“Al carro de la cultura española le falta la rueda de la ciencia”, 
sentenció Santiago Ramón y Cajal, único científico 100% español que ha 
ganado un premio Nobel. El investigador recibió el galardón en 1906 por 
descubrir las neuronas del cerebro y un año después predicó con el 
ejemplo y se transformó en el carretero del país: se puso al frente de 
la nueva Junta para Ampliación de Estudios (JAE), una institución que 
pagaba a los mejores científicos españoles estancias en las grandes 
universidades europeas y americanas.
La JAE contribuyó al florecimiento de la Edad de Plata de las letras y
 las ciencias en España durante el primer tercio del siglo XX. Hasta el 
físico Albert Einstein 
aceptó dirigir una cátedra extraordinaria
 en la Universidad Central de Madrid en 1933. Pero el golpe de Estado de
 1936 y la Guerra Civil barrieron este progreso. El 8 de diciembre de 
1937, el general Francisco Franco disolvió la JAE y creó otra 
institución para colocar la “vida doctoral bajo los auspicios de la 
Inmaculada Concepción de María”.
El libro 
Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950),
 editado por la Diputación de Sevilla y Vitela Gestión Cultural, repasa 
ahora el desmantelamiento de la ciencia en España ejecutado por la 
dictadura franquista. “A los que estudiamos en la Universidad española 
entre finales de los sesenta y principio de los setenta nos hacían creer
 que antes de 1940 la ciencia estaba atrasada y fue casi inexistente, 
que todo lo que se estaba haciendo entonces provenía del actual régimen,
 el cual había puesto los medios materiales y las personas adecuadas 
para que la ciencia española progresara y saliera del atraso en que se 
encontraba en la década de 1930. Pero nada más lejos de la realidad”, 
reflexiona el historiador 
Manuel Castillo, catedrático emérito de Historia de la Ciencia en la Universidad de Sevilla y coautor del libro.
De los 580 catedráticos que había, 20 fueron 
asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron, señala el historiador 
Manuel Castillo
 
Castillo recuerda que José Ibáñez Martín, ministro de Educación entre
 1939 y 1951, asumió la decisión de “recristianizar la sociedad”. La 
represión vació la universidad. De los 580 catedráticos que había, 20 
fueron asesinados, 150 expulsados y 195 se exiliaron, señala Castillo. 
“La Iglesia supervisó o participó en cada una de estas denuncias”, 
afirma.
Uno de los primeros en huir fue el físico Blas Cabrera, un experto en
 magnetismo que había sido elegido miembro de la Academia de Ciencias de
 París en sustitución del fallecido Svante August Arrhenius, premio 
Nobel de Química. “A México llegaron medio millar de médicos e 
investigadores de ciencias biomédicas”, prosigue Castillo. También 
escaparon grandes figuras de las ciencias naturales, como Ignacio 
Bolívar, sucesor de Ramón y Cajal al frente de la JAE en 1934, y 
Odón de Buen,
 pionero de la oceanografía en España y un divulgador de la ciencia 
cuyos libros fueron prohibidos por el papa León XIII por defender las 
teorías de Darwin.
Las matemáticas españolas perdieron a Luis Santaló, uno de los padres
 de la Geometría Integral, que se exilió en Argentina y continuó 
investigando en la Universidad de Buenos Aires. En 1983, con 72 años, 
recibió el premio Príncipe de Asturias de investigación científica. La 
química también se resintió. Antonio García Banús, catedrático de 
Química Orgánica en la Universidad de Barcelona, se exilió en Colombia y
 allí creó la Escuela de Química en la Universidad de los Andes, en 
Bogotá. Enrique Moles, autoridad mundial en la determinación de los 
pesos atómicos, también fue depurado, como firmante del manifiesto 
“Contra la barbarie fascista” publicado tras el bombardeo aéreo de 
Madrid.
El CSIC nació para buscar “la restauración de la clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”
 
Son solo algunos de los ejemplos que aparecen en 
Enseñanza, ciencia e ideología en España (1890-1950), cuyo segundo autor es 
Juan Luis Rubio,
 profesor de Historia de la Educación en la Universidad de Sevilla. El 
Decreto del 8 de noviembre de 1936, dictado por Franco en Salamanca, 
había ganado. Era una orden de eliminar “las ideologías e instituciones 
disolventes, cuyos apóstoles han sido los principales factores de la 
trágica situación a que fue llevada nuestra Patria”.
Sobre 
las cenizas de la JAE,
 y bajo la batuta de José María Albareda, miembro del Opus Dei más tarde
 ordenado sacerdote, se creó en 1939 el Consejo Superior de 
Investigaciones Científicas (CSIC). Albareda propuso en un primer 
momento que se denominase Nacional en lugar de Superior, pero en 
cualquier caso el CSIC nació para intentar “la restauración de la 
clásica y cristiana unidad de las ciencias destruida en el siglo XVIII”,
 según la ley que lo creó el 24 de noviembre de 1939.
Aquel texto criticaba la supuesta “pobreza y paralización” de la 
ciencia en España durante el primer tercio del siglo XX. Franco 
decretaba el olvido de la JAE, una falta de memoria que se repitió de 
manera sorprendente en 2014, en el 75 aniversario del CSIC, cuando el 
organismo 
pasó de puntillas
 por su pasado de exilios y depuraciones en los actos de celebración. El
 actual presidente del CSIC es Emilio Lora-Tamayo, hijo de Manuel 
Lora-Tamayo, ministro de Educación con Franco y también presidente del 
CSIC, entre 1967 y 1971.
El franquismo convirtió a España en uno de los países "más subdesarrollados del continente en ciencia", según Castillo
 
Con la llegada de la dictadura, 
El origen de las especies de
 Charles Darwin se convirtió en una obra totalmente prohibida. El 
ministro Ibáñez Martín incluyó pasajes del Génesis bíblico en algunos 
libros de Ciencias Naturales. La investigación de la evolución humana, 
que había empezado a despuntar gracias a la JAE, fue sustituida por Adán
 y Eva. La paleontología “se retrotraía hasta el Cuarto Concilio de 
Letrán”, organizado por el papa Inocencio III en el año 1215, según 
Castillo.
“Hay que reconocer que en esto el franquismo fue pionero: se adelantó
 decenas de años a la corriente creacionista tan en boga hoy en algunas 
universidades norteamericanas que afinan la inventiva para introducir 
sus teorías como avaladas por la ciencia”, ironiza el catedrático 
emérito.
“La falta de libertad de pensamiento y de expresión durante casi 40 
años taró al país y lo convirtió en uno de los más subdesarrollados del 
continente en ciencia y en cultura general”, sentencia Castillo. El 
Auditorio de la Residencia de Estudiantes, una de las joyas de la JAE en
 Madrid y sede de importantes conferencias científicas internacionales, 
fue demolido parcialmente y se convirtió en una iglesia. “Si de las 
basílicas romanas surgieron las primitivas iglesias cristianas, por qué 
de un teatro o cine, en donde se pensaba ir ensuciando y envenenando, 
con achaques de cultura y de arte, a la juventud española, no puede 
surgir un oratorio, una pequeña iglesia para que sea el Espíritu Santo 
el verdadero orientador de esta nueva juventud de España”, escribió tras
 la Guerra Civil su arquitecto, Miguel Fisac, por entonces miembro del 
Opus Dei.
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