La celebración del campeonato mundial de fútbol en Catar ha supuesto la culminación, a escala planetaria, de una operación corrupta de tal calibre, que debería hacernos pensar si el todo vale puede instalarse en el deporte y, por extensión, en la vida cotidiana.
El juego limpio no parece haber sido el ambiente en el que se hayan desarrollado los acontecimientos previos de este campeonato. El origen de todo está en una concesión mafiosa por parte de la FIFA, gracias a un dinero tan negro como el petróleo catarí, que fue dejado caer en los bolsillos de aquellos que tenían poder para decidir sobre cuál sería la sede.
Por otro lado, y de forma más trágica, no podemos olvidarnos de que, durante las obras de construcción para dotar a Catar de las infraestructuras de las que carecía, se han estado pisoteando los derechos de los trabajadores y no se han observado las necesarias medidas de seguridad en el trabajo.
Según datos oficiales, las obras parecen haber costado la vida al menos a 6.500 personas, cifra que parece quedarse corta con lo que pudieran ser los datos reales, que probablemente nunca conoceremos.
Tampoco conviene olvidar que en Catar no se respetan los derechos de las mujeres ni de los homosexuales, así como que la libertad de expresión es allí toda una quimera.
Por todas estas cosas, deberíamos asomarnos a este Mundial preguntándonos si resulta ético disfrutar de los partidos mirando solo hacia el marcador de los goles, cuando en el de los derechos humanos estamos perdiendo por goleada.
La concesión del Mundial a Catar estuvo, asunto probado, plagada de irregularidades y corruptelas y puso de manifiesto las prácticas mafiosas de una entidad como la FIFA, que tiene entre sus principios fundacionales convertir el fútbol en un medio para fomentar las buenas prácticas y mejorar las relaciones entre países a través del deporte.
Pero si uno echa un ojo al turbio mundo económico que envuelve al fútbol, acaba por llegar a la conclusión de que por un lado está el deporte y por otro el inmenso y obsceno negocio en el que ha terminado por convertirse a ese nivel el balompié (...)
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