lunes, 29 de abril de 2024

CTXT. Mentirosos o idiotas, de Gerardo Tecé

 Gerardo Tecé 9/04/2024

Si usted quiere salir en la tele, no lo dude: insulte al presidente democráticamente elegido y, además de ser nombrado héroe del día, será puesto como ejemplo de esa teoría del PP que dice que Sánchez no puede pisar la calle

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Pedro Sánchez y la ministra Isabel Rodríguez, en Dos Hermanas, Sevilla, el 8 de abril. / Fernando Calvo, Moncloa


El periodismo español vivió en el año 2020 un momento fundacional al que, por culpa del dichoso virus, no le prestamos demasiada atención. Como si tal cosa, los medios de comunicación de derechas salieron en tromba a reivindicar su derecho a mentir libremente difundiendo bulos entre la población cuando el Gobierno anunció la creación de un gabinete dedicado a desmentir falsedades relacionadas con la crisis sanitaria. El funcionamiento del aparato de opresión y censura gubernamental, así lo llamaron los medios afectados, era muy sencillo. Si el digital de turno aseguraba que un ministro había robado un respirador del hospital y se lo había llevado a casa para su uso y disfrute, este gabinete señalaría la información como falsa y explicaría que nada de esto había ocurrido. Intolerable. Típico de dictaduras. El fin de la libertad en España, denunciaron desde Antena3 hasta El Mundo, pasando por la COPE, ABC y demás grupos de comunicación entregados a la noble causa del servicio público, especialmente cuando éste lo financia el PP con dinero del contribuyente. Quizá la imagen más icónica de aquel momento fundacional fue la de Eduardo Inda, director de un diario fuertemente subvencionado y colaborador habitual de las principales cadenas de televisión, posando amordazado de boca y manos porque si el Gobierno se dedicaba a desmentir bulos, en España se acabó la libertad de prensa.

Cuatro años después de la fundación de esta nueva era, la libertad de prensa goza de una salud de hierro. Tanto, que la mentira es una línea editorial tan financiada y respetada como otra cualquiera, pero mucho más efectiva. En el ambulatorio soy testigo del éxito de esta era dorada del periodismo. En la sala de espera, un tipo mata el tiempo hablando a voces por teléfono asegurando que en España tenemos un dictador apellidado Sánchez. El valiente –hay que serlo para señalar una dictadura a voces sin miedo a las represalias–, además de potentes cuerdas vocales tiene potentes argumentos. Resulta que Sánchez ha acumulado tanto poder en España como el que tuvo Franco. Y esto se debe a que está decidido a cumplir su plan de gobernar eternamente, “como en Venezuela”. En estos casos siempre me surge la duda sincera de si los peones de esta batalla propagandística son mentirosos entusiastas de la causa o simplemente pobres imbéciles. La duda de si el tipo pretende engañar a la persona que está al otro lado de la línea o si de verdad cree en lo que está diciendo. 

Lo cierto es que, como saben Carlos Herrera, Inda, Ana Rosa, Feijóo e incluso Abascal, no ha habido presidente en la historia de España con menos acumulación de poder que Pedro Sánchez. Hasta quienes gritan en las salas de espera tienen en su smartphone acceso a la   información que les confirmará que, al contrario que sus antecesores, es un hecho objetivo que Sánchez no cuenta con una mayoría para controlar el Congreso a su antojo, ni tampoco el Senado, donde manda la derecha. Sánchez no tiene poder autonómico ni municipal, ni cuenta con el favor del poder mediático, ni del económico, ni controla el Poder Judicial, secuestrado desde hace un lustro por el PP. Tampoco ha puesto a trabajar al Ministerio del Interior para espiar a rivales políticos, fabricar acusaciones falsas o destruir pruebas de corrupción como sucedió durante el Gobierno de Rajoy. Un presidente, el gallego, que sí acumuló democráticamente poder en el Congreso, Senado, autonomías, Poder Judicial, que tuvo a su disposición el poder mediático, el empresarial, a la Iglesia, el fútbol y los toros. Un presidente que viajó con normalidad en el Falcon sin que a nadie se le ocurriese llamarlo dictador por ello. 

¿Y qué? En esta era inaugurada en 2020, los hechos no importan tanto como la libertad de poder elegir tu propia aventura. Y si Sánchez es un dictador, en la lucha contra la dictadura todo vale. Vale fomentar el conflicto en la calle desde los medios de comunicación. Si el presidente es insultado durante un acto público, los medios harán del insulto portada y efecto llamada. Si usted quiere salir en la tele, no lo dude: insulte al presidente democráticamente elegido y, además de ser nombrado héroe del día, será puesto como ejemplo de esa teoría del PP que dice que Sánchez no puede pisar la calle. Como queriendo decir. Dado el fracaso de las elecciones pasadas en las que la derecha en todas sus formas políticas mediáticas y judiciales no logró su objetivo, a la libertad de bulo toca sumarle ahora la libertad de bullying. Para Sánchez y para todo aquel que pueda ser considerado cooperador del dictador. Que la periodista Silvia Intxaurrondo se atreviese a desmentir en directo una falsedad que Feijóo pretendía difundir en la cadena pública, es motivo suficiente y justificado para ir a por ella con informaciones falsas. Si al entorno de Díaz Ayuso se le cae el dinero de los bolsillos y su novio es investigado por enriquecerse de manera dudosa, toca empatar ese partido yendo contra la mujer del presidente del Gobierno. No importa que no haya pruebas ni indicios. Hace cuatro años, la cacería se centraba en el socio de Gobierno de Sánchez y al presidente le incomodaban las denuncias públicas de Pablo Iglesias señalando el juego corrupto de la prensa. Hoy Sánchez sabe bien que cuatro años haciendo como que no pasaba nada fueron demasiados años.

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