martes, 5 de agosto de 2025

Los jóvenes, atrapados entre la preparación y la precariedad sin opciones reales para independizarse

Lucía González Rodríguez   26.06.2025 

  • Hay jóvenes que deben destinar más el 92% de su sueldo a mantener una vivienda en alquiler
  • Solo un 41% de los hombres se considera feminista y un 23,1% niega la existencia de la violencia de género

  • Margarita Guerrero, Instituto de la Juventud: "Desde la precariedad no se puede elegir libremente"



En España, la juventud se ha convertido en una etapa sin salida clara. Ni infancia ni adultez, ni independencia ni refugio. La vida adulta se retrasa y se estira como una goma demasiado tensa. Emanciparse ya no se materializa al acabar los estudios o al encontrar el primer trabajo, sino casi una década más tarde.

Según el Informe Juventud en España 2024, la edad media para dejar el hogar familiar se sitúa en los 30,4 años, una de las más altas de Europa. En países como Suecia o Dinamarca, los jóvenes lo hacen seis o siete años antes. Más de seis de cada diez jóvenes siguen viviendo con sus padres, y cerca de la mitad depende económicamente de otras personas. En la mayoría de los casos, de sus propias familias. Porque trabajar no garantiza un techo propio.

En muchas ciudades, pagar un alquiler supone renunciar a casi todo lo demás. De hecho, hay jóvenes que deben destinar más el 92% de su sueldo a mantener una vivienda en alquiler. En la práctica, el salto a la independencia exige un sueldo del que pocos disponen.

Sin embargo, el alquiler se impone como única vía de emancipación (un 56,6% de los hogares jóvenes viven arrendados) y perpetúa una "generación inquilina", sin ahorro ni acceso a la propiedad.

La familia, aplazada

La juventud española ya no solo llega tarde a la independencia, también a la maternidad y la paternidad. La edad media para tener el primer hijo ronda los 32 años, y no por elección. Según el informe, más de siete de cada diez jóvenes desean tener descendencia, pero apenas uno de cada cinco lo logra antes de los 34.

El deseo existe, pero el contexto no acompaña. Criar a un hijo cuesta, de media, más de 750 euros al mes. Si salir de casa ya es difícil, ampliar la familia resulta sencillamente inviable.

No es solo una cuestión económica. Es estructural. La vida se aplaza, y con ella todos sus hitos tradicionales. Incluso la idea de “proyecto vital” se transforma. Se multiplica la convivencia en pareja como forma de salida del hogar familiar: más de la mitad de los jóvenes emancipados de entre 30 y 34 años lo han hecho formando pareja, ante la imposibilidad de hacerlo solos.

Compaginar trabajo y estudio, en aumento

Mientras se alarga la espera para iniciar sus vidas, los jóvenes aprietan los dientes y tiran hacia adelante. Una parte importante —más de dos de cada diez— compatibiliza trabajo y estudios. Lo hacen por necesidad y la cifra aumenta respecto a años anteriores.

Saben que la formación ya no es garantía de nada, pero aun así insisten. Aunque crece también la brecha educativa entre los jóvenes, aquellos que estudiaron en centros privados alcanzan niveles formativos más altos que los de centros públicos. Y estudian más que las generaciones anteriores. Sin embargo, eso no se traduce en trabajos dignos. Más de la mitad siente que su empleo no está relacionado con lo que estudiaron. Ni siquiera quienes han cursado másteres o doctorados se libran de esa sensación de desajuste.

Las condiciones laborales mejoraron en parte tras la reforma de 2022, que redujo los contratos temporales, pero no solucionaron lo esencial. El empleo joven sigue marcado por la parcialidad involuntaria, los sueldos bajos y el estancamiento.

"La juventud no es un sujeto pasivo, es una fuerza transformadora, que denuncia lo injusto y que construye, en muchos casos, alternativas", ha asegurado la ministra de Infancia y Juventud, Sira Rego, en la presentación del informe.

Muchos jóvenes acceden a su primer empleo sin contrato o con remuneraciones simbólicas. En los negocios familiares, señala el informe, hay diferencias salariales que superan los 800 euros mensuales entre hombres y mujeres. Y aunque el salario medio ha subido, lo ha hecho muy por debajo del coste de la vida: desde 2020, la inflación ha subido el doble que los sueldos juveniles, un 16,7% frente a un 8,3%.

Jóvenes condicionados desde el origen

Las desigualdades no empiezan en la nómina, sino en la cuna. Quienes crecieron en hogares en propiedad, con estabilidad, tienen más posibilidades de emanciparse antes y con mejores condiciones. Quienes vienen de entornos vulnerables, sobre todo jóvenes inmigrantes o sin apoyo familiar, deben abrirse camino solos.

La falta de acceso a la vivienda deprime los proyectos personales, dificulta la estabilidad y perpetúa la dependencia. Ser joven en España es, cada vez más, una etapa sin despegue.

A pesar de todo, esta no es una generación que se haya rendido. Es una generación que espera, que combina trabajos y estudios, que cuida su salud mental, en el top cinco de sus preocupaciones, aunque no siempre acceda a ella, que exige igualdad, justicia climática y derechos. Más de cuatro de cada diez jóvenes participan activamente en movimientos sociales. Aumenta su interés y baja su confianza en las instituciones, mientras su implicación política se canaliza por vías no convencionales, como huelgas, activismo digital o manifestaciones.

Pero esa misma juventud está también dividida ideológicamente: mientras que casi el 68% de las mujeres jóvenes se define como feminista, solo lo hace un 41% de los hombres. De hecho, un 23,1% niega la existencia de la violencia de género, una cifra que aumenta al mismo tiempo que baja la preocupación por ese tipo de violencia entre los más jóvenes. La polarización crece, también, en torno a derechos LGTBIQ+, inmigración o cambio climático. ⁠

Atrapados entre un sistema que no les da respuestas y una adultez que se retrasa, los jóvenes en España intentan avanzar, aunque sea desde la precariedad.

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