lunes, 16 de diciembre de 2024

Guggenheim Urdaibai: un sinsentido cultural en un escenario equivocado

 Txema García   30 de noviembre de 2024

Plano del puerto de Mundaka. Txema García





Viajamos en el tiempo a una fría y brumosa mañana del 6 de diciembre de 1984 en Urdaibai. El mundo todavía era bipolar, la Unión Soviética no había implosionado y Francisco Franco, desde su tumba en el Valle de los Caídos, seguía intentando que todo estuviera “bien atado”. Las cabeceras de los periódicos y los informativos de televisión y radio daban cuenta de que un autobús de viajeros había caído, cerca de Zumaia, a un embravecido mar Cantábrico, con el resultado de cinco víctimas mortales. 

Poca gente en Busturialdea y en el resto de Euskadi se percató aquel día de la trascendencia que pudiera tener de cara al futuro que la Unesco declarara Urdaibai como nueva Reserva de la Biosfera. De hecho, resulta complicado encontrar a alguien que recuerde aquella fecha. Julen Rekondo, especialista medioambiental y Premio Nacional de Medio Ambiente, es uno de ellos. “Recuerdo que los que militábamos en organizaciones ecologistas recibimos aquella noticia con una gran alegría”, dice.

Desde entonces han transcurrido cuatro décadas y la Reserva de Urdaibai ha pasado por muchas vicisitudes: reducción de su biodiversidad con pérdida de especies, descontrol cuando no permisividad frente al poder fáctico que representa el sector forestal, afectación de plantas invasoras, contaminación industrial y por aguas residuales, dragados, sobreexplotación de acuíferos, utilización indebida como zona deportiva...

Por si todo esto fuera poco, una nueva amenaza se cierne ahora sobre ella: el plan que el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia quieren llevar adelante para instalar dos sedes más (una en Gernika y otra en Murueta) del Museo Guggenheim. Estas instituciones alegan que este proyecto garantiza su conservación. 

Vistos los antecedentes, ¿es esto creíble?, le preguntamos a Rekondo. “No, en absoluto. He conocido Urdaibai antes y después de su declaración como Reserva y he asistido a múltiples atentados ecológicos que se han cometido a pesar de su protección —la lista es muy amplia— y desconfío totalmente que la construcción del Museo Guggemheim vaya a mejorar su conservación como se pregona desde estas instituciones. Dicen que de construirse atraerá, cuando menos, a 140.000 nuevos visitantes, y eso supone que tendrá unos impactos muy severos sobre los hábitats protegidos y el propio estuario, en una comarca que ya de por sí, sobre todo en verano, se masifica, y en la que hay problemas con el abastecimiento de agua, con los desplazamientos y un sinfín de cuestiones más”, señala.

De construirse el Guggenheim, Urdaibai sería la única Reserva de la Biosfera, entre 759 existentes en todo el planeta, que contaría con un Museo, además, con dos sedes. “Esto no tiene ninguna lógica desde punto de vista de protección de la naturaleza y el medio ambiente y más bien responde a proporcionar unos beneficios económicos a unas determinadas élites y a turistizar una zona cuya capacidad actual está ya superada. La Naturaleza no es un capital del que hay que extraer plusvalías entendiéndolo como mero negocio sino un bien común de la sociedad. Además, lo que verdaderamente necesita Busturialdea es un plan integral ecosocial que revierta su situación de declive, acorde con la protección de esa naturaleza”, defiende Rekondo.

¿Una nueva autoseducción? 

“La seducción: ese es mi negocio. Soy un séducteur profesional. Yo no gano dinero pero lo recaudo, y lo tengo que hacer a base de seducir. Seduzco a la gente para que haga donaciones de 20 millones de dólares. La seducción consiste en hacer que la gente desee lo que tu deseas sin que se lo hayas pedido. Se trata de una transferencia del deseo. Soy en cierta forma la mayor puta del mundo”. Estas eran las palabras de Thomas Krens, anterior director del Museo Guggenheim, hablando relajadamente en su despacho de la Quinta Avenida (Nueva York) el 29 de mayo de 1996, con el antropólogo y ex director del Center of Basque Studies de Reno (Nevada) Joseba Zulaika, y que éste recogió en su libro “Crónica de una seducción”. 

Casi tres décadas después, ya de vuelta a Euskadi, Zulaika considera que “a diferencia de aquella época, ahora nos bastamos a nosotros mismos para auto-seducirnos: el museo bilbaíno ha funcionado tan bien que hay que doblar la apuesta y volver a seguir creyendo que se repetirá 'el milagro' en Urdaibai. El problema es que se ha difuminado en qué consistirá el milagro. Ya no estamos tan seguros de si queremos más turistas y más capitalismo. Por otra parte, el desencanto por una cultura que ha producido a Trump disminuye sus poderes de seducción”. 

Como antropólogo que es, Zulaika entiende que la contribución del equipamiento bilbaíno a la cultura vasca “ha sido compleja, con algunos aspectos claramente positivos. Antes que nada, ha convertido a Bilbao en referencia indiscutible de la arquitectura mundial y ha beneficiado el urbanismo, la economía y la imagen de Bilbao. En otros aspectos —modelo de museo franquicia, arte vasco relegado, dependencia de Nueva York, promoción de la cultura burguesa— ha sido nocivo. El Museo Guggenheim forzó un impasse en la sociedad vasca entre lo global y lo local y obligó a reflexionar sobre nuevos modelos de regeneración urbana y nuevos contenidos de lo que constituye la identidad y la cultura vasca”.

Carencia de modelo cultural

Doctora en Historia del Arte, profesora en la UPV-EHU, Haizea Barcenilla pone el énfasis en este ámbito. ¿Hacia donde esta enfocado este proyecto, hacia el Arte y la Cultura o hacia el Turismo?, le preguntamos. “Sin lugar a dudas, hacia el Turismo. Se busca un “efecto Guggenheim” como el que ocurrió en Bilbao, donde el museo cambió el perfil económico de la ciudad y lo dirigió hacia el Turismo. Esto se aprecia claramente en que no se ha presentado ningún plan cultural: se ha pensado el continente pero no el contenido. Otra cosa que no se ha tenido en cuenta es que muchas imitaciones del “efecto Guggenheim” fracasaron, y las que supuestamente triunfaron se han llevado por delante ciudades como Málaga. Es decir, se piensa en el turismo sin querer asumir los problemas que ese modelo actual está originando”, indica.

El vínculo entre Arte y Naturaleza no tiene, para Barcenilla, ningún sentido: “Para empezar, los museos no son instituciones muy ecológicas. Son caras de mantener, necesitan muchos recursos de acondicionamiento, se suelen hacer muchos transportes de obras… Además, si se esperan 140.000 visitantes, habrá que construir accesos acordes a ese volumen de público y eso desde luego no es compatible con la ecología. Poner un edificio en una reserva natural no trae una simbiosis entre arte y naturaleza, al contrario, puede contribuir a dañar esa naturaleza. Usa la naturaleza para atraer turismo (que no arte), pero eso no beneficia a la reserva”. 

En opinión de Haizea Barcenilla, el problema de fondo es que “no hay modelo cultural. No se ha mencionado ni una vez cómo encajaría esto dentro de un plan cultural ambicioso y de territorio, porque no hay tal plan. Claro que hay necesidades mucho más urgentes en la cultura: acabar con la precariedad de los y las creadoras, estudiar las necesidades de la red de museos ya existentes, a menudo infrasubvencionados, revisar el sistema de becas para que dejen de ser anuales y permitan proyectos más ambiciosos a medio plazo… El Guggenheim Urdaibai probablemente se comerá parte del presupuesto que necesitarían estas acciones”. 

Un Starbucks muy caro

Más taxativa aún se muestra la filóloga vasca Blanca Urgell, diez años después de haber ejercido como consejera de Cultura en un Gobierno Vasco dirigido por el PSE (que ya rechazó en aquel tiempo otro proyecto de instalar el Guggenheim en Urdaibai) cuando es preguntada por si cree que han cambiado las circunstancias para aceptarlo ahora. “No, no creo que haya cambiado nada. Y estoy convencida de que no es eso, en absoluto, lo que necesita la comarca desde el punto de vista estructural y económico y, desde luego, mucho menos desde el cultural. En mi opinión, refleja una preocupante falta de imaginación por parte de las instituciones para revitalizar un lugar que es de por sí maravilloso, y también tal vez una falta de interés real por la Cultura, que es la que se siembra, no la que se compra”, dice.

En esa misma dirección, y ante el interrogante de lo que pudiera aportar o perjudicar un Museo Guggenheim a la cultura vasca, Urgell considera que “no solo en mi opinión, sino en la de todos los expertos que consultamos en su momento, es un absurdo traer dos veces la misma marca a un país tan pequeño como Euskadi. El Guggenheim es un proyecto fundamentalmente turístico, no cultural, una institución que pasea por sus museos en el mundo un tipo de arte, el que quiere y como quiere, sin atender más que de forma minúscula las necesidades de la ciudadanía vasca y a las personas que están creando aquí. Salvando las distancias, es el Starbucks de la cultura. Un Starbucks muy caro”.

Para Urgell, son otras las urgencias culturales básicas en Euskadi: “No es solo, ni principalmente, ese gasto inicial. El Guggenheim se lleva ya cada año -y lo subraya- un dineral de las instituciones, y también de los patronos privados (este año el presupuesto es de casi 34 millones), que podría y debería invertirse en nuestra propia red cultural. Una buena red de apoyo a la cultura necesitaría tres patas: apoyo a la creación (espacios y tiempo para crear); a la producción (conciertos, exposiciones, etc.); y a la externalización (festivales, ferias del libro, etc.). Con especial mención, además, atendiendo a lo que oigo, a facilitar el papeleo de las subvenciones, que absorbe desproporcionadamente el tiempo y las fuerzas de la gente de la creación”.

STOP masivo a la falta de escucha

Desde la ciudadanía, a pie de calle, hay un clamor que se ha expresado por medio de una fuerte contestación social, actos muy diversos, culminados con dos grandes manifestaciones celebradas en la villa foral, la última el pasado 19 de octubre con miles de asistentes. ¿A qué responde este proyecto, qué sentido tiene?, le preguntamos a Eider Gotxi, licenciada en Química, activista antes de SOS Gaztelugatxe, ahora implicada en la plataforma Guggenheim Urdaibai STOP y muy conocedora de este proyecto. “En relación con Busturialdea, no tiene ningún sentido comunitario que la ciudadanía  podamos entender. Busturialdea tiene unas necesidades ya bien conocidas y que, además, se han alargado muchísimo en el tiempo. Así que lo que toca es hacer una valoración de la situación actual y elaborar un plan que sea capaz de darle una respuesta. Si no es así, y no lo es, no tiene ningún sentido. Y, probablemente, responda a algún interés, pero éste no es ni colectivo ni público. Tenemos una fundación privada como el Guggenheim y una empresa privada como los Astilleros de Murueta que se frotan las manos ante el obsequio que le hacen las administraciones públicas vascas. Un “todo incluido” pagado por la ciudadanía y que les da opción a seguir expandiendo su nombre sin realizar ninguna inversión para unos y un pelotazo urbanístico de por medio para otros. Y lo quieren hacer en una zona núcleo de una Reserva de la Biosfera y en Zonas de Especial Conservación y Protección para aves incluidas en la Red Natura 2000. Es el valor añadido que le da el paisaje que nos dijo el señor Vidarte”. 

El Gobierno Vasco y la Diputación afirman que no hay nada decidido. Sin embargo, están acometiendo muchas tareas de “desbroce” para hacerlo realidad. ¿Cómo se entiende esto? “Esto solo se puede entender de dos formas”, señala Gotxi. “O la decisión está tomada y van con todo para adelante (con la desinformación como otra herramienta más para lograr ese objetivo) o realmente no está decidido y actúan de forma muy irresponsable cambiando leyes y normativas que, tarde o temprano, tendrán sus consecuencias. Se impulsa la desprotección de la zona en una época en la que la restauración de la Naturaleza y la conservación de la biodiversidad están en primera línea de actualidad. Y, además, como en el reciente caso de Valencia, vemos cómo la naturaleza exige lo que es suyo y lo recupera. En este proyecto se ningunean las zonas protegidas, las zonas de máxima inundabilidad o líneas de mareas. En lugar de dar ejemplo, cumplir y hacer cumplir todas las figuras de protección que están en vigor en la zona, lo amoldan a la carta con el único objetivo de hacer viable este proyecto. Ya nos dijeron que era irrenunciable...”, señala Gotxi.

¿Para quién? ¿Por qué?, le preguntamos: “Alguien nos debería explicar quién ha tomado estas decisiones de instalar un museo, el Guggenheim, y que se ubique en esta Reserva de la Biosfera. Es tremendo”, apunta Gotxi. “Ahora bien, el talante que demuestran es muy preocupante: sin escucha, sin participación y sin ningún criterio medioambiental, cultural o económico. ¡Porque sí! Y todos los pasos que se dan, como los cambios en planes urbanísticos, los estudios de viabilidad en el plan territorial parcial Gernika-Markina, los abogados personados por parte de Diputación o del Ayuntamiento de Murueta en la demanda que hemos presentado ante la Audiencia Nacional por la reducción de la protección de servidumbre en la Ley de Costas, todo ello se paga con dinero público. ¿Se puede asumir este gasto sin tener la decisión de construir los museos tomada? Desde luego, no se debería”, añade

En cualquier caso, el Gobierno Vasco y la Diputación de Bizkaia han abierto un “proceso de consultas” en la comarca. ¿Tiene algún sentido hacerlo si, como dicen, eso no va a servir para partir de cero y el proyecto se hará “sí o sí”?, le insistimos a Gotxi, cuya respesta es: “Los procesos de consultas son obligatorios en proyectos medioambientales. El convenio Aarhus lo dice bien claro. Pero tienen su momento y su procedimiento y está claro que ese momento ya pasó. No se puede engañar a la gente haciendo como que se les hace partícipes de las decisiones cuando éstas ya están tomadas. Si se tiene verdadera voluntad, habría que dejar a un lado el proyecto Gguggenheim Urdaibai y empezar a decidir cuales son los proyectos adecuados para Busturialdea, entre todos y sin condiciones. ¡No es el caso!"

En Murueta, ¡no!

Licenciado en Economía, otro miembro destacado de Euskadiko Ezkerra (EE) y consejero en dos legislaturas de gobiernos del lehendakari Ardanza en las áreas de Urbanismo, Vivienda y Medio Ambiente, Jon Larrinaga fue uno de los impulsores, junto con José Antonio Maturana, de la Ley 5/1989 de Protección y Ordenación de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai. 

¿Qué significó esa Ley para Busturialdea? “Hay que señalar que ya antes, desde 1969, Urdaibai fue protagonista de varios intentos de explotación que podían atentar contra su conservación como espacio natural y, más tarde, como Reserva de la Biosfera. Aplicar el manual del desarrollismo simple a un espacio natural como Urdaibai es muy sencillo y rentable a corto plazo y tiene un resultado seguro: acabar con su ecosistema. Ya en tiempos de Franco, desde la Diputación de Bizkaia y, también, desde intereses locales, se pretendió desarrollar un proyecto turístico y urbanístico que nos movió a una cuadrilla de amigos gernikeses a decirle que por ahí no a la Diputación. Aquel proyecto no se paró por nuestras protestas, eso en tiempos de la dictadura era impensable, supongo que el parón económico de la crisis del petróleo de 1973 influyó en el aplazamiento del proyecto". Luego llegó la democracia, pero Urdaibai seguía tentando al desarrollismo. A primeros de los ochenta “alguien volvió a proyectar una piscifactoría, con un puerto deportivo en Sukarrieta y urbanismo expansivo a cargo de la veintena de ayuntamientos de Urdaibai. Así que la iniciativa y la nominación como Reserva de la Biosfera en 1984 fue un sólido apoyo para la defensa del ecosistema. Sobre esa base, la insistencia de EE en el Parlamento Vasco y bajo la iniciativa de J. M. Martín Herrera, consejero socialista de Medio Ambiente, se aprobó la Ley de Protección. Su secreto, además de la zonificación protectora, fue la tutela urbanística desde el Patronato en un territorio administrado compuesto por veintidós municipios qué hubiera sido ingobernable”, indica Larrinaga.

Cuatro décadas después, la pregunta cae por su propio peso. ¿No choca con la tradición de su antiguo partido y del  PSE-EE, el apoyo actual de la parte socialista del Gobierno Vasco y de la Diputación a ese proyecto, tal y como está presentado, al igual que el compromiso de inversión de 40 millones de euros por parte del  MITECO para la regeneración del entorno aunque vinculado a la ejecución del proyecto Guggenheim? Jon Larrinaga es taxativo: “Creo que el compromiso del PSOE y el PNV en Madrid debe ser sometido también al espíritu abierto de la Ley de Protección de la Reserva. Según su espíritu todo está en revisión, lo del Guggenheim Murueta no es un dogma y menos cuando ha puesto en pie a  toda la sociología de la comarca. Aquella desafortunada expresión, 'esto se hará sí o sí', ha sublevado a los locales y muchos más y necesita de una autocrítica práctica por parte de las instituciones. El apoyo de los 40 millones de euros de recursos europeos estaría más justificado con una intervención que potencie la industria local, en un contexto de reindustrialización europea. La comarca debe aprovechar de un presupuesto público de esta cuantía para diversificar su tejido económico”, dice.

Entonces, ¿ve compatible con esa ley fundadora la intervención que se propone de ubicar un Museo Guggenheim en la zona de Astilleros de Murueta y la propuesta de accesos? ¿Y en Gernika? “El proyecto Guggenheim Murueta no respeta la Ley de Costas, ha requerido una excepción, y atenta contra un espacio de Especial Protección. Nunca he entendido el empeño en emplazar la sala de exposiciones en Murueta, a costa incluso de masificar el espacio de marisma entre Gernika y Murueta. Además la carencia de servicios de acogida en Murueta y alrededores obligaría a intervenciones urbanísticas poco aconsejables si se quiere mantener el entorno. Por qué no apostamos por un “Guggenheim Gernika”, por cierto, una marca universal más potente, y eliminamos así el impacto medioambiental, con una ciudad de servicios contrastada, como es Gernika. Más allá de lo anterior, en el marco de la propuesta de desarrollo comarcal del Gobierno Vasco y tras cuarenta años de abandono, se ha de afrontar una reindustrialización profunda en Busturialdea”. 

Un plan estratégico integral

Pocas personas como Ramón Zallo, licenciado en Derecho y Economía, catedrático emérito de la UPV-EHU, y autor de numerosos libros, entre ellos varios dedicados a estudiar el declive de Busturialdea, pueden hablar con tanto rigor como él de esta comarca y de sus necesidades. Su diagnóstico, de partida, no deja lugar a dudas: “Se encuentra en un declive profundo, tanto del sector industrial como del de la construcción y el primario; es la penúltima de Bizkaia en PIB y empleo comarcal; tiene un alto nivel de paro; déficits estructurales en infraestructuras, comunicaciones y agua; registra  un deplorable estado de la Reserva y, lo más preocupante; con ausencia de un modelo económico de futuro, sin que pueda serlo seriamente el basado en el turismo cultural, natural y de playa”.

Sin embargo, para Zallo, “la comarca tiene altas potencialidades por sus recursos humanos muy cualificados que rinden servicios fuera de la comarca; por su tradición intersectorial; por la oportunidad de los nuevos modelos económicos en la era de la descarbonización; y por una conciencia colectiva de la necesidad de revertir la situación”.

¿Sería entonces el Museo Guggenheim Urdaibai la solución a todos estos males?, le preguntamos. “No, de ningún modo. El declive -por abandono institucional y desinterés privado- de Busturialdea-Urdaibai no es canalizable desde un solo proyecto económico, y menos si es de contenido turístico que, en general, tiene pocos efectos multiplicadores por si mismo, y acarrea muchos inconvenientes para la población. En el caso del Guggenheim–Urdaibai los inconvenientes son aún mayores por afectar a una naturaleza protegida y en franco deterioro. Si bien vendría acompañado de una inversión regeneradora de 40 millones de euros del MITECO, ésta es necesaria haya o no Museo en la marisma. Y a largo plazo, esa regeneración no compensa la ocupación por el equipamiento propuesto de una franja grande de dominio público marítimo terrestre -la del astillero, rompiendo su continuidad entre Murueta y Busturia- y entregaría al mercado turístico nada menos que 7 kilómetros de ribera del Oka, desde Gernika”. Y añade: “De que ese proyecto no es una solución ya se han dado cuenta la Diputación y e Gobierno. Por eso -y por la oposición vecinal contundente- decidieron acompañarlo con un plan económico vinculado a una previa declaración de la comarca como Zona de Atención Prioritaria (ZAP) que conlleva una inversión de medio plazo (4 a 6 años) de entre 50 y 300 millones que son los límites de las 5 ZAP vigentes hoy, y que se concentran en unos pocos proyectos tractores. Diputación y Gobierno proponen el número de 6 para Busturialdea, incluido el Guggenheim Urdaibai”.

Lo que a su juicio se necesitaría para revertir la situación de abandono de esta comarca sometida a “sacrificio económico” se encuentra en el libro “Un desarrollo económico y ecosocial para Busturialdea-Urdaibai” (editado por Gernika Gogoratuz) que incluye un Documento de Trabajo para un Plan de Choque y un Plan Estratégico (2024-2034). En él habla de 25 proyectos tractores, cubriendo cuatro campos: infraestructuras, ecosistemas, economía y ámbitos socioculturales.

Como impulsor en su día del Plan Vasco de la Cultura bajo el Gobierno de Ibarretxe, y desde un punto de vista cultural, Zallo considera que la propuesta responde “a una necesidad –legítima– de la Fundación Guggenheim Bilbao, pero no a una necesidad de país. Como país necesitamos invertir en creación, educación y producción cultural –o sea, en recursos humanos y en industria cultural y audiovisual y digital- hasta configurar un sector económico creativo potente que arrope una especialización de país en arte y contenidos culturales. Un país de población pequeña y cultura propia en riesgo -zarandeada por vientos transnacionales y dependiente de las culturas mainstream de Estado- debe tener un sector cultural de primerísima para recrear su propia cultura e intercambiar con otras en un mundo abierto. Lo hemos entendido para el I+D+I pero no para la cultura y, sin embargo, es el eslabón más frágil del conocimiento de nuestra comunidad”. 

El Guggenheim en Urdaibai carece de sentido para Zallo, sí, en cambio, “el Museo de la Memoria que se proyecta para Gernika -como continuidad y sustitución del Museo de la Paz- podía haberse planteado en Dalia, dentro de un Museo de la Sociedad y la Cultura Vasca, utilísimo como espacio de reflexión sobre nuestra historia cultural y societaria y para el conjunto del sistema educativo, especialmente. Los museos etnográficos no cubren esa dimensión”, señala.

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