miércoles, 26 de julio de 2023

A vueltas con la enseñanza: sobre la atención distraída, de Aurora Fernández Polanco

Aurora Fernández Polanco 29/12/2022

O nos metemos a fondo en las formas de experiencia de las generaciones jóvenes o nos vamos a perder la posibilidad de una educación que parta fundamentalmente de la escucha

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Hace días, leía en estas mismas páginas a Manolo Rivas unas notas acerca del carisma incívico que nos rodea. Y que centra en algunas formas ignominiosas de gobierno. Me pegó un golpe la metáfora de la coraza con la que afirma se revisten algunos líderes expertos en aturdimientos, “esa sólida y compacta ignorancia y estupidez”, frase que retoma de Primo Levi. Me lo pegó porque recordé de inmediato todo lo que habíamos tratado en mis clases hace años acerca de la anestesia como incapacidad de sentir, cuando trabajábamos al Freud que, para comprender el shock de la Primera Guerra Mundial, sitúa la conciencia como el escudo protector contra la amenaza de los estímulos excesivos. Una conciencia no situada en el cerebro, sino en la superficie del cuerpo. Un escudo que se cerraba y hacía insensible en momentos excesivamente traumáticos. La lucidez de algunos filósofos de los años treinta nos confirmó que este problema lo iba a tener irremediablemente el mundo moderno organizado por la técnica. De ahí que la coraza se haya extendido a toda la sociedad, no solo capitaneada por los líderes incívicos, sino como trama bien tejida por el capital que es, no lo olvidemos, el suelo que hace siglos pisamos y donde proliferan todo tipo de enfermedades relativas a los “desórdenes de la atención”. De ahí la maravillosa propuesta de Susan Buck-Morss: frente a la anestesia, habría que defender, casi como forma de acción directa, un sistema en el que las percepciones sensoriales externas fueran capaces de reunirse con las imágenes internas de la memoria. Algo que no parece interesarles mucho a esas “élites gamberras” de las que habla Rivas, que nos prefieren amodorrados. Nada como un paseo por el Madrid de la mesonera Ayuso para comprender de qué hablo.

Ignorancia y estupidez son también palabras que se suelen aplicar a los jóvenes. Es necesario ser muy conscientes de lo que dice Mark Fisher (tenemos sus libros traducidos en la imprescindible editorial Caja Negra), cuando se refiere a los trastornos de atención como consecuencia del capitalismo tardío: “Nos enfrentamos, en las aulas, con una generación que se acunó en esa cultura rápida, ahistórica y antimnemónica”. Lo que quiero transmitir aquí es que, no solo los jóvenes, sino, en mayor o menor grado, todos estamos enfermos de los trastornos que denuncia Mark Fisher.

Esto dicho, y admitido, intentaré salir un poco del libro de las lamentaciones.

Hace años que imparto clases en primero de carrera. Darse de bruces con las ganas que algunas y algunos tienen, a pesar de todo, de iniciarse en sus estudios es algo más que un milagro. Es un baño de entusiasmo compartido. Benditas sean. Por eso huyo como de la peste cuando se critica a la juventud por derecho. Sin ánimo de complacencia alguna, considero que el mayor pecado que puede hoy cometer un profesor es apagar esas brasas. Y bien sabemos cuántas veces podemos ejercer de madres castradoras y encima de bomberos (...)



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