sábado, 16 de marzo de 2024

CTXT. “No somos residentes, tampoco refugiados, ¿qué somos los palestinos?”

 Marta Maroto Bedawi (Líbano) , 5/03/2024

El genocidio israelí sobre Gaza pesa sobre los campos del Líbano, donde 240.000 personas viven en condiciones de precariedad y sin plenos derechos pese a llevar generaciones en el país

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Miembros de Al Fatah en la marcha anual que conmemora el 59 aniversario del partido en el campamento de refugiados de Badawi, en el Líbano. / M.M.

https://ctxt.es/es/20240301/Politica/45817/refugiados-palestinos-libano-gaza-reportaje.htm

El verde oscuro de los símbolos de Hamás nunca había sido tan abundante entre las callejuelas del campo de refugiados palestinos de Bedawi, en el norte del Líbano. En las cafeterías y comercios, el índice de Abu Obaida, líder de la milicia islámica, apunta amenazante a las banderas amarillas de la Organización para la Liberación de Palestina, ajadas por el viento y el desgaste de décadas de hegemonía. Es viernes de rezo musulmán, y el lamento del imán se escucha por los altavoces: “Dios, danos la victoria, ayúdanos a paralizar sus piernas y sus manos, permítenos regresar a nuestra tierra”.

Entre la costumbre y el agotamiento, el genocidio israelí sobre Gaza se vive con el corazón encogido en los campos de refugiados palestinos del Líbano, país en el que, de acuerdo con Naciones Unidas, viven 240.000 palestinos. “Ya no bailamos ni celebramos, hemos perdido la capacidad de expresar felicidad”, cuenta Abdelsalam, estudiante de enfermería de 21 años, que reconoce que aunque Palestina siempre estuvo muy presente en las oraciones, él se ha vuelto “más religioso solo para rezar por Gaza”.

El 7 de octubre, con cautela y asombro, el campamento salió a celebrar que el Ejército Israelí, tras 75 años de violenta ocupación y masacres, no era invencible. La causa palestina volvía a tener un lugar en el mapa tras décadas de silencio mediático y avance de procesos de normalización diplomática con los países del entorno.

Sin embargo, a medida que avanzaba el conteo de muertos y que se dibujaba el que sería uno de los genocidios más crueles de la historia, retransmitido por sus supervivientes en tiempo real, se instaló la pena y la pesadumbre. Aunque con lazos históricos y de sangre, las diferentes comunidades de refugiados palestinos en el mundo han crecido en contextos y luchas diferentes, y la respuesta más común en los campamentos, desde Ein el-Helwe, en el sur, a Shatila, en Beirut, es la de la impotencia, sentir que poco pueden hacer por los gazatíes.

Hoy hay doce campamentos de refugiados palestinos en el Líbano, que comenzaron como asentamientos de tiendas de campaña tras la ‘Nakba’ en 1948 y fueron transformándose en barrios de viviendas precarias, guetos a las afueras de las principales ciudades. La segunda oleada migratoria, tras la Guerra de los 6 Días en 1967, consolidó la presencia palestina en el país y provocó fuertes tensiones con las Fuerzas Armadas, explica Kris Attié, experto en política libanesa.

Bajo el auspicio del Egipto de Abdel Nasser, el por entonces líder palestino Yasir Arafat y el Estado libanés firmaron, en noviembre de 1969, el Acuerdo de el Cairo. El documento cedía la autonomía política y el control de la seguridad de los campamentos a los partidos palestinos, que desde entonces constituyen una suerte de realidad paralela al Estado libanés en la que rige el control de Al Fatah, la facción dominante que vertebra la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).

La infraestructura organizativa de la OLP se nutre de la financiación producto de los Acuerdos de Oslo de 1993, y este es uno de los motivos por los que cada vez más voces en los campamentos de refugiados palestinos en el Líbano acusan al grupo de inmovilidad y corrupción. “El dinero no llega a la vida diaria de las personas”, explica Hatem Mokdade, activista palestino, y los problemas de cortes de electricidad, infraestructura, acceso a la educación o abastecimiento de agua llevan años en el mismo punto muerto.

La precariedad es resultado de la mala gestión interna de los campamentos, de las rivalidades por los fondos entre las diferentes facciones, pero también de las restricciones externas impuestas por el Estado libanés. La ley doméstica fuerza a la población palestina a una situación permanente de apartheid que impide a generaciones, nacidas incluso en el país, el acceso a derechos plenos. Los palestinos en el Líbano no pueden tener nacionalidad ni pasaporte, no pueden ser propietarios de su vivienda y tienen restringidas más de una veintena de profesiones como la medicina, la ingeniería o la abogacía (...)

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