viernes, 15 de noviembre de 2024

CTXT. “Mi padre fue un represor, un vulnerador de los derechos humanos al servicio de la dictadura franquista” Por Ritama Muñoz-Rojas

  Ritama Muñoz-Rojas 14/10/2024

Tomás Gil Márquez. Hijo del comisario jefe de vía Laietana, involucrado en el proceso que terminó con el asesinato de Puig Antich

Tomás Gil Márquez. / Fotografía cedida



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Dice Tomás Gil Márquez (Barcelona, 1957) que nadie escoge la familia en la que nace. A él le tocó ser hijo de un policía entregado en cuerpo y alma a las tareas que desempeñaba la Brigada Político Social que, como es sabido, eran la represión, de la manera que fuera, de los opositores al régimen franquista. Tomás Gil es hijo de Juan Gil Mesa, policía gubernativo desde los años cuarenta y, desde 1973, comisario jefe de la comisaría de vía Laietana, un centro de los que creó el aparato represivo del franquismo, tristemente conocido por las torturas y el maltrato que recibían los detenidos que terminaban en sus calabozos. 

Tomás Gil no quiso seguir el camino de su padre, renegó de sus ideas y de sus funciones como policía, entre las que se podría citar la responsabilidad en la detención, el interrogatorio y la manipulación del proceso que acabó con la condena a muerte de Salvador Puig Antich. Pero, sorprendentemente, Tomás Gil se incorporó a la policía después de muerto el dictador, y fue jefe de la Policía Local en Barcelona, además de, entre otras cosas, asesor de la Alcaldía en Seguridad Ciudadana y Civismo, doctor en Derecho, máster en Derecho Comparado, profesor de Derecho Constitucional y autor de varios libros relacionados con el modelo de seguridad de un país. 

Habla en esta entrevista sin miramientos de un colega, su padre, al que no le perdona su trabajo como policía durante la dictadura.

Cuéntenos la historia de su padre.

Mi padre tenía doce años cuando empezó la Guerra Civil española. Procedía de un pueblo de Almería, Cuevas del Almanzora, de una familia que no tenía penurias económicas. Estudió en un colegio de Lasalle. Su padre, mi abuelo, había votado a Izquierda Republicana en las elecciones de 1931, como tantos ciudadanos españoles que iban a misa y votaron a la República, porque ésa es la realidad de este país. 

Al comienzo de la Guerra Civil, mi abuelo y otras personas de su pueblo fueron detenidos por las milicias republicanas y trasladados a un campo de trabajo hasta el final de la guerra; falleció poco después de quedar en libertad. A mi padre le habían mandado a Barcelona, a casa de una tía, para que terminara el bachillerato; después, estamos en los años cuarenta, opositó para la policía gubernativa, aprobó a la primera y le destinaron a Barcelona; más tarde se licenció también en Derecho y en Criminología. 

Yo creo que le afectó mucho psicológicamente todo lo relativo a su padre; la prueba es que cuando fue destinado a Barcelona como agente de la policía gubernativa, estuvo tres meses en una comisaría, en la Barceloneta, y luego se incorporó como miembro de la policía gubernativa en la horrible y denostada Brigada Político Social, que era, dentro de la policía franquista, el aparato que tenía como misión la represión de cualquier tipo de disidencia; y cualquier tipo de disidencia eran los monárquicos democráticos, los socialistas, los anarquistas, los independentistas y todos aquellos que no fueran, como ellos decían, buenos españoles. Tuvo entonces como jefes a Pedro Polo y a Eduardo Quintela [dos destacados miembros de la Brigada Político Social en Barcelona que se emplearon a fondo en la represión de los opositores al régimen, especialmente, los anarcosindicalistas]. Fue una época durísima en cuanto a la represión, el maltrato a los detenidos, la persecución política. Todo eso continuó hasta la muerte de Franco, pero la etapa de los años cuarenta y cincuenta fue la más dura por muchos motivos, como los fusilamientos en Barcelona en el campo de la Bota [entre 1939 y 1952 la dictadura ejecutó en ese lugar a cerca de 1.700 personas].

Mi padre estuvo en la Brigada Político Social a lo largo de todo su desarrollo profesional. A principios de los años setenta, tuvo la oportunidad de optar a la categoría de comisario, y aprobó a la primera. Así que se incorporó a la Brigada Político Social, ya como comisario jefe, en la comisaría de vía Laietana, 43, en 1973. 

Esa comisaría, en palabras de opositores a la dictadura que estuvieron detenidos en ella, era algo así como un agujero negro en el que se cometieron todo tipo de torturas y violación de derechos.

Mi padre fue un represor, un vulnerador de los derechos humanos al servicio del régimen infausto que fue la dictadura franquista.

¿Participó en detenciones, torturas?

Participó en detenciones, en torturas, en registros. No tengo ninguna duda. Porque en aquel escenario de represión, de violencia y de vulneración permanente de los derechos humanos, esos perseguidores, entre los que él se encontraba, formaban parte, lamentablemente, de la práctica constante de la violencia contra la disidencia.

¿Desde cuándo fue usted consciente de las funciones de su padre como policía?

Yo me doy cuenta de todo esto cuando ya tengo cierta edad y conciencia. Voy descubriendo que hay otra España, que no tiene derecho a nada y que ha sido perseguida por el régimen de cualquier forma. Fue en torno a los veinte años cuando fui consciente de esto.

Supongo que tendría que ver con su llegada a la Universidad.

Yo tengo mucho que agradecer a la Universidad española, en la que además he sido profesor de Derecho durante treinta y cinco años, en la Autónoma de Barcelona, y siete, en la facultad de Políticas, a la que llegué siendo el jefe de la policía local. ¡Imagínate! Pues tengo que decir, que el último día de clase los alumnos me aplaudieron, y yo me emocioné.

Volviendo a mi pasado, en los años en que yo fui estudiante tuve como profesor a una persona de la que nunca me cansaré de hablar bien, Jordi Solé Tura. Llegué a la Universidad advertido de que allí encontraría a esos demonios, a los comunistas, entre otros, a Solé Tura. Sin embargo, al conocer a alguien así, me di cuenta de que el mundo no es de un color, el mundo es un arcoíris. A partir de entonces me fui transformando. Porque yo vengo de una familia del régimen, de arriba a abajo. Lamentablemente, en la vida uno no elige a la familia. Eliges los amigos, las amigas, la pareja. Pero la familia, no. Y si es una familia estupenda, todo es fantástico; pero si es como la mía, puede convertirse en una especie de fantasma del pasado que siempre ronda por ahí. Entonces es necesario hacer el gran esfuerzo de cortar, diferenciarse y asumir la responsabilidad de condenar. Porque no se puede confundir la relación personal del padre con el hijo, con las funciones del padre. Evidentemente, yo debo condenar todas aquellas funciones profesionales de mi padre durante todo ese tiempo, y lo he condenado.

¿Habló de todo esto con él alguna vez?

No, yo nunca tuve una conversación con él. Oposité también, me fui de casa, me casé y tuve poca relación con la familia. En este momento de mi vida, desde hace años, ya no tengo ninguna comunicación con mi familia. Mi padre murió relativamente joven, con 67 años, de una cadena de infartos. Muy joven, sí, pero siempre estaba enfadado.

Estaba usted diciendo que no estaba de acuerdo con algunas de las funciones de su padre como policía…

[Corta]… No estoy de acuerdo con ninguna, eran siempre funciones de represión, de persecución y maltrato. Y eso hay que condenarlo, nunca se puede justificar la violencia, ni la vulneración de los derechos humanos; nunca, jamás. Y él, tomó parte en ese régimen policial de la dictadura franquista desde la primera línea. Porque había policías que estaban haciendo el documento nacional de identidad o en la policía científica y otras labores. Pero había también un aparato represor con nombres y apellidos, y eso debe ser motivo de condena y ejemplo de lo que nunca debe ser la policía.  

¿Cuándo ingresó usted en la policía?

En el año 1979. Soy de la segunda promoción democrática.

Realmente, llama mucho la atención que finalmente quisiera ser policía.

No, yo no quise ser policía. Ingresé en la policía porque tuve una conversación con mi padre. Él estaba muy preocupado con lo que pudiera pasar aquí con él y con otros como él al término de la dictadura. ¿Me sigues?

Sí.

Porque cuando hay un cambio de una dictadura a una democracia, lo normal, lo lógico, lo sensato y lo justo es que se pidan responsabilidades a determinadas personas. Ten en cuenta que, pocos años antes, se había producido en Portugal la Revolución de los Claveles. Ellos tuvieron la decencia de acabar con la dictadura por la acción de un grupo de militares democráticos de las fuerzas armadas, en unas horas. Y eso me hizo tener una visión más positiva de lo que son las fuerzas armadas. En España eso no pudo ser porque la UMD [Unión de Militares Democrática] no tuvo la fuerza que tuvo ese grupo de militares portugueses. Pero aquí, la dictadura acabó de una manera miserable; el dictador murió en la cama, hubo un funeral de Estado, vino Pinochet, vino Kissinger, y después hubo unos pactos. Nosotros no podemos dar lecciones a nadie. Porque aquí, el ejército era franquista salvo honrosas excepciones, como la Unión Militar Democrática, que eran muy pocos y, además, el régimen los detuvo. Estaba todo súper controlado y la policía era fiel a la dictadura. Claro que había dentro de la policía personas que pensaban de manera diferente, pero ni eran grupos organizados ni tenían fuerza; porque el silencio y el miedo imperaban.

Volviendo a mi padre, con esa preocupación de qué podría pasar, me sugirió que opositara; yo vi por dónde iba, éramos cuatro en casa, así que ingresé en la policía; yo ya era licenciado en Derecho; nunca me había motivado ni había pensado ser policía.

Viendo su currículo, se podría decir que su labor como policía ha sido sobre todo intelectual.

Cuando ingresé en la policía ya había personas que pensaban como a mí me gustaba ver el mundo. Tuve la suerte de conectarme con policías abiertos, democráticos; me incorporé a un sindicato, a la Plataforma Unitaria de Policías, después al SUP [Sindicato Unificado de Policías]; eran sindicatos modernos, en relación con otros que eran de otro cariz, porque hay policías de todo tipo y condición, como pasa también en la judicatura. Hay policías monárquicos, republicanos, de izquierdas, o de muy izquierdas. En aquellos años, poco a poco, me fui encarrilando hacia una forma de entender lo que era la policía en un sistema democrático, que es una institución al servicio de los ciudadanos.

He leído que su padre participó en la detención de Salvador Puig Antich.

Él no lo detuvo físicamente. Mi padre era el responsable de la Brigada Político Social, pero él no estuvo en el momento de la detención. Tenía intención de ir a la calle Gerona [donde se produjo la detención y el tiroteo], pero el coche que le tenía que recoger en casa no se puso en marcha, y no pudo estar en donde él quería estar. Sí fue el responsable de todo el operativo y de la elaboración del atestado policial, ese atestado que dista mucho de la verdad de los hechos, porque no se hicieron pruebas de balística, no se investigó de qué armas salieron las balas que impactaron en el subinspector que murió; todo aquello derivó en un juicio sin garantías y luego en la condena a muerte. Todo eso forma parte de un disparate vergonzante, cruel y un ejemplo de cómo reaccionaba la dictadura en sus últimos años.

En relación a la verdad, la justicia y la reparación de las víctimas, ¿qué puede hacer un colectivo integrado por familiares de genocidas o perpetradores que se han unido bajo el nombre de Desobedientes?

Para mí lo más importante es construir una verdad sobre hechos que, lamentablemente, durante varias décadas, estuvieron silenciados en España por el miedo a la represión, y en la etapa democrática, ocultos por una especie de pacto de silencio, de no hablar del pasado porque eso incomodaba. Porque hay un montón de personas que son buenas y demócratas, pero que su padre, su madre o su abuelo estuvieron en esa zona oscura del pasado. Lo que pasa es que somos una sociedad poco dada a la transparencia y a la rendición de cuentas. Por eso colectivos como el de Desobedientes son importantes para conocer la verdad y, sobre todo, para las futuras generaciones, aquello que pasó y que nunca tiene que volver a suceder. Si no sabemos cómo fue el pasado, ocurren cosas como que el partido Vox tiene casi cinco millones de votos. El Partido Popular nunca habla del golpe de estado del 18 de julio; siempre acuden a frases como “hay que entender aquellas condiciones adversas”. Pero eso no es así, porque a pesar de que pasaran cosas complejas, el gobierno de la República era el gobierno legítimo, y el Partido Popular nunca ha condenado en sede parlamentaria aquel golpe. Para pensar en el futuro, no tenemos que olvidar ni cambiar el pasado, y hay muchas cosas que condenar del pasado. Ahora hay un montón de jóvenes votando a Vox. Por eso, es importante no ocultar las verdades, no guardarlas en un armario.

¿Le ha supuesto algún conflicto personal o profesional adherirse al movimiento de los Desobedientes, los que señalan a sus familiares cómplices de dictaduras que aniquilaban al adversario?

No tengo relación con mis hermanas desde hace tiempo. Mi participación en el documental Laietana, 43 causó una reacción negativa de muchas personas que trabajan allí, y con algunas de ellas ya he perdido la amistad. Somos un país poco dado a la reflexión y a la autocrítica; se dice que hay que dejar las cosas como están, no remover el pasado. Pero en aquel edificio, en la comisaría de vía Laietana 43, durante el franquismo se maltrató, se apaleó, se vulneraron los derechos humanos de los que eran detenidos por ser disidentes políticos y luchar por una España democrática; y por ese “pecado” les maltrató la policía. Ese edificio debería ser un centro de memoria, para que lo visitaran los estudiantes, para mostrar lo que nunca debe ser la policía ni un régimen político.  


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