7 NOV 2022
La realidad es que hay muy pocas acciones de desobediencia civil que gocen del aplauso sonoro de la ciudadanía. Porque son molestas, porque lo ideal sería que no ocurrieran.
La desobediencia civil empezó de la mano de Henry David Thoreau en 1849 dando título a una conferencia escrita por él. En el verano de 1846 se negó a pagar sus impuestos por lo que fue detenido y encarcelado. El escritor explicó que no quería colaborar con un Estado que mantenía el régimen de esclavitud y llevaba a cabo guerras como la que perpetraba entonces contra México.
Más tarde, otras personas siguieron su camino para protestar contra lo que consideraban injusto. Fue el caso de Rosa Parks que, gracias a su valentía y después de sentarse en un lugar que le era vetado a ella y a todas las personas afroamericanas, abrió el camino de los derechos civiles para su comunidad. Y así otras tantas realizaron acciones pacíficas de desobediencia para poner el foco en aspectos cotidianos que había que modificar para mejorar la vida de la gente, normalmente de las más vulnerables.
Ahora hacen lo propio las activistas por el clima. Nos están diciendo “eh, tenemos un problema muy grande y no hay tiempo, hay que reaccionar ya”. Y mientras intentan avisarnos del peligro grave que corremos, hay quien responde con el insulto, el rechazo, el enfado y hasta la detención. Hay gente enfadada porque considera que esa no es la manera, —¿cuál es la manera?—, que no deberían salir por ahí provocando y dañando el arte aunque no hayan estropeado nada
El problema no es la obra o el patrimonio en sí, cualquier tipo de acción que reivindique suele serlo. Si fueran personas protestando en la Puerta Del Sol como aquel 15M también sería un contratiempo porque los comerciantes pondrían el grito en el cielo, como ya ocurrió. Protestar incomoda porque modifica el orden establecido de las cosas, tambalea el statu quo y las estructuras del sistema en el que vivimos.
El problema es la protesta, se criminaliza a quien tiene agallas y lucha por los derechos y el futuro de todas las personas. Se persigue a quien protesta porque tantos años de dictadura, represión y silencio dejaron huella en nuestro ADN histórico.
Es conveniente conocer que las huelgas que nos trajeron derechos fueron duras, muchas de ellas violentas. Los avances a lo largo de la historia se han realizado con momentos tensos y violentos, pero ahora todos nos aprovechamos de estos sin hacernos las preguntas oportunas. La realidad es que hay muy pocas acciones de desobediencia civil que gocen del aplauso sonoro de la ciudadanía. Porque son molestas, porque lo ideal sería que no ocurrieran, pero si sucede es porque necesitamos gritar bien alto que este no es el camino que debemos seguir, que estamos equivocados y que hay que tomar medidas urgentes.
Ocurría que el budista Wynn Bruce se inmolaba frente al edificio del Tribunal Supremo de Estados Unidos para llamar la atención con “un acto de compasión sobre la crisis climática”, relató una de sus amigas después de su fallecimiento. No hubo polémica ni acaparó ninguna última hora de ningún medio. Cabe preguntarse sin prejuicios y con un espíritu crítico si vale más un cuadro no dañado que la vida de una persona a la que apenas se prestó atención. Precisamente por eso, porque en esta sociedad capitalista parece importarnos más lo material que lo humano, no digamos ya que el mundo animal o vegetal, hay activistas que han optado por llevar a cabo este tipo de acciones controvertidas, pero de las que los medios sí se hacen eco.
Hay gente que dice, desde su completa inacción, que estas chicas deberían protestar contra petroleras, bancos, aeropuertos. Pues bien, también lo han hecho. Hay quien dice que estas activistas han estropeado obras de arte, algo que es completamente falso, simplemente han usado un espacio mediático para protestar. Algunas personas lo saben y aun así, siguen disparando contra quien se mueve e intenta cambiar las cosas.
En paralelo, se ha producido la detención de dos periodistas, una de ellas colaboradora de este medio, por cubrir la acción pacífica. Como dice el editorial del medio, “resulta inadmisible en tanto que ataca a la libertad de información que recibe la ciudadanía y a la pluralidad de los mensajes que trasladan los medios de comunicación”. Si no existe el ejercicio del derecho a la libertad de información, simple y llanamente no existe la democracia. Si no podemos enterarnos de lo que ocurre, sea o no plato de buen gusto, criticable o no, no podremos ser ciudadanía bien informada, y por tanto libre (...)
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