5/2/23
Zulos, caravanas y alquileres récord: el nuevo 'porno inmobiliario'
El incumplido derecho a la vivienda es la piedra de toque del Gobierno de coalición. Ahí se juega su continuidad, mucho más que con las rebajas de penas que tanto le preocupan.
— Proliferan las caravanas en Palma ante los desorbitados precios de la vivienda
(...) Cuando estoy aburrido me pongo a ver porno inmobiliario, como la mayoría. A veces busco en internet, webs de compra-venta de viviendas donde empiezo por mirar los pisos de mi barrio, los caros, los muy caros, los carísimos, y luego sigo buscando en otras zonas, pisos de 300 metros, áticos de ensueño, casoplones prohibitivos, antiguas mansiones en el campo, caprichos arquitectónicos sobre un acantilado. Otras me vale la tele: cualquier reality de reformas de casas o viviendas de lujo en Estados Unidos, que las plataformas y canales están llenos. O una revista: el suplemento dominical con cabañas de diseño y talleres reconvertidos en coquetos dúplex; la revista del corazón donde una famosa nos abre las puertas de su ostentosa casa. El porno inmobiliario de toda la vida: ver casas donde nunca podremos vivir, con las que nos excitamos fantaseando. Todos lo hacemos, confiesa lo mucho que te gusta asomarte a ellas, ver esas cocinas más grandes que tu piso, esos salones acristalados y con vistas al mar.
Pero he notado que de un tiempo a esta parte el mismo porno inmobiliario de siempre ya no me pone, me deja frío ver cómo viven los ricos. Necesito emociones más fuertes con las que alimentar mi malestar y mi rencor. Un poco de realismo inmobiliario. Realismo inmobiliario sucio, incluso muy sucio. Morbo: ver las burradas que piden por alquilar cuchitriles en mi ciudad. Violencia: comprobar cómo siguen aumentando los precios, cómo el alquiler bate récords en 2022, un 25% más alto en Málaga, 24% en Alicante, 18% en Baleares… Dolor: el de esa gente que tiene que vivir en caravanas, o incluso en coches, por no poder pagar ya ni un piso compartido, no cumplir los requisitos abusivos para alquilar aun trabajando. Y guarradas, muchas guarradas: redes sociales y programas de televisión que se recrean en los zulos más infames del mercado, pisos minúsculos, techos tan bajos que no puedes ponerte de pie, la ducha junto a la cama, el váter en la cocina, la cama en lo alto para llamarlo dúplex, sin ventanas, en sótanos con cucarachas y humedad.
¿Les pasa a ustedes también? ¿Se han dado cuenta de cómo lo que llamábamos hace unos años “porno inmobiliario” (ver webs y programas de tele con viviendas de lujo, un vicio muy extendido) ha derivado ahora hacia ese realismo sucio de zulos, caravanas y alquileres récord que protagoniza las noticias a diario? Pero como pasa con el porno, cada vez necesitaremos más para sentir algo, y veremos pisitos más caros, infraviviendas más miserables, gente viviendo en trasteros, garajes y balcones. No tardaremos en ver cómo regresa el váter turco de toda la vida, el agujero en el suelo para poder cagar y ducharte en el mismo sitio, en mitad del salón-cocina-dormitorio-baño.
Me preocupa especialmente por los más jóvenes, que están siendo educados inmobiliariamente con todo ese porno, de modo que naturalizan esa violencia, dolor y guarradas, y asumen que lo normal es no poder tener vivienda aunque trabajes, pagar disparates por agujeros infames, compartir piso de por vida o vivir en un camping. Esas serán sus expectativas malsanas cuando intenten tener relaciones inmobiliarias, y no se resistirán a ello si alguien se lo propone (...)
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