domingo, 9 de julio de 2023

CTXT. ¿Qué es un autor?, de Santiago Alba Rico

 Santiago Alba Rico 30/05/2023

Necesitamos mantener esa separación pugnaz entre obra y creador que tanto la ultraderecha reaccionaria como la izquierda puritana cuestionan en nombre de la moral, el victimismo y la seguridad

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En 1944, tras la liberación de Bélgica, Hergé fue acusado de colaboracionismo por haber publicado sus historietas en Le soir, un periódico del régimen, durante la ocupación nazi. No fue procesado, pero sí laboralmente depurado por las nuevas autoridades, que le impidieron trabajar durante algún tiempo. Por muy bien que me caiga Hergé, no puedo decir que las críticas que recibió fueran infundadas. El genial narrador belga aceptó con mansedumbre la ocupación, disfrutando de las ventajas de una indiferente vida burguesa mientras millones de personas morían en las trincheras y los campos de concentración. Ahora bien, lo más interesante y, en algún sentido, lo más elocuente y decisivo es que esta justa reprobación no se extendió a Tintin, su famosa criatura de ficción. Todo lo contrario. Tras la derrota alemana, el periódico resistente La patrie publicó un número en el que se censuraba agriamente la falta de compromiso patriótico de Hergé, pero en cuyas páginas se incluía asimismo una viñeta desconcertante: en ella aparecía el famoso periodista imberbe junto a su amigo Haddock en un coche de la Resistencia adornado por una bandera belga y en cuyas puertas figuraban las letras F.I. (Fuerzas del Interior). Nadie tenía la menor duda al respecto: Herge podía ser colaboracionista, vale, pero Tintin y Haddock eran –fueron y serán– luchadores antifascistas.

Este es quizás uno de los ejemplos más acendrados que se me ocurren de separación entre obra y autor. Hergé, en efecto, fue completamente devorado por su personaje, y ello hasta el punto de que sus lectores aceptaban con toda naturalidad que Tintin podía tener ideas políticas diferentes de su creador y que, además, era él, y no el autor, quien realmente contaba. A nadie se le ocurrió perdonar a Hergé sus pecados por ser el artífice de Tintin; Tintin, por su parte, tampoco defendió a Hergé; aún más, puede decirse que fue uno de sus principales acusadores. ¡Tintin en la Resistencia y tú, pequeñoburgués tibio y egoísta, arrellanado en tu apartamento de Bruselas como si el mundo no estuviera a punto de irse a pique! En todo caso, la posición de Hergé era más bien irrelevante. Lo que sí hubiera sido trágico es que el héroe que había defendido a Tchang del imperialismo anglo-japonés y luchado en Borduria contra la dictadura de Mussler se hubiese pasado al reverso tenebroso. Mientras su autor flaqueaba, Tintin se mantuvo siempre firme en el lado bueno de la historia.

Todos podemos recordar otros casos en los que un autor ha sido devorado por su personaje o por su obra. El más señero es, sin duda, el de don Quijote, que hace mucho tiempo, para bien y para mal, se emancipó del aura de Cervantes y se pasea por todo el mundo sin que nadie lo asocie ya con ningún impulso creador original: don Quijote, por decirlo así, se ha creado a sí mismo, como nuestro vecino chiflado del quinto. Salvando las distancias, pasa lo mismo, por ejemplo, con Sherlock Holmes, el nombre de cuyo autor muy pocos recuerdan. Pero hay otros casos. Podemos afirmar igualmente, sí, que Proust ha sido devorado por En busca del tiempo perdido y Joyce por el Ulises. En este contexto, cabría añadir –dejo caer la idea al pasar– que hoy se ha invertido esta relación, de manera que el autor ha pasado en muchos casos a devorar su obra y a convertirse en su propio personaje: es lo que llamamos “autoficción”, un género en el que, como en todos los géneros, se puede encontrar de todo, bueno y malo, pero que ilumina sin duda un espíritu de época: el de un cierto “provincianismo de la experiencia”, por utilizar la atinada fórmula de Patrick Stasny. Entre uno y otro extremo está la normal tensión que durante unos pocos siglos hemos llamado “autoría” para designar esa lucha en la que la separación respecto de la obra está plagada de filtraciones que el mercado y la mitomanía gustan de explotar y de explorar (...) 

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