miércoles, 20 de diciembre de 2023

El Salto. Historia y memoria: la tregua, el exterminio y la partición de Palestina, de María García Yeregui

 María García Yeregui   4 DIC 2023 

Estamos siendo testigos de otra matanza en masa, y viendo la complicidad en su producción y continuidad parece que la historia vuelve a llamar a la puerta.

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Acción en el metro de Madrid para denunciar la masacre en Gaza. ALEX MÉAUDE 



(...) Con historia y memoria, sentidas pero también pensadas en su complejidad y no como forma de hacer una caricatura del mundo al servicio de cada identidad parcial o excluyente, y hasta del ego individual, no es posible confundir la violencia de una resistencia territorial, por brutal que sea la acción, con el terrorismo global de organizaciones pertenecientes a ciertas ramas del islamismo yihadista como las que representaba Al Qaeda, ni tampoco con la conquista y el orden social que intentó imponer el ISIS durante la década pasada en territorios sirios, aunque Macron no lo tuviese claro en sus declaraciones al alinearse con Israel en octubre. 

Con memoria e historia en profundidad no se desdibuja el contexto histórico en el que existe una comunidad —el pueblo palestino encerrado en el muro de Gaza— que es la víctima de un Ejército estatal que ejerce su violencia diaria como victimario, pertenezca cada quien a la religión que sea. Porque ciertas identidades, como la judía, van mucho más allá de las religiones por tratarse precisamente de una identidad sin Estado a lo largo de la historia, por ello, por haber sido ‘una comunidad imaginada’ perseguida, excluida o expulsada de las conformaciones político-religiosas de los territorios donde habitaban, podemos decir que conformarían una identidad colectiva sin Estado.

Existe, por tanto, una diferencia radical con los israelíes, que tienen un Estado, y no cualquier Estado sino uno militarizado y colonizador. Pero es que además ser un pueblo con Estado es diametralmente distinto a que éste sea un Estado religioso. Un estado religioso y colonial no es una democracia, ni liberal ni de ningún tipo, se barnice con los festivales que se quiera. 

Con historia y memoria de las violencias de la modernidad, e incluso de la premodernidad, se es capaz de diferenciar con claridad la horrible violencia de una guerra —con crímenes bélicos en las retaguardias, sea regular o larvada— de un exterminio; y se le denomina como exterminio aunque éste sea perpetrado en un contexto bélico. Ahí está la última guerra en suelo europeo antes de la invasión de Ucrania, los Balcanes de los 90, para atestiguarlo. 

Con memoria dialéctica de la historia humana se discierne nítidamente una eliminación sistemática cometida por un Estado en el contexto de una ocupación colonial o una dominación reaccionaria, sea ésta implementada durante una dictadura en los llamados —como eufemismo del horror— ‘tiempos de paz’; se ejecute durante una guerra entre ejércitos regulares, como decíamos con la ex Yugoslavia; en el contexto de enfrentamientos con organizaciones armadas, sean guerrilleras o paramilitares; o si fuera perpetrado contra grupos de población en coyunturas que impliquen acciones de lucha armada urbana o la metodología del terror puntual contra civiles difuminado sobre sociedades con cotidianidad normalizada en la modernidad actual, el terrorismo. 

De hecho, con nuestra historia sabemos las diferencias: después de los atentados de Atocha, el 11 de marzo de 2004, hubo mentiras del Gobierno de Aznar que colaboró en la guerra de Irak, teorías de la conspiración que, por ello y falsariamente, señalaron a ETA como autoría y al gobierno de Zapatero que salió de las urnas el 14M como beneficiario, pero no hubo ni exterminio ni terrorismo de Estado —a diferencia de otros momentos de nuestra historia reciente—, ni ‘cruzadas’ en el exterior.

Este año en el que se cumplieron, allá por marzo, veinte años de aquella invasión de Iraq, podemos recordar las declaraciones de George Bush y su contundente lapsus del año pasado al referirse a Putin: “La brutal decisión de un hombre de lanzar una invasión en Iraq, en Ucrania, en Iraq, “anyway”. A partir de las decisiones de aquel gabinete de la Casa Blanca seguimos siendo testigos incesantes de la profundización de una estela que, aunque comenzó antes, se profundizó a comienzos de este siglo y se recrudeció la década pasada hasta hoy, en una nueva fase de destrucción de las posibilidades progresistas que en la Guerra Fría habían planeado sobre los países de Oriente Próximo. Un Oriente Próximo destrozado en los últimos tiempos por la hegemonía en crisis de los Estados Unidos. Y es que, como resumía la canción del rockero argentino, Indio Solari: “Emboquen el tiro libre, que ‘los buenos’ volvieron y están rodando ‘cine de terror’”.

En este vigésimo aniversario de aquella guerra invasiva, somos testigos de la ejecución de un exterminio en masa, perpetrado como parte de la ocupación y colonización del territorio que se materializa, en esta matanza masiva y prolongada, revestido de venganza justificadora y desprecio supremacista —“animales humanos”—, en lugar del habitual racismo cotidiano —“cerdos que les gusta vivir en pocilgas”—. Un nuevo episodio de eliminación poblacional a base de bombardeos diarios, que no se ha llevado a cabo con opacidad sino ante los ojos del resto del mundo, con las imágenes de bombardeos ininterrumpidos sobre población civil retransmitidas en directo, mientras en diferido —para quien las buscó— se han podido ver, atroces, sus consecuencias en vidas. Niños y niñas por miles: “esto es una guerra contra los niños”, dijo ayer el portavoz de Unicef. Y los testimonios de familias enteras con tácticas para subsistir como miembro de esas unidades familiares conducen irremediablemente a los testimonios inolvidables de la Shoah —más allá de la ‘industria del Holocausto’—.

A 76 años también de la primera publicación de El diario de Ana Frank, las imágenes de su existencia escondida —que rememoró su escritura— y las evocadas de su muerte en un campo de exterminio nazi se conjugan, en las mentes de sus lectores al ser testigos del genocidio en Gaza, con las crudas imágenes de los niños gazatíes, asesinados mientras están escondidos en sus casas, derrumbadas sobre sus cuerpos. La historia y la memoria dialécticas conectan también las luchas del tiempo contra lo que nunca debiera permitirse, como decía Walter Benjamin. Conectan las resistencias humanas en el tiempo y el espacio: ¡No al genocidio. Nunca más en ninguna parte!

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