sábado, 6 de mayo de 2023

La dinastía Baltar en Ourense: por qué nadie en el PP puede cesar al presidente de la Diputación cazado a 215 por hora

 José Precedo   28 de abril de 2023

Xosé Manuel Baltar ya ha dicho que no va a dimitir. Y tampoco nadie va a destituir al presidente de la Diputación y del PP de Ourense por conducir a 215 kilómetros por hora con su coche oficial por la autovía A-52 el pasado domingo. Darán igual la multa de 600 euros, que se apresuró a pagar en el acto, y la pérdida de seis puntos en el carné, los códigos éticos del partido o incluso que en un juicio rápido acabe condenado por conducción temeraria a varios meses de cárcel.

Las penas a otros conductores cazados a 215 al volante como Baltar: retirada del carnet, multa o incluso cárcel

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Nadie puede hacer caer a Baltar porque el dirigente ourensano hace una década que no tiene jefes. Ni en el PP ni en la Diputación. Mucho más que un cargo público, Xosé Manuel Baltar (Ourense, 1967) es el representante de una dinastía que gobierna la provincia desde hace 30 años sin admitir intromisiones de nadie. Junior, como le conocían en el partido cuando solo era un aspirante, heredó de su padre la presidencia de la institución y del PP provincial. Xosé Luis Baltar, autodenominado “cacique bueno”, hizo y deshizo en la Diputación y el partido desde principios de los 90 hasta 2012, cuando dejó el trono al mayor de sus dos hijos. En todo este tiempo, los Baltar han parado los pies a Fraga, a Alberto Núñez Feijóo e incluso al Mariano Rajoy presidente del PP. No hay ningún indicio de que vaya a ser distinto esta vez.

La saga Baltar en Ourense no opera como representantes del PP: ellos son el partido. Controlan a los alcaldes, a los diputados que manda la provincia al Parlamento gallego o al Congreso y también a los senadores. Manejan el presupuesto de la Diputación –90 millones de euros el último ejercicio– que durante años fue el segundo empleador de la provincia, con casi mil trabajadores, compitiendo con la firma de moda de Adolfo Domínguez. El País llegó a publicar que 400 de ellos eran cargos del partido o familiares de estos.

La ristra de denuncias sobre las redes clientelares de los Baltar y su nepotismo son interminables y han causado sonrojo en diferentes cúpulas del PP. Pero puertas adentro todos esos escándalos siempre han pesado menos que sus aportaciones en las urnas. Ourense, la provincia más empobrecida de Galicia y también la menos poblada, es su principal granero de votos en la comunidad. Para la última mayoría absoluta de Feijóo en 2020, una de cada dos papeletas de la provincia llevaba el logo del PP. En pequeños municipios el partido ha llegado a rozar el 90% de los sufragios. El sistema es conocido: en estos últimos 30 años la institución se ha fundido con el partido. Imposible determinar dónde acaba una y empieza el otro.

“Y si no eres del PP, jódete, jódete”

En una cadena casi perfecta, Baltar padre pone deberes a cada alcalde los domingos electorales. Les apunta la cifra de votos que deben conseguir. Y es habitual que a mitad de votación, estos repasen los censos que les envían los interventores para llamar a casa de los que todavía no han ido a la urna. “Trabajar el voto puerta a puerta”, le gustaba decir al patriarca del clan. Y que nadie pida a los Baltar distinguir entre lo público y lo privado. El episodio de la multa el pasado fin de semana es apenas un síntoma más: Baltar viajaba el domingo a 215 kilómetros por hora en un coche oficial de la institución camino de unas supuestas reuniones que no figuraban en ninguna agenda oficial y de las que nunca más se supo. Un portavoz dijo a elDiario.es el martes por la noche que iba camino de Madrid; este viernes Baltar matizó que hizo noche en algún lugar aún por determinar. Desde entonces repite que lo de ir a 215, 90 kilómetros por encima de la velocidad permitida, fue “un despite en una recta larga”.

La oposición se ha apresurado a denunciar el mal uso de los recursos públicos. Peccata minuta al lado de lo que hizo su padre en los cinco mandatos. Hay fotos de Baltar entregando fajos de billetes a la salida de los mítines a asociaciones y colectivos de lo más variado. Célebres eran sus campañas trombón en mano cantando esas estrofas que resumen a la perfección una manera de estar en política: “Y si no eres del PP, jódete, jódete, y si no eres del PP, te vuelves a joder”.

Mientras los números salgan, y ningún número en el PP manda más que los resultados en las urnas, los Baltar están blindados. No es ninguna novedad. Lo sufrió incluso el fundador del partido, Manuel Fraga, cuando vio cómo en 2004 cinco diputados autonómicos, todos de Ourense y de la familia política de Baltar, se encerraron en un piso dejando en el aire la mayoría absoluta del PP en el Parlamento gallego. Baltar no estaba conforme con algunos cambios en el partido y mandó a los cinco parlamentarios a encerrarse sin teléfonos en un domicilio ourensano hasta que no se resolviesen las desavenencias internas. Entre ellos estaba ya su hijo Manuel y la pareja de este por entonces, María José Caldelas, diputada autonómica también por aquella época, que luego acabó condenada por falsificar firmas para lograr una licencia municipal en Ourense (aunque esa es otra historia).

El encierro del 'comando Baltar' mantuvo en vilo a la política gallega durante días y terminó a la manera del barón ourensano: tras sellar la paz con Fraga y pactar una serie de cambios en la cima del partido, fue el propio Baltar padre el que llevó de vuelta a Santiago –conduciendo él personalmente un monovolumen– a los diputados rebeldes.

Es probablemente el más tragicómico de los capítulos que amenizaron la larga batalla que vivieron en los 90 y 2000 las dos familias del PP gallego. Por un lado, los de la boina, la facción rural y galleguista donde estaba Baltar, junto al eterno delfín de Fraga, Xosé Cuiña, y el capo de Lugo, Francisco Cacharro, apoyados por decenas de alcaldes y denunciados por sus métodos caciquiles. Enfrente, el sector del birrete, urbano y vinculado al Opus Dei y que tenía como representante más destacado al exministro José Manuel Romay Beccaría, el padrino político de Alberto Núñez Feijóo.

“Con el caciquismo se puede acabar en un día”

En la pugna por la sucesión de Fraga tras perder las elecciones en 2005, la dirección nacional del partido que ya lideraba Rajoy se posicionó inequívocamente del lado de Feijóo, que había sido enviado a Galicia en plena crisis del Prestige. En el bando de la boina solo Cuiña intentó plantar cara al oficialismo en el congreso del relevo. Baltar padre, que había detectado los nuevos vientos que soplaban en el PP, optó por pactar con Feijóo, quien en 2006 se convirtió en líder del PP gallego, entre promesas de regeneración y grandes proclamas.

“Con el caciquismo se puede acabar en un día”, llegó a prometer el hoy líder del PP. Han pasado 16 años de aquella frase, los Baltar siguen mandando en Ourense y a Feijóo ya no se le ocurre repetir semejantes desafíos. La única vez que lo intentó, ya de vuelta a la Xunta con mayoría absoluta, recibió el mayor mazazo de su carrera. Corría el año 2010 y Baltar padre decidió poner en marcha una sucesión en dos fases: primero el partido y después la institución. El orden elegido no es casual: en un proceso interno donde los alcaldes ourensanos del PP iban a resultar claves, Baltar padre se garantizaba el manejo de las subvenciones a los municipios y también los puestos de trabajo de muchos militantes y familiares que tenían que votar en el congreso (sobre esto último volveremos luego).

Feijóo y Rajoy intentaron sin éxito que Baltar desistiese de la sucesión dinástica. Acabaron presentando una lista alternativa a la presidencia provincial y haciendo muchas llamadas a alcaldes desde la dirección regional y nacional del PP. Los Baltar demostraron a todo el aparato del partido por qué Ourense llevaba dos décadas siendo su feudo: reunieron 723 votos, frente a los 433 del candidato apadrinado por Feijóo y Rajoy. La sucesión de padre a hijo estaba refrendada por las primarias. Ante un pabellón repleto de fieles, Xose Luis Baltar y sus alcaldes levantaron a hombros a su hijo Manuel, en una metáfora definitiva para festejar su última victoria. Minutos después, Feijóo trataba de escenificar unidad, cariacontecido en el escenario, levantando los brazos de quien lo había arrollado. (...) 

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