viernes, 14 de julio de 2023

ELSALTO - Nuevo Orden Mundial, versión II

4 MAY 2023 

Wolfgang Streeck... Director emérito del Max Planck Institute for the Study of Societies de Colonia. Todos sus artículos en El Salto.

Estados Unidos se prepara para dejar la guerra de Ucrania en manos de los europeos mientras apunta con cada vez más hostilidad hacia China. La Unión Europea balbucea al ritmo del eje de Visegrado.

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Es bien sabido que los italianos son dados a contemplar la política desde la perspectiva de lo que en Italia se denomina dietrismo. Muchos italianos lo confirman. Dietro significa detrás y dietrismo significa la convicción habitual de que lo que ves está diseñado para ocultar lo que realmente te encuentras delante por poderes situados detrás de la proverbial cortina, la cual divide el mundo entre el escenario y las bambalinas, siendo el área situada tras estas el lugar en el que se desenvuelve la acción real, mientras que en el proscenio se representa de modo deliberadamente distorsionado lo que en realidad sucede. Lees algo, o lo oyes en la radio o en la televisión, y como dietrista bien versado te preguntas no tanto sobre lo que te están contando, sino por qué te lo cuentan y por qué lo hacen ahora.

Estos días, después de tres años de pandemia y un año de guerra ucraniana, parece que todos nos hemos convertido en italianos, el dietrismo es ahora tan universal como la pasta. Cada vez somos más los que leemos las «narrativas producidas para nuestro beneficio por los gobiernos y su prensa predominante, ya no por lo que dicen, sino por lo que pueden significar: como una imagen distorsionada de algo que está ahí fuera y que no es lo que parece ser, pero que de alguna manera puede significar algo, un poco como los presos de la caverna de Platón, cuando trataban dar sentido a las sombras proyectadas en la pared que tienen delante.

Tomemos, por ejemplo, el falso relato semioficial del sabotaje de los gasoductos Nord Stream, publicado por The New York Times y entregado al semanario alemán Die Zeit: seis personas, aún desconocidas, embarcadas en un yate polaco alquilado en algún lugar de Alemania del Este, que convenientemente habían dejado huellas en la mesa de la cocina del barco que transportó los potentes explosivos llevados a la escena del crimen. Dejando de lado a los más fervientes de entre los verdaderos creyentes y, por supuesto, a los leales fabricantes de consentimiento público presentes en los medios de comunicación, no hacía falta pensar mucho para darse cuenta de que este relato había sido inventado para desplazar el presentado por Seymour Hersh, el inmortal reportero de investigación estadounidense.

Lo que resultaba excitante para la mente dietrista era que siendo este relato tan obviamente ridículo, parecía una idea prometedora rastrear su ridiculez para verificar que esta no se debiera a la incompetencia –ni siquiera la CIA podía ser tan necia­– sino que fuera intencionada, planteándose entonces la cuestión de cuáles eran las razones de sus verdaderas intenciones. Tal vez, sugirieron los cínicos políticos, el propósito era humillar al gobierno alemán y a su fiscalía federal, para quebrar así su voluntad, haciéndoles declarar públicamente que esta obvia tontería era una valiosa pista digna de ser seguida en su implacable esfuerzo por resolver el misterio del atentado del Nord Stream.

Otra característica intrigante de esta historia era que se decía que los sospechosos de alquilar el barco tenían algún tipo de conexión con «grupos pro ucranianos». Aunque según el informe no había indicios de que existieran conexiones con el gobierno o el ejército ucranianos, cualquier connoisseur de Le Carré sabe que cuando los servicios secretos están implicados, cualquier tipo de prueba puede descubrirse fácilmente si es necesario. Como era de esperar, el informe causó pánico en Kiev, donde fue leído, probablemente con razón, como una señal de Estados Unidos de que su paciencia con Ucrania y sus actuales dirigentes no era ilimitada. De hecho, más o menos al mismo tiempo, se multiplicaron los informes, procedentes de Estados Unidos, sobre la corrupción reinante en Ucrania, que coincidían y fortalecían la creciente resistencia de los congresistas republicanos estadounidenses al desvío de cada vez más dólares al presupuesto de defensa ucraniano, como si la corrupción en Ucrania no hubiera sido siempre notoriamente rampante (como atestigua, por ejemplo, la proeza de Hunter Biden como experto en política energética en el consejo de administración de Burisma Holdings Ltd.).

A partir de enero de este año, The Washington Post The New York Times publicaron una serie de artículos sobre las tropelías cometidas por las tropas ucranianas, cuyos comandantes utilizaban dólares estadounidenses para comprar gasóleo ruso barato para los tanques ucranianos, embolsándose la diferencia. Presa del pánico, un conmocionado Zelensky despidió a dos o tres oficiales de alto rango, prometiendo despedir a algunos más con el paso del tiempo.

¿Por qué se presentan ahora estos hechos como noticia, a pesar de que hace tiempo que se sabe que Ucrania es uno de los países más corruptos del mundo? Además de lo que, visto desde Kiev, debe haber parecido cada vez más un ominoso augurio, documentos secretos estadounidenses filtrados en la segunda mitad de abril mostraron que la confianza entre los militares estadounidenses en cuanto a la capacidad de Ucrania para desencadenar una contraofensiva de primavera dotada de unas mínimas garantías de éxito estaba bajo mínimos, por no hablar de la depositada en que el país pudiera ganar la guerra como su gobierno había prometido a sus ciudadanos y a sus patrocinadores internacionales.

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