la supervivencia humana” (p. 41). Los casos de suicidio fueron demasiados numerosos. De hecho las múltiples penalidades llevaron al preso Miguel Xambrot, en una carta escrita a su esposa en marzo de 1941, a expresar su desesperación: “¡Cuántas veces hubiera preferido que me hubieran fusilado, pues así uno hubiera terminado de sufrir!” (p. 93).En estas condiciones de escasez y racionamiento, el trapicheo y el estraperlo permitieron pingües beneficios a funcionarios corruptos. El libro nos ilustra con numerosos casos, como el del director de la cárcel de Córdoba Enrique Díez Lamiere, que fue juzgado en un consejo de guerra por desviación de alimentos y dejación de funciones en el verano de 1941, ya que, junto con el jefe de servicios y el médico de la prisión, facilitó un chorizo compuesto por vegetales, pimentón y residuos de pellejos que provocó la muerte de 110 internos. Hasta mediados de los años 50 el Estado no garantizó una manutención superior a las dos pesetas por preso. Pero, además de cometer delitos políticos estos vencidos habían cometido pecados por los que tenían que ser castigados. Estos hombres y mujeres debían pagar sus delitos al mismo tiempo que expiar y redimir sus culpas. De ahí la distinción que el mismo Franco hacía desde la Guerra Civil entre presos redimibles y contumaces. En este sentido se entiende la creación del Patronato de Redención de Penas por el Trabajo. Este sistema permitió aliviar la presión demográfica en las cárceles y explotar económicamente a los presos. Muchas empresas se beneficiaron de esta mano de obra casi esclava y numerosas obras públicas fueron realizadas por los presos durante la posguerra.
La prisión lideró la paz de Franco y se convirtió, a pesar de la propaganda, en el símbolo de la política de mano dura del régimen. Nació y evolucionó con él, y se convirtió en una de sus piezas fundamentales para asegurar el control de la población. En las prisiones franquistas, cientos de miles de hombres y mujeres fueron tratados como delincuentes peligrosos e irrecuperables para la sociedad, y al salir en libertad tuvieron que enfrentarse a la pena más dura: la condena social.
La división entre vencedores y vencidos se hizo enorme para los considerados «desafectos al régimen», en su condición general de desterrados, vigilados y explotados. Sin bienes, trabajo, ni esperanza, muchos sucumbieron al hambre, el agotamiento y la enfermedad tras su paso por la cárcel. Otros muchos, en cambio, siguieron adelante, obligados a no volver nunca la vista atrás, a vivir exiliados en su propio país.
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