domingo, 7 de julio de 2024

CTXT. Atajar las urgencias y desinflar el globo, de Yayo Herrero

 Yayo Herrero 24/06/2024

Cuando se destruye lo que se quiere, no hablamos de amor. Quien quiere a las Illes Balears, Canarias o Cantabria y a la gente que vive allí, no las condena a la precariedad, a la destrucción de la cultura y del territorio, al no futuro

Casapueblo en Punta Ballena (Uruguay). / Re Uruguayo

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El 29 de marzo se publicó en los medios locales cántabros que una sociedad de inversión balear, AB Capital, había mostrado su interés ante, decían, el “efecto llamada” que estaba generando Cantabria en el sector turístico, por un lado, y el hecho de la “saturación” del mercado en Baleares por otro. AB Capital mostró en las reuniones con los promotores la firme voluntad de “querer convertir Cantabria en la Ibiza del norte”.

La frase me hizo recordar una conversación que tuve el verano pasado, mientras tomaba un café con Roberto Domingo Maroto, director, guionista y realizador de RTVE. En ella, me acerqué por primera vez a Antonio Bonet Castellana. Roberto me había hablado de este arquitecto, de enorme nivel e insuficiente reconocimiento. Llamé a Roberto y le propuse otro café para retomar la conversación y él compartió conmigo la investigación sobre Bonet. 

Este arquitecto estudió en Barcelona e iniciada la Guerra Civil se exilió a París, donde trabajó con Le Corbusier. Colaboró en la construcción del pabellón español de la Exposición Internacional de 1937 en París, trabajando codo a codo con Picasso, a quien le había encargado el mural que terminó siendo el Gernika.

Trabajó en el estudio de Le Corbusier y participó en los debates que, en 1933, se celebraron en el barco Patris II haciendo la ruta Marsella-Atenas-Marsella, y que se condensaron en la Carta de Atenas, coordinada por el propio Le Corbusier y Jeanne de Villeneuve. En esta Carta se establecían los principios de la ciudad moderna entre los que el protagonismo del paisaje y el territorio en el que se pretendía intervenir eran cruciales.

Bonet, en 1938 se trasladó a Buenos Aires, donde desarrolló una importante actividad en el diseño, la arquitectura y el urbanismo, junto a otros arquitectos argentinos. Fue amigo personal de Rafael Alberti o Maruja Mallo. Coherente con los principios en los que se había formado, fue un hombre defensor de una arquitectura de vanguardia, respetuosa con el paisaje en el que se insertaba. Quienes le recuerdan o escriben sobre él, señalan que tenía un sentido profundo de la estética y la belleza. 

En 1948, estando en Buenos Aires le invitaron a Punta Ballena (Uruguay) en donde descubrió una franja de tierra virgen. Le invitaron a construir allí. Un paraje aparentemente inhóspito y ventoso. Una lengua de tierra costera con una laguna interior. Allí conoció a las hijas de Antonio Lussich, un armador, arboricultor y escritor uruguayo que se había enamorado del lugar y había comprado un enorme territorio en el que creó un arboretum y su casa. Un constructor compró a las hijas, excepto a una que no quiso vender el terreno, y propuso a Bonet que diseñase una urbanización de lujo.

Bonet sintió la misma atracción que Lussich por Punta Ballena y diseñó su urbanización. Un proyecto rompedor y singular que tenía como protagonista a la naturaleza. Él mismo se construyó una casa en uno de los extremos. Sin embargo, los constructores, rápidamente, comenzaron a aplicar recortes y a distorsionar el proyecto. Donde había una parcela urbanizable, se introducían dos. Se le escatimaba espacio a la tierra y se llenaba de casas y jardines privados. Se trataba de rentabilizar el territorio en mayor medida de lo que se había proyectado. Bonet terminó retirándose del proyecto.

Si hoy miramos desde el aire, Punta Ballena está completamente urbanizada. Solo queda un cuadrado de territorio vacío e inhóspito como testimonio de lo que fue. Quizás, quería imaginar Roberto, el trozo que una de las hijas de Lussich no quiso vender a los constructores. Un cuadrado perfecto de tierra que, como si fuera una obra de arte contemporáneo, aparece como símbolo mudo de resistencia.

Lo que más me removió de lo que me contó Roberto fue saber que Antonio Bonet, el mismo arquitecto, diseñó el plan inicial de ordenación de la Manga del Mar Menor, junto con José María Puig Torné.

Todo parecía repetirse. La propia similitud geográfica, una lengua de tierra costera y una laguna interior, el interés de los constructores, la propuesta basada en pocos edificios y el protagonismo de las dunas y el mar y… la pérdida rápida del control. La Manga del Mar Menor es hoy uno de los iconos del desarrollismo del litoral español, pero nació como una de las referencias del movimiento moderno en España. La diferencia entre el proyecto inicial y lo que hoy es La Manga describe la trayectoria que va desde la aprobación de la Ley de Zonas y Centros de Interés Turístico Nacional, en 1963, hasta el éxito de un turismo de masas que, en 2019, atrajo a casi 84 millones de turistas a España.

Un hombre inteligente y sensible como Bonet, que soñó con una urbanización inserta en Punta Ballena, no dudó en abandonar el proyecto cuando derivó en un encargo que destruía la belleza que él había admirado. ¿Qué le impidió sospechar que en el Mar Menor podía suceder lo mismo. ¿Qué es lo que hace pasar del amor a la destrucción? ¿Qué idea de amor hay detrás? Quizás, decía Roberto, tenga que ver con una cultura que necesita poseer y dominar aquello que dice amar. Esta forma de amar, combinada con la voracidad de un capitalismo que ha de convertir todo lo útil, todo lo bello en beneficio es letal

Y volvemos a Cantabria, y a Langre y Loredo, un lugar de una enorme belleza, que a los ojos de quienes lo miden todo en dinero, está vacío y necesitado de desarrollo. Después de la declaración de los empresarios que anunciaban querer replicar el modelo balear en el norte, el pasado 18 de mayo, aproximadamente, diez mil personas participaron en una manifestación contra la construcción de un macrocomplejo turístico en el entorno natural de Loredo y Langre, en Ribamontán al Mar (Cantabria). 

La manifestación fue convocada por Cantabristas, una fuerza política que defiende “avanzar hacia un modelo distinto al que nos ha traído hasta aquí, dejar a un lado las políticas del hormigón y del ladrillo, dejar de apostarlo todo al turismo masificado, abandonar la improvisación y acabar con la falta de sensibilidad con lo nuestro que han mostrado los partidos que han gobernado Cantabria en las últimas décadas”.

El runrún de los días previos hacía pensar que íbamos a ser muchas las que secundásemos la convocatoria. Quienes viven en Cantabria, tanto en la ciudad como en los pueblos, ya empiezan a sufrir lo que sucede cuando el turismo se hace masivo. En mi pueblo, la gente más joven no puede quedarse a vivir cerca de donde nació. Las casas disponibles se alquilan de octubre a mayo, pero se quieren vacías y disponibles para el turismo de junio a septiembre. Los trozos de tierra que se pueden urbanizar tienen unos precios imposibles. Se está viviendo el auge de la compra de segundas residencias o de parcelas para construir viviendas turísticas, casas rurales o apartamentos. Hay una tremenda presión para que se abra la espita de la construcción.

El aumento de las temperaturas y las sequías en muchos puntos del Estado español se convierte en reclamo publicitario. El norte, transformado en refugio climático ante las altas temperaturas en verano en otras zonas y aún no convertido en un “destino maduro” –eufemismo que se usa para nombrar aquellos lugares que han sido arrasados–, deviene en un “espacio desaprovechado” que ofrece oportunidades para el crecimiento.

Pero, a la vez, en los lugares en los que la fórmula de la turistificación lleva tiempo ensayada, el malestar de la población es creciente. 

El pasado 20 de abril, más de 200.000 personas, pertenecientes a decenas de colectivos, salieron a la calle en todas las islas del archipiélago canario convocadas por dieciocho colectivos, diversos y plurales bajo el lema ‘Canarias Tiene un Límite’. La protesta masiva puso de manifiesto que, detrás de los anuncios jubilosos de las cifras crecientes de la industria turística, se esconde la precariedad y el malvivir de la población ante un modelo que agota el territorio y precariza hasta niveles intolerables las vida de las personas (...) 

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