sábado, 12 de agosto de 2023

El Salto. Supremacía verde: cuando la extrema derecha se apropia del ecologismo, de Diego Marín Roig Marguerite Culot

 Diego Marín Roig  Marguerite Culot   12 JUN 2023

A medida que las consecuencias del cambio climático son cada vez más difíciles de ignorar, algunas facciones de la extrema derecha están empezando a reconocer la gravedad de la situación. La incapacidad de las políticas convencionales para responder a los retos que supone el calentamiento del planeta puede generar frustración e impotencia entre la ciudadanía, lo que podría desembocar en un vuelco hacia unas ideologías y medidas nefastas.

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Una factoría agroalimentaria en el norte de Extremadura 


La crisis medioambiental sigue avanzando hacia un estado de colapso ecológico. Ya se han sobrepasado seis de los nueve límites planetarios (y, de los tres restantes, dos aún están por cuantificar). Según se suceden los desastres, algunas personas, incluidas aquellas que ostentan posiciones de poder, intentan echar la culpa de los impactos ecológicos a quienes a menudo carecen de capacidad de acción y de recursos, con lo que se agravan aún más las desigualdades y la violencia creciente.

En mayo de 2022, un joven blanco de 18 años de edad disparó a trece personas en un supermercado situado en un barrio de mayoría negra de Buffalo, Nueva York (Estados Unidos). Once de las víctimas eran negras. El Departamento de Justicia de Estados Unidos investigó el caso como un delito de odio y un acto de «extremismo violento con motivación racial». Unos años antes en El Paso, Texas, cerca de la frontera entre Estados Unidos y México, un hombre blanco de 21 años abrió fuego contra una multitud «para matar mexicanos». Ese mismo año, en Christchurch (Nueva Zelanda), otro hombre de raza blanca abatió a 51 musulmanes en dos mezquitas distintas. En el manifiesto de todos estos agresores apareció un elemento común: la aparente preocupación por la degradación del medio ambiente, la migración masiva y la necesidad de restablecer el «orden natural».

Según Federico Finchelstein, «el fascismo es muchas cosas», pero puede definirse por cuatro elementos: 1) es dictatorial; 2) está ligado a la violencia y a la militarización de la política; 3) tiene sus raíces en la política del odio, el racismo, el antisemitismo y la demonización extrema de los otros; y 4) se basa en la desinformación y la distorsión de la realidad. Aunque Giorgia Meloni, la nueva primera ministra de Italia, denunció el fascismo en su discurso de investidura, ha pasado a formar parte de una marea de partidos políticos que guardan un vínculo estrecho con la ideología (neo)fascista. Viktor Orbán también ha sido acusado de emplear una retórica «nazi» y de impulsar políticas antidemocráticas. Al mismo tiempo, las agendas antiinmigración siguen propagándose, como ha ocurrido recientemente en Suecia, y la libertad de los medios de comunicación ha sido declarado un asunto problemático en muchos países europeos, como es el caso de Grecia.

El ecofascismo es una de las formas en que los asesinatos mencionados anteriormente y el fascismo en general se entrelazan con la crisis medioambiental. El ecofascismo crea una visión deformada y corrompida del ecologismo, una visión cuyas principales herramientas y soluciones son el autoritarismo, el nacionalismo y la pureza racial. Así, el ecofascismo legitima las medidas dirigidas al control de la población, la eugenesia, la reubicación forzosa de determinadas poblaciones en regiones vulnerables desde el punto de vista medioambiental y la consideración de las personas racializadas como una amenaza para el medio ambiente. El ecofascismo o nacionalismo verde no está limitado a una escala individual únicamente, sino que también se traslada a espacios políticos en los que el ecologismo de extrema derecha se promueve a un nivel político más amplio a través de figuras políticas como la de Marine Le Pen.

El ecofascismo reconoce la crisis medioambiental, pero prefiere centrarse en argumentos demográficos que promueven un control poblacional coercitivo y discriminatorio enfocado en comunidades que contribuyen más bien poco a la crisis medioambiental, en lugar de abordar la mala gestión de los recursos y las disparidades extremas que existen en el consumo de recursos. De hecho, los ecofascistas se ciñen al argumento de que la sobrepoblación del planeta hace necesario escoger entre evitar el estrés medioambiental o satisfacer las necesidades de todo el mundo. Sin embargo, este argumento simplista es erróneo por múltiples razones.

(...) La falta de financiación para mitigar el cambio climático y adaptarse a él, así como la explotación histórica, hacen que los países del Sur Global sean especialmente vulnerables a los impactos del cambio climático. Sus habitantes se ven obligados a abandonar sus hogares y comunidades por culpa de una serie de factores medioambientales que han hecho que sus condiciones de vida sean inhabitables. Estos factores medioambientales abarcan el cambio climático, las catástrofes naturales tales como inundaciones, huracanes e incendios forestales, y otros problemas medioambientales como la degradación del suelo, la desertificación y la escasez de agua. Hoy en día, la probabilidad de que una persona se vea obligada a abandonar su hogar debido a fenómenos climáticos extremos es el doble que la de que lo haga a causa de un conflicto. Un informe del Banco Mundial apunta que podría haber más de 216 millones de personas desplazadas por el clima para el año 2050

(...) El nacionalismo verde vincula el deterioro del medioambiente a la población, sin cuestionar la distribución de los recursos ni las dinámicas de poder que existen entre el Norte y el Sur globales, enmarcando así el control de la inmigración como una medida de protección del medioambiente, la llamada «gestión de fronteras ecológicas». Los nacionalistas verdes creen que la población que emigra por motivos climáticos supone una amenaza para el medioambiente y que hay que impedir su entrada a toda costa. Consideran la inmigración una amenaza para el «orden natural» y apoyan las políticas de la «Europa Fortaleza» que construyen muros y militarizan las fronteras. Todo esto refuerza la peligrosa ideología ecofascista y conlleva un aumento del gasto militar. De hecho, hoy en día las naciones ricas destinan el doble de dinero a blindar sus fronteras que a la lucha contra el cambio climático.



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