domingo, 26 de noviembre de 2023

CTXT. La preparación de Leonor, de Gerardo Pisarello

 Gerardo Pisarello 31/10/2023

Una aspirante a la Jefatura del Estado por fecundación puede carecer de refrendo ciudadano. Pero tener detrás a la Iglesia y al Ejército compensa ese nimio detalle

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La princesa Leonor recibe las medallas del Congreso y del Senado durante el acto de jura de la Constitución. / Casa de S.M. el Rey


El laborista británico Tony Benn solía comentar con sorna lo poco fiable que resultaba la monarquía como institución hereditaria: “Si fuera al dentista y la persona encargada de taladrarme la boca me dijera que no es odontólogo, pero que no me preocupe porque su padre o su abuelo sí lo fueron, no dudaría en salir corriendo”.

Republicano insobornable, Benn hurgaba así en uno de los muchos puntos flacos de un cargo al que se accede por fecundación y no por elección. Si la genética lo quisiera, la o el heredero al trono siempre podría ser una versión empeorada de sus padres. Menos listos, más venales. Y la sociedad no podría hacer nada para quitárselos de encima.

La manera en que las monarquías hereditarias han intentado sortear esta dificultad ha ido variando en el tiempo. A veces invocando el designio divino. Puede que una persona no parezca preparada para ser jefa o jefe de Estado. Pero Dios ha querido que lo sea, y por lo tanto, al pueblo llano no le queda más que callar y acatar. También suele recurrirse a una fórmula alternativa para responder a la objeción de Benn: “De acuerdo, el heredero o la heredera al trono pueden no ser odontólogos, como sus padres. Pero se está preparando esforzadamente para serlo”.


Lo que la Casa Real española ha intentado transmitir con fruición a lo largo de estas semanas es una mezcla de ambos argumentos. Que Leonor de Borbón y Ortiz cuenta con suficiente ascendencia divina como para ahorrarse el trámite plebeyo de pasar por las urnas. Y, sobre todo, que se ha venido “preparando” para continuar lo realizado por sus padres y abuelos.

Lo de la ascendencia divina no es menor. Carlos III del Reino Unido tuvo que rodearse de trajes, cetros, y una calculada parafernalia para dejar claro que su poder terrenal contaba con la bendición de la Iglesia anglicana. La Casa Real española también ha cuidado ese detalle. Antes de jurar la Constitución, supuestamente aconfesional, Leonor de Borbón y Ortiz se encomendó emotivamente en Zaragoza a la Virgen del Pilar. Y lo hizo, además, vestida de militar. El mensaje estaba claro. Una aspirante a la Jefatura del Estado por fecundación puede carecer de refrendo ciudadano. Pero tener detrás a la Iglesia y al Ejército bien puede compensar ese nimio detalle.

Y es que, efectivamente, no se puede decir que Leonor de Borbón no haya llegado a la mayoría de edad “preparada” en el oficio de heredera. Esa preparación existe. Más complicado es estipular si eso debería generar alivio o zozobra entre los súbditos.

Leonor llega preparada, por ejemplo, en unas condiciones de vida privilegiadas muy diferentes a las de la mayoría de jóvenes de su edad. Ha llevado una vida de Palacio, beneficiándose del patrimonio millonario de sus padres. No conoce lo que es la precariedad. Ha estudiado en un Bachillerato de Gales de 76.000 euros por el que pasaron otras royals como Raiyah de Jordania o Elisabeth de Bélgica. No se le conocen, es cierto, escándalos como los de sus primos Federica y Froilán de Borbón, usuarios de las ‘tarjetas Black’ de su abuelo Juan Carlos y dados a todo tipo de excentricidades. Pero ni su formación ni los círculos en los que se mueve permiten presumirle una especial empatía con quienes se ven forzados a trabajar por salarios miserables o a pagar alquileres insoportables.

Leonor llega también preparada, entrenada, en un fuerte vínculo con el Ejército. Tras el anuncio de su entrada en la Academia Militar, la Casa Real facilitó a los medios un sinfín de fotografías dirigidas a construir esta imagen. La de una heredera al trono preparada para reptar bajo una alambrada. Para sobrevivir en una piscina con el agua al cuello y cargada con equipo de combate. Para disparar un fusil o para recibir el sable de oficial de manos de un veterano. El objetivo parecía claro: mostrar que antes que princesa constitucional, Leonor tenía que ser princesa-soldado. Potencial reina y potencial jefa de las Fuerzas Armadas. Como su padre, Felipe VI. Como su abuelo, Juan Carlos I. Como su tatarabuelo, Alfonso XIII.

A todos los Borbones les vino bien llegar preparados como reyes-soldado. A Alfonso XIII le sirvió para apoyar a Primo de Rivera. Le sirvió para meterse en guerras coloniales en el Rif. Le sirvió para conspirar con Franco. A Juan Carlos de Borbón le sirvió para que Franco lo instituyera como rey. Le resultó útil a la hora de implicarse en el golpe del 23 de febrero de 1981, según acaba de denunciar el ínclito Antonio Tejero. Y le fue muy útil para actuar como comisionista en el negocio de las armas. Felipe VI se benefició de ello. Y lo utilizó a su favor en el discurso del 3 de octubre de 2017, cuando ofició como rey-soldado-represor antes que como moderador y árbitro inteligente. 

La Casa Real podría haber evitado esa construcción obsesiva de la reina-soldado. Hizo todo lo contrario. Se afanó por hacer que la princesa llegara al juramento de la Constitución, como comentó Gabriel Rufián, “con más mili que el propio Santiago Abascal”. Por decisión de la Casa Real, juró y besó la bandera en un acto militar antes que la Constitución. Antes que el sometimiento al Estado democrático de derecho. Y lo hizo flanqueada por un tapiz que nombraba al dictador Franco. La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica denunció públicamente esta anomalía. La Casa Real ignoró la queja y ni siquiera intentó tomar distancias del hecho.

Hay quien dice que la princesa crecida en Palacio, la princesa-soldado, es también una princesa feminista. Que encarna, como nadie, el ascenso de las mujeres en el espacio público. No parece. En el sexista ordenamiento jurídico vigente, si Leonor tuviera un hermano varón, no sería la heredera al trono. Y nada hace pensar que del cepo patriarcal y católico que supone la institución vaya a salir la Simone de Beauvoir de las monarquías europeas. La propia Casa Real ha vedado ese camino, encomendándola a la Virgen del Pilar. Ella misma se ha negado mínimos gestos de sororidad, mostrando entusiasmo con los goles de la selección de fútbol femenino, pero absoluta indiferencia ante las denuncias de Jenni Hermoso y sus compañeras.

Toda esta preparación de la heredera al trono ha condicionado su acto de juramento de la Constitución. Que no ha sido un acto modesto, austero, sino un acto cargado de pompa y boato. Que no ha sido acto civil, sino una injustificable exhibición cívico-militar.

Que Leonor de Borbón pase por ser “la más guapa de todas” puede servir a la operación de propaganda rosa que inundará casas, peluquerías y anaqueles de supermercado. ¿En qué mejorará la vida material de la ciudadanía? En nada. ¿De qué servirá mantener una institución costosa, opaca, incapaz siquiera de sacudirse la sombra del dictador que la reinstauró? De nada. La preparación de Leonor solo la habilita para prolongar un anacronismo. Una democracia plena, digna de ese nombre, merece otra cosa.

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