17/11/22
Paco Barreira EL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL EN FRANCIA FOTOGRAFIADO POR MANUEL MOROS.
Manuel Moros pintor y fotógrafo francés, de ascendencia colombiana, residente en la localidad de Colliure durante la década de los treinta, tuvo la suficiente sensibilidad y empatía para captar la intensidad de aquella gran tragedia humanitaria que fue el exilio republicano español y quedó bien patente en las fotografías que tomó.
Consciente de su importancia, Moros tuvo escondidas estas imágenes en su taller hasta la ocupación alemana de Francia, que le obligó a huir precipitadamente en 1942. Antes de partir hacia Lavalette, guardó una parte de su obra en una caja de hierro y la enterró en el jardín de la casa. Se ignora por qué Manuel Moros no regresó jamás a buscar su legado, pues se desconoce lo que fue de él tras abandonar Collioure, pero sí se sabe que dejó ocultas unas cuarenta instantáneas, las que le parecieron más comprometidas. El resto se las llevó consigo, salvo veinte que le entregó a su hermana.
A pesar de que la casa fue ocupada por los alemanes durante la invasión del país, no serían ellos los que dieron con el cofre sino un niño de diez años que se puso un día a escarbar en el jardín. Se llamaba Jordi Figueras, cuya madre era madame Quintana, la misma señora que había regentado en Collioure el hotel en donde se hospedaron y fallecieron Antonio Machado y su madre. Para completar las ochenta fotografías exhibidas en diferentes muestras, se hubo de recurrir a un sobrino de Manuel Muros, Jean Pennef, que aportó el resto de las instantáneas.
El pintor francés, en cuanto tuvo noticia de las penalidades que acompañaban a las miles de familias españoles que cruzaban la frontera huyendo de la represión franquista, quiso plasmar con su cámara la dramática magnitud de aquel éxodo. Es indudable que cuando el fotógrafo francés realizaba su trabajo estaba convencido de la trascendencia histórica que podían tener en el futuro esas imágenes, en las que se denuncia el miserable alojamiento que las autoridades del país vecino dieron a aquella multitud en la intemperie de los campos de concentración de las playas francesas, donde tantos republicanos perecieron.
“Subido a un talud para contemplar el gentío acurrucado por el viento tormentoso -leemos en un artículo de Eva Vázquez (El tetimoni oblidat), publicado en El Punt Avui-, Manuel Moros levantó su propio registro: cabellos desordenados por la tramontana, ojos asustados, niños con un mendrugo de pan, fardos y maletas amontonados en la cuneta, cuerpos enfriados temblando bajo una manta prestada, enfermos que deliraban en un rincón, un miliciano con un ramo de flores silvestres en el bolsillo del abrigo, un viejo que lloraba. Ese mismo día (5 de febrero), se llegó a Portvendres, donde los gendarmes separaban a los niños para enviarlos a la colonia infantil establecida en el campo de la Moresca. Son las imágenes más dolorosas del álbum: las criaturas parecen fantasmas, envueltas con la caridad de las mantas, abrazados unos con otros, sin alegría, sin vigor. El 10 de febrero, documentaría la creación del campo de Argelès, un lugar desolado, la playa nada más, y las rocas, el hambre y la muerte, y una débil alambrada bordeándola, sin ningún servicio, ni un triste váter, ni un modesto cubierto para pasar la noche”.
Manuel Moros abandonará después de la guerra casi completamente la pintura y morirá en 1975 durante una estancia en Banyuls, olvidado y solo.
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