Ada Colau reivindica a Federica Montseny y Anna Gabriel, a Joan 
Garcia Oliver. La "nueva política" en la izquierda catalana entronca con
 una tradición indomable que siempre ha sido la pesadilla del 
catalanismo de orden- Pere Rusiñol - 17/01/2016 
http://www.eldiario.es/catalunya/opinions/Cataluna-vuelve-vieja-dinamica-libertaria_6_474262578.html
El cambio de época en Catalunya es evidente por 
mucho que algunos traten de conjurar sus miedos cerrando los ojos. Pero 
aunque la lupa oficial se pose únicamente en el "procés" y el pulso 
Madrid-Barcelona, el cambio de época tiene en realidad una raíz mucho 
más profunda, que trasciende incluso el agotamiento del régimen de la 
Transición y que apunta a la recuperación de la dinámica que marcó 
Catalunya durante la primera mitad del siglo XX: el enfrentamiento a 
cara de perro entre el partido liberal-burgués, de orden, y un 
movimiento popular muy poderoso de matriz libertaria.
Evidentemente, los tiempos han cambiado mucho y ya no hay -ni habrá- 
tiros en las calles producto de esta dialéctica -antaño, una guerra de 
clases abierta-. Los instrumentos, claro está, tampoco son ya los 
mismos. Pero la vieja dinámica de la primera mitad del siglo XX, 
aplastada por el franquismo y cortada de raíz cuando trataba de volver 
asomar la cabeza durante la Transición, parece que está volviendo por la
 vía de la "nueva política" y algunos de sus exponentes -En Comú, Podem y
 la CUP-, que con todos los matices y contradicciones entre ellos 
entroncan de alguna manera con aquella indomable tradición que convirtió
 Barcelona en la capital mundial del anarcosindicalismo.
Ello tiene importantes consecuencias a largo plazo más 
allá de los movimientos tácticos que suponen investir o no a un 
presidente de la Generalitat de un partido de derechas o de los pactos 
que puedan hacerse  en el Ayuntamiento de Barcelona, en ambos casos 
mientras se trata de ganar músculo: más allá de la división social por 
el proceso independentista, el consenso  Catalunya endins
 va a ser tarde o temprano todavía mucho más difícil de lo que puede 
parecer a primera vista porque los antagonistas lo son de verdad por 
mucho que puedan aparecer coyunturalmente bajo el mismo paraguas del 
"derecho a decidir".
Este antagonismo durísimo que 
caracterizó la Catalunya de la primera mitad del siglo XX fue sustituido
 por una dinámica más dulce -o pactista- cuando la matriz marxista -el 
PSUC- sustituyó a la anarcosindicalista como motor del campo popular.  
Era el PSUC que seguía la política del PCE de "reconciliación nacional" o
 la de su auténtico referente, el PCI italiano, de "compromiso 
histórico", y que cristalizó con el impulso de organismos unitarios muy 
amplios -Assemblea de Catalunya- y hasta con la elección de un 
democristiano -Josep Benet- como primer cabeza de cartel de la lista 
comunista a la Generalitat, en 1980.
Pese a que los 
que se mantuvieron bajo las siglas del PSUC -y su sucesor, ICV-EUIA- 
conservaron sus banderas de lucha, fue esa mayonesa pactista cocinada 
por el PSUC la que acabó aportando a Jordi Pujol los cuadros clave para 
la "construcción nacional" tras la recuperación de la autonomía: de este
 sustrato procedía desde los que crearon la televisión autónomica 
(Alfons Quintà-Enric Canals) hasta el que fundó la universidad pública 
de excelencia (Enric Argullol), pasando por el que consolidó la Escuela 
de la policía autonómica (Jesús Maria Rodés), etcétera.
El listado de cuadros procedentes de esta tradición en la Generalitat 
convergente es largo y ha sido tambén una constante tanto con Artur Mas,
 que cedió a ex militantes del PSUC o de Bandera Roja áreas tan clave 
como Economía (Andreu Mas-Colell), Cultura (Ferran Mascarell) y hasta el
  think-tank del partido (Agustí Colomines), como 
ahora con Carles Puigdemont, rodeado en el Gobierno de Raul Romeva, Toni
 Comín, Neus Munté y Dolors Bassa, procedentes ambas de UGT, el 
sindicato fundado por Pablo Iglesias en 1888.
La 
tradición anarcosindicalista y libertaria es muy distinta -más 
descarnada, menos pactista- y sólo en circunstancias tan extremas como 
la guerra civil aceptó incorporarse en los gobiernos de unidad 
antifascistas, y siempre en permanente tensión. Dos de los principales 
referentes de esta tradición -ambos ministros durante la guerra civil y a
 menudo enfrentados entre sí- fueron Federica Montseny y Joan Garcia 
Oliver. Con el relato de la Transición quedaron sepultados en el olvido 
o, como mucho, reivindicados en los márgenes. Ahora han vuelto al centro
 del tablero.
La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, 
tiene en su despacho un retrato de Federica Montseny, líder libertaria 
de la CNT y de la FAI.
Y el referente de Anna Gabriel, la  dura
 de la CUP que tanto ha sacado de quicio al mundo de CDC durante las 
interminables negociaciones para formar gobierno, es Joan Garcia Oliver,
 anarcosindicalista de Los Solidarios y Nosotros, hombre de acción de la
 CNT y la FAI.
Cuando intelectuales convergentes 
mostraron su estupefacción por la pétrea oposición de la CUP a investir a
 Mas hizo fortuna la idea de que el abrazo entre el expresidente y David
 Fernández había enviado una señal equivocada sobre la naturaleza real 
de la CUP. Pero el equívoco sería mucho mayor: la historiografía 
nacionalista en Catalunya colocó al movimiento libertario casi como un 
capítulo más de la gran historia del catalanismo desde que un día -¡un 
solo día!- Salvador Seguí, el Noi del Sucre, afirmó que los obreros no 
temían la independencia de Catalunya. Sin embargo, el anarcosindicalismo
 y el movimiento libertario no fueron un capítulo del gran libro del 
catalanismo, sino un libro propio y alternativo, incluso de resonancia 
mundial: el mayor antagonista que han tenido nunca los partidarios del 
orden en Catalunya, sean catalanistas o no.
Ahora que
 algunos cronistas han trazado paralelismos entre els Fets d'Octubre 
-cuando Lluís Companys proclamó el Estado catalán dentro de la República
 federal española, en 1934- y la actual fase del "procés", es 
interesante recordar cómo ventilaba los hechos Garcia Oliver en sus 
imprescindibles memorias,  El eco de los pasos, citadas con frecuencia en el entorno  duro
 de la CUP: "Aunque Companys se consideraba el jefe del Frente Popular 
en toda España, el movimiento, tal como lo estaban llevando a cabo 
Dencàs, Badia y sus  escamots, era la iniciación de
 un movimiento de tipo fascista. Solamente los lerdos podían ignorarlo. 
(...). Companys se fue quedando solo ante el micrófono de Radio 
Barcelona instalado en el Palacio de la Generalidad. Las palabras 
resbalaban por las paredes de las casas y los balcones cerrados. 
“Hombres de la CNT, siempre tan generosos, acudid a defender esta 
causa”. El silencio de la ciudad ultrajada por aquellos forajidos de 
Dencàs y Badia era impresionante."
La dinámica 
catalana de la primera mitad del siglo XX, con el antagonismo feroz 
entre burguesía y anarcosindicalismo, siguió siempre un mismo esquema. 
Primero, uso intensivo de la bandera del catalanismo para tratar de 
rebajar la virulencia de la guerra de clases interna, lo que desembocaba
 a la exaltación del pulso Barcelona-Madrid. Luego, este "proceso" era 
superado por la dinámica revolucionaria interna, lo que invariablemente 
llevaba al mismo desenlace: asustado, el partido catalán de orden 
acababa pactando con Madrid la represión implacable contra la sedición 
libertaria.
La primera década de 1900 fue la de la 
eclosión del nacionalismo político, articulado a través del partido del 
orden -la Lliga- con lema interclasista -"A la Lliga hi cap tothom"-. El
 clímax se alcanzó con la candidatura unitaria Solidaritat Catalana, una
 suerte de Junts pel Sí que arrasó en las elecciones de 1906, pero que 
no pudo contener la guerra de clases  Catalunya endins,
 que acabó desembocando en la Semana Trágica. Los hombres de la Lliga 
buscaron auxilio en las fuerzas de represión del Estado y fueron 
implacables, con fusilamiento incluido del pedagogo libertario Francesc 
Ferrer i Guàrdia con el aval de Enric Prat de la Riba,  fundador del 
nacionalismo político.
En la década siguiente, la de 
construcción de "estructuras de Estado" a través de la Mancomunitat, el 
fervor catalanista del nuevo hombre fuerte de la Lliga, Francesc Cambó, 
llegó al punto de erigirse en el "Simón Bolívar de Catalunya". Pero 
también la efervescencia nacionalista acabó desbordada por el conflicto 
social, lo que interrumpió el "proceso" y los hombres de la Lliga 
volvieron a recurrir a la represión de "Madrid" contra el pugnaz 
movimiento libertario: primero, a través de los pistoleros de la 
patronal protegidos por la delegación del Gobierno y luego empujando 
literalmente al capitán general de Barcelona, Miguel Primo de Rivera, 
para que diera un golpe de Estado e impusiera en 1924 una dictadura para
 devolver el orden y masacrar a los anarcosindicalistas.
Finalmente, en la década de 1930 el centro de gravedad del nacionalismo
 pasó de la derecha a la izquierda -De la Lliga a ERC-, pero no se 
aminoró el conflicto social. Al perder la hegemonía en el campo 
nacionalista, el componente de orden de la Lliga fue arrinconando el 
catalanista hasta el punto de llevar al equivalente al Tribunal 
Constitucional español leyes aprobadas en el Parlament. Y cuando el 
general Franco enarboló la bandera de la reacción para alzarse contra la
 República, los próceres del catalanismo de orden corrieron raudos a 
apoyarle, con dinero y con talento: los Cambó, Valls Taberner, Pla, 
Sentís, Esterlich, etcétera. El objetivo supremo era el de siempre: que 
el Estado aplastase a los anarcosindicalistas.
La historia no tiene por qué repetirse, claro, y mucho menos en la brutal forma del pasado. Pero tampoco puede ignorarse.
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