12/12/22
Traducción de Bryan Vargas Reyes
Nunca vivimos realmente en el futuro (ni en el pasado). Por otro lado, lo que llamamos presente es solo el momento que conecta el recuerdo reconfortante o inquietante de lo que fuimos y la anticipación, auspiciosa o fatídica, de lo que seremos. Los finales de año se prestan a que este momento, que siempre está presente, se manifieste en forma de interpelación. En esto consisten los balances y los planes. Esta enigmática dinámica temporal, centrada en lo que ya no vivimos y lo que nunca viviremos, ocurre tanto a escala individual como a escala social. Mi enfoque está en lo social, pero el análisis es válido, con adaptaciones, en todos los niveles de la vida humana.
La memoria y la anticipación no son cosas distintas. Son diferentes formas de evaluar la condición existencial en función del miedo y la esperanza que despiertan. Cuatro combinaciones son posibles: la memoria inquietante y la anticipación fatídica son el espejo del miedo sin esperanza; la memoria reconfortante y la anticipación auspiciosa son el espejo de la esperanza sin miedo; la memoria reconfortante y la anticipación fatídica son el espejo de la pérdida y de los límites impuestos por determinaciones, imposiciones o fatalidades; la memoria inquietante y la anticipación auspiciosa son el espejo de la resistencia y de las posibilidades, de la desestabilización de los límites, de la resistencia a las imposiciones y de la falibilidad de los determinismos. Este es el momento en que cada individuo, grupo social o sociedad trata de definir su condición existencial. Es a su luz que se afirman los propósitos y se toman decisiones. En los tiempos de globalización fracturada y que fractura en los que vivimos, otros dos niveles de evaluación condicionan todos los niveles anteriores. Me refiero a los niveles mundial y planetario.
Este año, los europeos en general parecen condenados a combinar la memoria inquietante con una anticipación fatídica, lo que debería generar mucho miedo y muy poca esperanza. Esta es la combinación ideal para desalentar el activismo ciudadano y alimentar la extrema derecha.
(...)
Las razones. Se conocen las razones del exceso de miedo a expensas de la esperanza por parte de los europeos. Es el continente que, a pesar de las asimetrías internas, ha brindado más bienestar a más personas durante los últimos setenta años. Tal distribución fue designada políticamente como socialdemocracia y su reflejo social fueron las amplias clases medias. Muchos países del sur y del este de Europa habían vivido más tiempo bajo la dictadura que bajo la democracia, pero el final de la guerra, el fin de las dictaduras del sur de Europa en los años 70 y la caída del Muro de Berlín a finales de los 80 hicieron creer que la democracia estaba plenamente consolidada y duraría para siempre. El mito de la convergencia progresiva entre los niveles de desarrollo fomentados por la Unión Europea ha fomentado esta creencia. El hecho de que Portugal, por ejemplo, dejara de converger hace más de veinte años no afectó en modo alguno al sentido común de que la convergencia era el destino. Todo esto se ha racionalizado como resultado de la superioridad de los europeos sobre otros países, muchos de ellos antiguas colonias europeas.
Resulta que todo esto solo fue posible porque Estados Unidos lo hizo posible en su calidad de superpotencia, emergiendo de la Segunda Guerra Mundial como el país más poderoso del mundo. (...)
Y también habrán notado que la OTAN, aunque su nombre indica que pretende defender exclusivamente el Atlántico Norte, se ha puesto al servicio de los designios estadounidenses en Libia, Afganistán, Siria y mañana ciertamente en el mar de la China Meridional.
Ha quedado claro que en la política internacional nadie regala nada. Pero la segunda parte del precio a pagar aún estaba por venir. El pretexto fue la guerra de Ucrania. Un acto ilegal, apresurado y condenable de Vladimir Putin fue utilizado por Estados Unidos para poner finalmente a Europa en orden, tanto política como económicamente. No solo por eso, obviamente. También para contener a China, neutralizando a su aliado más importante y, si es posible, cerrar el camino de acceso de China a Europa a través de Eurasia. Pero los europeos y especialmente el martirizado pueblo ucraniano son, por ahora, los grandes perdedores de una guerra que podría haberse evitado y que, después de la eclosión, habría terminado fácilmente y sin un gran sufrimiento humano. Sin sus propias armas disuasorias ni sus recursos naturales, Europa estará siempre a merced de Estados Unidos. Primero, la guerra fue económica, luego militar y geoestratégica. En sus relaciones con EE. UU., la Europa que saldrá de la guerra de Ucrania será un «estado asociado» de EE. UU, es decir, un enorme Puerto Rico (...)
Como en un sistema democrático las fuerzas políticas más visibles están integradas en el sistema, clamar por lo antisistema es una demagogia que pretende encubrir el objetivo real: la lucha contra la democracia y el deseo de autocracia, o incluso del fascismo.
Obviamente, la abrumadora mayoría de los que se unen a esta protesta y votan por los partidos fascistas no son autócratas ni fascistas. Son solo personas empobrecidas y defraudadas por la democracia, y que no ven otra alternativa. Pero los fascistas saben que necesitan esta masa de votantes. Después de todo, en última instancia, siempre es el pueblo el que oprime al pueblo. En la Alemania nazi era gente común que iba a denunciar a las SS que «mi vecino es judío». Pero para esto, ¿qué emociones hay que movilizar? Los psicólogos sociales han estudiado con especial atención la ira/rabia, la ansiedad, el miedo y el entusiasmo. Los estudios demuestran que la ira o el odio son las emociones que desencadenan más intensamente la disposición activa (votar, por ejemplo) porque son las que definen más claramente al enemigo que necesita ser derrotado. También señalan que esta participación tiene un perfil muy específico. Aquel que no acepta información fiable que contradiga las razones de la ira o el odio. Por tanto, tiende a ser una participación irracional, en el sentido de que se basa en una realidad paralela que nada tiene que ver con la realidad real y con la que no se deja confrontar. Cualquiera que esté observando el discurso de la extrema derecha en Europa, ya sea Santiago Abascal en España o André Ventura en Portugal, podrá observar el proceso gradual de creación de realidades paralelas a través de la movilización de la ira y el odio. El triunfo de esta realidad significa el fin de la democracia.
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