sábado, 25 de mayo de 2024

CTXT. Carta a la comunidad 356 | Guillem Martínez: Por el fuego amigo

 4/5/2024

 Por el fuego amigo


 

GUILLEM MARTÍNEZ


      Estimado/a lector/a:

 

Por la presente espero que esté bien. Yo, bien, gracias. En otro orden de cosas, esta carta era para informarles del hecho de que, como todo el mundo, me he comido con patatas Anatomía de una caída. De pronto acabé rodeado de esa película, de la que personas próximas, inteligentes, solventes, me hablaban con admiración. Por eso la peli me resultó doblemente frustrante. Sinopsis –sin spoiler alguno, lo que tiene tela–: se trata de una película judicial. Las películas judiciales suponen, básicamente, una tensión ética por sí mismas. Esa tensión va con el género. El espectador de una peli de juicios –no sé, mi mamá viendo, en su día y en sala de estreno, la magnífica Testigo de cargo, esa peli que se promocionaba con un rótulo, al principio del film, en el que se rogaba al espectador que no se chivara de quién era el malo cuando abandonara la sala– entra al trapo en ese debate ético. Toma partido, cree y, por lo general, si todo está bien hecho, se equivoca. Y ese es el sentido de ese género. Un género, por eso mismo, cívico, democrático, que demuestra que cualquier linchamiento es improcedente, pues nada en la vida de los adultos es lo que parece. Por eso me sorprendió sobremanera el ejercicio de abandono que realiza el guionista respecto del espectador. El guión intenta explicar una historia. Pero, más aún, intenta no tomar partido alguno en ella, como si la historia no fuera ficción. El resultado es una suerte de telefilm, no muy caro, con actores muy buenos y con su final no solucionado –no puedo decirles más sin chafarles la guitarra–. Se trata de algo que, claro, no es importante. Esta opción del guionista era una de las opciones del guionista. No obstante, me quedé maravillado con el éxito de esta deserción, de esta manera de no acabar el trabajo, de considerar que el trabajo consiste en no hacerlo, de confiar en el género, en fin, la creación de toda la tensión vertida. Por lo que me vi otra peli del mismo guionista, a ver si todo esto era no-eres-tú-soy-yo. Se trató de un film anterior, de 2021: Onoda, 10.000 nights in the jungle. Explica la historia de Hiroo Onoda, el último oficial japonés en rendirse frente a los aliados, en 1974, cuando Abba. Es, otra vez, un planteamiento quirúrgico, casi lineal, sin sorpresas, de la historia. El grueso de la energía se vuelve a dilapidar en no decir, en no explicar, en no enturbiar una historia con problemas de adultos. Se explica una historia, así, espectacular, apasionante, con líneas claras y con pocas erosiones. Es una buena historia, en verdad. Hasta que buscas en la wikipedia la historia de Onoda –formidable, sangrienta, brutal; Onoda es el siglo XX, ese siglo de matanzas– y ves el desperdicio realizado. La película es, así, la vida de Onoda –un oficial fanático que resistió, en modo guerrilla, casi 30 años a la realidad; un asesino que mató a más de 30 personas en tiempo de paz, la mayoría civiles, y que, posteriormente a su rendición, siguió siendo fiel al nacionalismo que lo creó–, desprovista de las tensiones que lo caracterizaron como un ser problemático. Pasa a ser un ser pintoresco, que asume su destino con pocas vacilaciones y dilemas, para que pueda pasar por encima de él una peli de dos horas. De ambas películas, de su éxito, de sus premios, se puede desprender una tendencia que puede dibujar la época. Se trata del miedo. Un miedo llamativo, constante. El miedo a decir. El miedo a plantear. El miedo a tener una firme opinión. El terror a tener voz, a verbalizarla. El rechazo de toda valentía, siendo la valentía algo que suele sentar muy bien, incluso en el trance de utilizarla para ceder la opinión al espectador –al lector, al cabo–, para crear un final abierto, para plantear problemas, sin solución, de manera que el espectador –el lector, al cabo– ponga a prueba su propia valentía. Sin esa valentía, los objetos creados, simplemente, y esa fue mi sensación como espectador –como lector, al cabo–, son un ejercicio de cobardía. Laureado, por otra parte, como es el caso de las dos películas citadas. Y esto es, diría, lo más importante de estas películas. Que sean productos recompensados en crítica, en éxito, por omitir algo que entra en la tarifa del guionista, del escritor: decir. Tomar partido. Mojarse. Luchar por la libertad del espectador  –el lector, al cabo–.

 

        El sentido de esta carta era ese. Recordarles que todos construimos sentido. Cuando hacemos una peli o un articulete no fabricamos un axioma, una verdad. Fabricamos, en el mejor de los casos, un objeto parcial y personal, únicamente avalado por nuestra inteligencia, formación, calidad y valentía. Y, claro, por la inteligencia, la formación, la calidad, la valentía del lector –del espectador, al cabo–, que dota de sentido, modifica el sentido, o niega el sentido de lo que lee, como es su deber innato. Todo ello no deja de ser un ejercicio de valentía. La valentía siempre suele ser una actividad intelectual que se realiza en soledad. Cuando no se realiza en soledad es una suerte de gregarismo. Y no es valentía, sino que suele ser rollo bullying, su contrario. El sentido de esta carta es agradecerles su valentía, y sus ganas de dotar, modificar, negar el sentido a lo que escribimos. Más en este periodo en el que los nuestros/las izquierdas están en el poder o próximos a él. Es en esos escasos periodos cuando se necesita practicar la crítica, antes que los discursos depurados y en blanco. Exponernos. Practicar el fuego amigo, esa cosa que, históricamente, nunca ha existido por aquí abajo. Y así nos ha lucido el pelo. Gracias por no permitirnos darnos la razón. Gracias por aceptar guiones más cachondos, y con finales aún más abiertos.

 

Atentamente: 

Guillem Martínez

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