lunes, 25 de marzo de 2024

CTXT. Barroso: política y medio (valga la redundancia), de Revista Mongolia

 Revista Mongolia 5/03/2024

El influyente asesor en la sombra, fallecido en enero, fue un actor clave en el gran pulso por la hegemonía progresista disputado durante décadas a caballo entre la Moncloa, el PSOE y el Grupo Prisa

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Juan Luis Cebrián y Felipe González. / Luis Grañena

https://ctxt.es/es/20240301/Politica/45818/Revista-Mongolia-Miguel-Barroso-grupo-PRISA-El-Pais-Cadena-Ser-progresismo-medios-Cebrian-Felipe-Gonzalez.htm

Una de las figuras más influyentes de la política española, aunque en buena parte desconocido para el gran público porque se movió siempre en la sombra, falleció sorpresivamente el 13 de enero a los 70 años: en Miguel Barroso (Zaragoza, 1953 - Madrid, 2024) convergieron varias de las líneas maestras que han marcado la España política y mediática desde la recuperación de la democracia: el fracaso de la extrema izquierda en la Transición, que él vivió en Barcelona desde Bandera Roja y El Viejo Topo; el auge arrollador de la socialdemocracia con la llegada de Felipe González a la Moncloa, al que se sumó ya de entrada como jefe de gabinete del ministro de Educación y gran referente intelectual del PSOE, José María Maravall, y la posterior tensión entre polos generacionales y políticos crecientemente en tensión en pugna por la hegemonía progresista, un choque que trascendió de mucho al PSOE e impactó de lleno a la Moncloa, a las relaciones en el conjunto de la izquierda y al ecosistema mediático de este país.

(...) El reinado feliz del PSOE y El País

El País se convirtió, casi desde el mismo día de su fundación, en 1976, en el periódico de referencia de la nueva España que se perfilaba con la Transición. Arrancó con un accionariado que en sí mismo simbolizaba este proceso –con representantes de casi todo el espectro político, desde AP hasta CDC y el PCE–, pero el éxito colosal desencadenó rápidamente una batalla interna que el consejero delegado, Jesús de Polanco, y el director, Juan Luis Cebrián, llevaron, desde la independencia que aportaba la solvencia económica, hacia una creciente comunión con el polo que acabó encarnando los nuevos tiempos: el PSOE de Felipe González.

(...) Sin embargo, desde la década de 1990 ambos transitaban ya lejos del apogeo creativo de los ochenta. Aburrido del periodismo, y con una creciente obsesión por el dinero y el poder, Cebrián quiso convertirse en un gran ejecutivo –en Prisa, pero también en la banca, con Bankinter–, y hasta jugar directamente a la política, con coqueteos con el italiano Marco Pannela y su Partido Radical italiano, desde posiciones ultraliberales, que tras la caída del Muro de Berlín se le radicalizaron y le llevaron a intentar ajustar cuentas en su propio periódico con lo que devino su verdadera obsesión durante muchos años: el deseo de extirpar de la redacción cualquier resto que pudiera quedar de la cultura del mayo del 68, que veía por doquier.

Cebrián procedía del periodismo franquista –Arias Navarro, exponente del bunker, confió en él como jefe de Informativos de TVE– y llevaba mal que el éxito de su periódico lo debiera también en gran parte a la redacción formada muy mayoritariamente por rojos rojas procedentes de toda la sopa de letras de la extrema izquierda en la Transición.

Obviamente, buena parte de esta radicalidad se fue atemperando en la mayoría de casos con la consolidación de la democracia, pero sí quedó muy impregnado en el periódico este poso cultural, con fuertes raíces en el mayo del 68. Ello molestaba sobremanera a Cebrián, renacido como aspirante a tiburón capitalista, que se atribuía casi en exclusiva el éxito de El País hasta el punto de que incluso Polanco le empezó a parecer un figurante timorato, como reflejó años después en sus memorias, Primera página (Debate, 2016).

Uno de los motivos permanentes de tensión entre Cebrián y Polanco, que se prolongó hasta el fallecimiento de este último, en 2007, fue precisamente esta obsesión del primer director del periódico por extirpar los restos del mayo del 68 de la redacción, lo que a menudo derivó en cruentas batallas con el poderoso comité de empresa. Pese a su empecinamiento, Cebrián solía perder estas batallas, puesto que Polanco, que también procedía del franquismo, siempre optó por mantener el statu quo con un argumento pragmático: “Si así nos ha ido tan bien, ¿por qué cambiar?”.

Al no poder ganar la guerra, Cebrián se concentraba en pequeñas batallas para estar en condiciones de imponerse cuando llegara la era post-Polanco, como el nombramiento como jefe de Opinión de El País de una figura tan derechista como el hoy eurodiputado de Vox Hermann Tertsch o la promoción de un grupo liderado por el periodista Antonio Caño, que en el crepúsculo del Gobierno de Felipe González ya se organizó para llevar el periódico hacia la derecha con el fin de entenderse mejor con un futuro gobierno de José María Aznar, que a partir de 1993 se veía como ineludible.

(...) A diferencia del nuevo grupo neocon que anidaba en El País –y que se expresaría abiertamente como tal durante la “guerra contra el terrorismo” emprendida por George W. Bush a partir de 2001–, la receta de Barroso marchaba en sentido contrario: hacia una regeneración de la izquierda que la liberara de los dogmas heredados de la Transición y en alianza con sectores sociales emergentes a partir de agenda progresista que bebía precisamente de la cultura del mayo del 68 y que ponía los pelos de punta a Cebrián y su cáfila: feminismo, ecologismo, democracia participativa…

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