sábado, 2 de diciembre de 2023

CTXT. La base energética y material que sostiene nuestro modo de vida. Por Pedro L. Lomas

 Pedro L. Lomas 1/11/2023

España importa casi un 75 % del petróleo, gas o carbón que consume, lo que la hace muy vulnerable a los vaivenes geopolíticos

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Tanques de gas natural licuado de la empresa Enagás en el puerto de Barcelona.


Como seres vivos, dependemos del medio ambiente para obtener la materia y la energía que necesitamos. Su procesado constituye una suerte de metabolismo social dependiente, a su vez, de la reproducción de las condiciones materiales que lo posibilitan, y que, por eso mismo, lo limitan. No es posible tomar más recursos que los que los propios ecosistemas producen o aquellos que la corteza terrestre alberga.

En tiempos donde se concibe el desacoplamiento o la desmaterialización de las actividades económicas y el consumo como el gran objetivo a conseguir en el ámbito ambiental, es importante poner los pies en la tierra. En el primer informe ecosocial sobre la Calidad de Vida en España, desde el área Ecosocial de FUHEM se ha recopilado información relevante sobre los requerimientos de materia y energía que sostienen nuestro modo de vida actual.

En primer lugar, cabe subrayar el papel de los minerales energéticos, recursos de carácter no renovable que tienen una doble naturaleza, como materia extraída de la corteza terrestre y como vector energético. El modo de vida en España se alimenta directa e indirectamente de grandes cantidades de combustibles fósiles que, aunque en relativo descenso, suponen más de la mitad del consumo energético final y entre el 40-50 % de las importaciones de materiales.

En el análisis del uso de minerales energéticos para garantizar nuestro actual modo de vida se detectan dos grandes tendencias.

Por una parte, nuestro país tiene una clara falta de recursos propios y, por tanto, es fuertemente dependiente del exterior. Casi un 75 % de estos recursos proceden de fuera de nuestro territorio. Una demanda muy ligada a la coyuntura económica y, por tanto, una dependencia estructural de esta. Esto conlleva un enorme gasto destinado a la importación de minerales energéticos (petróleo, gas o carbón), con una gran vulnerabilidad a los vaivenes geopolíticos y a la variación de los precios. De hecho, este gasto se ha incrementado recientemente, entre otras cosas, debido a las últimas apuestas estratégicas que se han realizado al calor de las políticas de Estados Unidos y sus aliados de la UE con respecto a la guerra en Ucrania, desplazando parcialmente el gas que procedía de Argelia por gas licuado estadounidense, mucho más caro y costoso de inyectar al sistema productivo y, paradójicamente, con un aumento también del gas procedente de Rusia, del que antes de este giro había menor dependencia.

Por otra parte, debido a las consecuencias económicas de esa dependencia, así como a la necesidad de afrontar la crisis climática, se está impulsando una transición energética, que prevé el paso del actual consumo masivo de combustibles fósiles a una electrificación a partir de energías de origen renovable. Esta electrificación de la economía y los hogares a partir de las energías renovables se está topando con varias paradojas y problemas. Entre ellos, la cuestión de que la generación hidráulica, más consolidada históricamente en nuestro país, está sufriendo los vaivenes derivados de la mayor escasez absoluta de agua producida por el cambio climático (fenómenos de sequía meteorológica y mayor duración y cadencia de estos) y la endémica sobreexplotación del agua superficial y subterránea que sufrimos, con cerca de un 80% de usos consultivos en el sector agrario. Además, al promocionar un modelo renovable que sigue basado en una política de gestión de la oferta (no se cuestiona el nivel de consumo de energía sino sólo la naturaleza rica en emisiones de este), se está impulsando indirectamente el consumo de energías no renovables para su despliegue. Un despliegue de energías renovables que, debido a su canalización a través del mercado, sigue una lógica de generación de beneficios empresariales y no una tendencia de aprovechamiento de los recursos propios. Así, por ejemplo, está siendo realizado fundamentalmente a través de energía eólica en un país que posee 6 de las 10 regiones con mayor potencial solar de toda Europa, o está vaciando o no embalses según el criterio del mayor beneficio para la producción hidroeléctrica, y no de interés social (...)

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