martes, 29 de octubre de 2024

CTXT. Pensar en la ultimidad, de Franco 'Bifo' Berardi

 Franco 'Bifo' Berardi 8/10/2024

Todos los discursos que escuchamos hoy, en 2024, son discursos que preparan el exterminio mutuo

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La libertad de los seres humanos reside única y enteramente en el hecho de que hablan y se expresan con signos. En esa esfera, y en ninguna otra, son libres. En esa esfera se emancipan de los designios de Dios, y al mismo tiempo se emancipan de la tiranía de lo particular, de la pertenencia y de la fuerza bruta. El proceso de civilización consistió en someter la brutalidad de la energía al lenguaje. La misión de la modernidad consistía en gobernar la brutalidad y someter la naturaleza al lenguaje. Aquí reside la vocación de los modernos, al menos en sus intenciones. Hoy sabemos que, desde este punto de vista, la modernidad ha fracasado en su propósito. No quiero decir que el lenguaje se haya retirado de la escena: al contrario, el lenguaje ha acelerado su ritmo hasta el punto de proliferar más allá de los límites de las capacidades de procesamiento de la mente humana. Gracias a la tecnología conectiva hiperrápida, la Semiosis, la actividad de enunciación y proyección, se ha convertido en Hipersemiosis, y la Hipersemiosis ha saturado la atención, la imaginación y la sensibilidad hasta el punto de imposibilitar la distinción crítica y hasta el punto de hacer ineficaz el lenguaje. Por eso es necesaria una reflexión última, pensar en la Ultimidad. Es necesario pensar en las condiciones en que viviremos en el horizonte que se perfila: el horizonte de la desaparición de la especie humana en el siglo XXI.

La retórica universalista no resistió la revelación que trajo Darwin. Darwin reveló que la naturaleza no se rige por ninguna teleología, ni se ajusta a las leyes de la razón: evoluciona según una única ley, la de la prevalencia de individuos y especies capaces de adaptarse al medio, y la de la eliminación de individuos y especies en competencia. Tras esta revelación, era legítimo preguntarse: si en la naturaleza existe un principio de selección natural que no tiene nada que ver con la justicia universal ni con la razón, ¿por qué la sociedad humana no debería funcionar de la misma manera? La respuesta no es obvia.

El pensamiento humanista y su evolución hacia la Ilustración respondieron que la civilización humana consiste precisamente en la afirmación de la razón ética sobre el instinto natural. 

Se suponía que esa era la diferencia moderna. De Hobbes a Kant, este es el objeto de la reflexión: ¿cómo someter la ley de la naturaleza a la aspiración de una razón ética universal?

Ahora descubrimos que el universalismo, y la diferencia que supone con respecto a la naturaleza, fue probablemente una ilusión óptica dentro de la cual se desarrolló la historia de la política moderna: la democracia, el Estado de derecho, el derecho internacional, etc.

Ahora descubrimos que la ley no vale ni el papel en que fue escrita.

Según el darwinismo social, el mercado es el lugar de la selección natural, y el universalismo no puede hacer nada en la esfera del mercado. Descubrimos entonces que todo el discurso universalista se basaba en una ilusión. La sociobiología nos lo ha repetido: para Dawkins, los individuos son “máquinas de supervivencia, vehículos automáticos programados ciegamente para preservar esas moléculas egoístas conocidas como genes”.

Únicamente el marxismo escapó a este cinismo radical e intuyó una manera de dar concreción y verdad al universalismo, reconociendo al mismo tiempo la fuerza brutal de la selección natural. Si la fuerza es el único juez de las relaciones entre los humanos, decían los comunistas, únicamente una fuerza universalista puede imponer una dirección humana a la historia. Únicamente la fuerza universalizadora de la clase obrera, encaminada a suprimirse a sí misma y a afirmar el interés social, puede evitar la guerra de todos contra todos y hacer posible la evolución humanista: igualdad e internacionalismo.

Sin embargo, como sabemos, el proyecto internacionalista y comunista fue derrotado, anulado, convertido en inoperante. No sabría decir si ello se debe al error fundamental de los marxistas (confiar en la democracia, que no era otra cosa que un engaño y una trampa), o si se debe a que el comunismo era un proyecto incompatible con la naturaleza humana del que, sin embargo, no sé nada, porque siempre pensé que no existía.

Sea como fuere, el genocidio que se desarrolla en Oriente Próximo marca el triunfo de la ferocidad en el escenario de la historia. Todos los discursos que escuchamos hoy, en 2024, son discursos que preparan el exterminio mutuo. La candidata al trono presidencial estadounidense, la demócrata Harris de nombre exótico, lo dijo abiertamente: “Les aseguro que nuestras fuerzas armadas tendrán siempre la máxima letalidad”. (Escuchen su discurso del 23 de agosto de 2024 en YouTube). Putin asegura lo mismo a su pueblo. Y cualquiera que aspire a tener algún poder debe hacerse la misma promesa a sí mismo y a los demás: seremos los más letales. Letalidad es la palabra clave de la política del futuro, que no tiene nada que ver con la política, más bien es la negación de la política.

Israel ha demostrado que posee una letalidad superior a la de sus adversarios, al igual que Hitler poseía una letalidad superior a la de sus enemigos en 1939. Pero como demuestra el final de la Alemania de Hitler, la superioridad técnica es algo que no dura eternamente. 

Los palestinos, los judíos del siglo XXI, los que sobrevivan al genocidio (porque sabemos que el genocidio rara vez es perfecto), no tendrán otra cosa que hacer que dotarse de técnicas suficientemente letales para vengarse del genocidio israelí. Sea como sea que evolucione el genocidio que está teniendo lugar, en los próximos años hay que prever una explosión mundial de odio hacia la potencia colonialista genocida de Israel, que se manifestará (es bueno saberlo) con una explosión de antisemitismo. El odio a Israel y a los israelíes llena el corazón de cualquiera que aún tenga corazón.

Sin embargo, por desgracia, el blanco del odio no serán únicamente los israelíes, que merecen ese odio: la confusión entre judíos y sionistas, que los sionistas han alimentado de un modo irresponsable, está destinada a volverse contra los judíos de todo el mundo.

Estoy convencido de que en el siglo XXII el planeta se habrá librado de la infección humana, pero mientras tanto este último siglo estará marcado por una competición de terror. Únicamente aquellos que sepan equiparse con herramientas letales y sembrar el terror podrán participar en la historia en el tiempo que queda. Por eso la única estrategia que me interesa es la deserción. Desertar del terror y del terrorismo, desertar de toda participación en la guerra.

Desertar de la raza humana, que no ha podido ni podrá emanciparse nunca de la fiereza.

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