lunes, 20 de febrero de 2023

Quizás sería muy conveniente impulsar y prestigiar la inteligencia natural

 20/1/23

 — El movimiento popular necesita una auténtica inteligencia colectiva que ninguna herramienta de inteligencia artificial va a satisfacer. 

El martes 17 de enero, el diario El País publicaba un artículo sobre la inteligencia artificial -«Lo que Sócrates diría a la inteligencia artificial«- basado en una ficción sobre lo que este filósofo pensaría y como confrontaría intelectualmente con una herramienta, digamos sofisticada, de inteligencia artificial. El autor del artículo, Miguel de Lucas, se pregunta en un momento dado qué diría Sócrates 2.000 años después: «Imaginémonos ahora la preocupación de Sócrates al toparse de bruces, dos mil años más tarde, con un Gorgias elevado al infinito…», refiriéndose a la actualidad. Primeramente quisiéramos señalar que Sócrates vivió en el siglo V a. C. (470-399 a. C), esto es, hace más de 2.400 años. Nos imaginamos que el autor conoce sobradamente ese dato, pero si se juzga por lo que dice en este artículo, parece que ignora una cuestión tan significativa sobre el reconocido filósofo como es su ubicación histórica. Sitúa, por otro lado, al sofista Gorgias como el alter ego de Sócrates. No sabemos cuáles son sus fuentes de información para llegar a tal conclusión, pero no parece que Sócrates tuviera esas inclinaciones individualizadas; su trabajo intelectual tendía más bien a tener un sentido coral, hacia el conjunto de la sociedad, y no una orientación individual, salvo que esta fuera útil instrumentalmente para conseguir esos resultados corales. A Sócrates le interesaba la formación intelectual del conjunto del pueblo, no el debate por el debate en el plano individual.

En cualquier caso, al margen de estas precisiones, nos parece necesario reflexionar sobre el interés de El País -y otros medios estrechamente vinculados- a la predicación de las «nuevas buenas» doctrinas del imperialismo. No es para nada inocente, sino que se enmarca en un intento de adoctrinamiento general y planificado de la sociedad, tendente a desmantelar lo que queda de pensamiento racional y de valores morales positivos, y cuya finalidad es desarmar intelectual y éticamente al pueblo trabajador (único sujeto capaz de generar un proyecto de cambio revolucionario) para imponer conceptos que conducen al transhumanismo, el cuál objetivamente impide en el plano ideológico-cultural el avance de cualquier proyecto transformador revolucionario.

«El género humano es la internacional», dice el himno obrero por excelencia. Pero tal cosa se niega con este nuevo pensamiento que impregna como un chapapote a las sociedades occidentales. La humanidad ha pasado, según esas teorías destiladas por el imperialismo, a ser lo peor que hay sobre la faz de la Tierra, el origen de todos los males; si la humanidad desapareciese sería una auténtica bendición.

Con esta pseudoreflexión se elude, se ignora, que la humanidad está compuesta por clases sociales y regida por las leyes de la explotación capitalista y la dominación imperialista. Y que realmente el 1% de la población humana es la que posee la mayoría de los recursos y la que está, en consecuencia, en condiciones de tomar las decisiones más significativas. Se olvidan los apologetas de esa «buena nueva» que la civilización humana ha aportado lo esencial para la mejoría de las condiciones de vida, de la propia humanidad y del conjunto del planeta, como la lucha contra las enfermedades, por poner un ejemplo. Cierto es que ese sector de la humanidad que ahí sigue, responsable del Sistema imperialista/capitalista, ha aportado tremendos desastres y problemas, pero eso no es ni más ni menos que la expresión de la lucha de clases a nivel nacional e internacional (...)


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